Algo ha cambiado en la cristología, algo que provoca desazón e inquietud entre los pastores y teólogos que tratan de dar razón de su fe en una época y una sociedad donde las evidencias se han debilitado. Y, sin embargo, porque Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre en cuanto único y universal salvador de la historia, la teología está obligada a buscar formas nuevas de ofrecer al hombre contemporáneo la verdad, la belleza y la bondad que laten en él para todos desde el mismo interior de Dios, obligada por su señorío escatológico que no desprecia ningún presente histórico como cuerpo propio. Según esta lógica, donde el contexto funciona como una provocación que invita a la fe y a la teología a ser atrevidas a la hora de explorar nuevos territorios, el Cristo litúrgico se revela como fundamento de la cristología, al ser el lugar donde muestra su verdad y presencia viva. En la liturgia nunca puede ser solo pensado, sino que además debe ser acogido en una relación de adoración y discipulado, así como de camino fraterno con los otros. La liturgia se convierte así en el lugar donde integrar Escritura, dogma y caridad; memoria histórica y relación presente. Es, en definitiva, el lugar de juicio de todo pensamiento que quiera acercarse a la verdad real del Dios encarnado. Francisco García Martínez es profesor de Cristología en la Universidad Pontificia de Salamanca.
Este libro contiene teología, no la dosis masiva de teología que necesitan los teólogos, pero sí el mínimo indispensable que necesita todo hombre para vivir cuerdamente en la realidad, es decir, para ser sensato. Pues ser sensato no supone vivir en el mundo como otro hombre cualquiera, significa vivir en la realidad del mundo. Ahora bien, algunos de los elementos más importantes del mundo real sólo pueden ser conocidos por la revelación de Dios, que es el objeto de estudio de la teología. Si carecemos de este conocimiento, nuestra mente ha de vivir casi enteramente sumergida en tinieblas, debatiéndose con una realidad que en su mayor parte se le escapa. Propósito del autor no es centrar la atención sobre la voluntad, sino atender fundamentalmente a los problemas del entendimiento. No trata de resolver una cuestión de santidad, sino de sensatez. Diferencia harto frecuentemente olvidada en la práctica de la religión. Se ocupa más del entendimiento que de la voluntad, no porque el entendimiento tenga más importancia en religión que en voluntad, sino porque tiene verdadera importancia y se tiende a descuidarla. Es cierto que la salvación depende directamente de la voluntad. Nos salvamos o condenamos según lo que amamos. Sin embargo, resulta innegable que la importancia del entendimiento es muy grande, puesto que no podemos alcanzar un máximo amor a Dios sólo con un mínimo conocimiento de Dios.
«El propósito de la presente obra es desarrollar la teología cristiana a la luz del tercer trascendental, es decir, completar la visión del verum y del bonum mediante la del pulchrum. Mostraremos hasta qué punto el abandono progresivo de esta perspectiva (que tan profundamente configuró en otras épocas a la teología) ha empobrecido al pensamiento cristiano. Por consiguiente, no se trata de abrir para la teología un cauce secundario y más o menos experimental, impulsados tan solo por una vaga yu nostálgica melancolía, sino más bien de retrotraerla a su cauce principal, del que, en gran parte, se había desviado».
En este libro-programa del P. de Lubac se pergilan los dos rasgos esenciales de la realidad católica: la dimensión 'social' (la solidaridad universal como acontecimiento salvífico de la humanidad) y la dimensión 'histórica' (la significación de la temporalidad y de la historia). El plan divino de la creación y redención es uno, como una es también la humanidad en cuanto realidad creada. La Iglesia fundada por Cristo está empeñada en la obra de unificación de la humanidad dividida por el pecado y el egoísmo: en ella se inaugura la reconciliación universal. La dialéctiva permanente entre persona y comunidad y entre inmanencia y trascendencia definen su ser y su obrar como sacramento de Cristo en el mundo. La Iglesia se encuentra con el hombre entero; como éste, debe ser visible y tangible, al mismo tiempo que invisible y espiritual; salvación individual y salvación del género humano no pueden separarse. 'La existencia socialmente más perfecta y más dichosa que pueda imaginarse sería sin duda la cosa más inhumana del mundo, si no estuviera acompañada de una auténtica renovación de la vida interior; de la misma manera que la vida interior no sería más que pura mistificación si se replegara sobre sí misma en una especie de egoísmo refinado.' (Hans Urs von Balthasar, El cardenal Henri de Lubac)
Perfecto Olivier Clément, escritor, historiador, y teólogo es una de las personalidades más prestigiosas de la cultura francesa contemporánea. Actualmente enseña en el Liceo «Louis Le Grand» de París y en el Instituto de Teología Ortodoxa. La obra que el lector tiene en sus manos renueva en buena medida nuestra antropología actual. Sus reflexiones sobre la persona, el cuerpo, la sexualidad, el amor, la política, la técnica, el arte, etc., son un verdadero semillero de ideas que, aunque puedan parecer originales o escandalosas, no son otra cosa que la exposición del mensaje evangélico despojado de las gangas con que a veces se le recubre.
Encontrar libros de teología asequibles a todos los públicos es tarea difícil. Por eso sorprende este manual: sencillo, claro, permaneciendo siempre fiel a la tradición y a los interrogantes del hombre de hoy.
Este volumen continúa y complementa la prestigiosa «Patrología» de Johannes Quasten. En él se expone la literatura patrística latina desde el concilio de Nicea al de Calcedonia; completando de este modo el plan que J. Quasten había realizado para los siglos anteriores y para la literatura griega de este período. Es la época del giro constantiniano y de sus continuadores; de figuras como Hilario, Ambrosio, Jerónimo, Agustín y León Magno; de las herejías cristológicas; del pelagianismo, y de la progresiva separación cultural entre Oriente y Occidente. En su organización, esta obra se ajusta siempre a los criterios metodológicos de Quasten, conjugando dos exigencias fundamentales: ofrecer un tratamiento amplio y orgánico de las principales figuras y factores que dominan la literatura y la historia de este período, y no sacrificar al objetivo anterior las figuras menores o menos conocidas. En su elaboración se ha prestado especial atención a los escritores de la península Ibérica.
Desde 2018, el Papa Francisco ha querido que se celebre la memoria obligatoria de María, Madre de la Iglesia el primer lunes después de Pentecostés. Aunque ya es antigua la devoción a María como Madre de la Iglesia, fue Pablo VI quien le otorgó este título en 1964. En estas páginas, el P. Achim explica -de forma muy asequible- la necesidad y conveniencia que tiene la Iglesia de tener a María como Madre. Achim Dittrich es sacerdote, licenciado en teología (Universidad Gregoriana, Roma). La tesis de licenciatura sobre mariología fue dirigida por el cardenal Gerhard L. Müller. Es doctor en teología (Universidad de Bonn) con una tesis sobre María, Madre de la Iglesia. Desde 2015 es párroco en Otterberg (Kaiserslautern).
El Comentario a Ezequiel está formado por catorce libros, cuya división se debe muchas veces únicamente al interés del autor por hacer que todos los libros tengan una extensión aproximada, pero que responde, siempre que es posible, a la intención fundamental de que cada libro tenga una unidad de contenido. Dada la extensión de los textos, es necesario dividirlos en dos volúmenes; en este primero se incluye hasta el libro octavo del Comentario; el resto de la obra ocupará un segundo volumen junto con el Comentario a Daniel.
«El propósito de la presente obra es desarrollar la teología cristiana a la luz del tercer trascendental, es decir, completar la visión del verum y del bonum mediante la del pulchrum. Mostraremos hasta qué punto el abandono progresivo de esta perspectiva (que tan profundamente configuró en otras épocas a la teología) ha empobrecido al pensamiento cristiano. Por consiguiente, no se trata de abrir para la teología un cauce secundario y más o menos experimental, impulsados tan solo por una vaga yu nostálgica melancolía, sino más bien de retrotraerla a su cauce principal, del que, en gran parte, se había desviado».
La estética teológica nos ha entretenido largo tiempo, y todavía le falta su conclusión ecuménica. Según el proyecto inicial la estética constituye la primera parte de un tríptico. Describe la percepción del fenómeno de la divina revelación en su `gloria` diferenciante que nos sale al encuentro del mundo. Quien toma en serio el encuentro, tal como lo describía la Estética, debe reconocer que él mismo, desde siempore, ya estaba implicado en el fenómeno que nos sale al encuentro: `Uno murió por todos; con eso todos y cada uno han muerto` y no pueden `vivir para sí mismos sin para el que murió y resucitó por ellos`(2 Co 5, 14s). Ya en el centro de la Estética ha comenzado la `dramática teológica`. En el `percibir` se daba desde siempre el `ser arrebatado`.