El Nilo no es un río. El mayor de los ríos africanos es el corazón de cientos de pueblos y testigo infatigable del ascenso y el ocaso de las dinastías de faraones más poderosas de la Tierra. Su nombre evoca secretos ocultos en pirámides y alimenta el orgullo de civilizaciones milenarias que aún hoy luchan por su supervivencia. El Nilo es hoy la paz del norte de Uganda pero también la guerra de Sudán del Sur; es la vida en los valles de Etiopía y la muerte en los calabozos de Egipto o Sudán. Es dictadura, desigualdad, progreso, esperanza y ansias de libertad. Es también el sueño de una revolución. Pese a sus cicatrices, el Nilo sigue siendo cuna del mestizaje de las grandes culturas africanas y mediterráneas de ayer y de hoy. Durante varios meses, Xavier Aldekoa ha recorrido el Nilo, desde las fuentes hasta su desembocadura, para descubrir sus gentes, sus culturas y sus tradiciones. A través de las historias de quienes habitan sus orillas, nos acerca otros mundos que, pese a todo, no son tan lejanos. Porque el Nilo es un pedazo del alma de la cultura occidental. Una oportunidad de mirar al diferente. De entender al otro y entendernos a nosotros mismos. Todos somos hijos del Nilo.
En 813 d.C. un ermitaño llamado Pelagio alertó al mundo sobre la existencia de una tumba. El obispo de Iria Flavia, Teodomiro, se apresuró a identificar los restos que en ella aparecieron con el apóstol Santiago. La noticia corrió como la pólvora por la Europa cristiana, y la orden del Cluny fortaleció esa convicción y contribuyó vigorosamente a desbrozar un viejo camino espiritual que conducía hasta el fin del mundo, no exactamente hasta una tumba, sino hasta la Muerte. Pero el secreto residía, justamente, en trascenderla. Sin embargo, ¿era realmente Santiago el popular difunto? ¿Lo era Prisciliano, un obispo acusado de herejía y cuya interpretación del cristianismo tenía regusto egipcio? ¿Qué sucedería si no hubiéramos leído correctamente el mensaje que contiene el renglón telúrico que es la ruta jacobea? ¿Y si existiera una prehistoria del camino de las estrellas? Antes de Jesucristo y de la Iglesia que con su excusa se organizó, existía una tradición hermética, una enseñanza que procedía de un tiempo remoto y que alcanzó en el antiguo Egipto su plenitud. Allí, a la vera del río Nilo causalmente denominado Vía Láctea como el Camino de Santiago- se celebraba una peregrinación singular cuyo eco, si se escucha con atención, se advierte aún bajo las piedras que conducen a Finisterre. Para comprender la historia oculta del Camino deberemos viajar a un tiempo perdido, muy anterior al cristianismo. Para desvelar las claves de este peregrinaje milenario necesitamos mirar lejos, más de lo que permite la historia, allí donde habitan dioses y atlantes.
El estudio de la historia del Antiguo Egipto ha proporcionado un sinfín de documentación arqueológica sobre diversos aspectos de la vida de esta civilización. El río Nilo es el eje vertebrador para la economía - la pesca, la navegación- y la sociedad que se asienta a lo largo de sus riberas. Pilar Pardo Mata ha pretendido realizar un análisis de dicha civilización desde aspectos tan interesantes como la Historiografía del Antiguo Egipto o aspectos poco tratados en las monografías como la Prehistoria y Protohistoria de Egipto. El libro cuenta con un apartado dedicado a las dinastías egipcias así como a la sociedad, la religión o la economía, en donde se realiza un detallado análisis de la flora y fauna que surcó el río Nilo así como aspectos relativos al origen de las materias primas. Además, nos introduce en los temas dedicados a la vestimenta y a los perfumes del Antiguo Egipto. La arquitectura o las artes menores son tratados con numerosos ejemplos. Además, la autora nos introduce en el mundo de la ciencia y la medicina, la música o la escritura, aspectos que darían una visión general de la cultura faraónica del Antiguo Egipto.
Hace unos 5.00 años, a orillas del río Nilo, en Egipto, nació la primera nación civilizada del mundo, ya que los egipcios estaban gobernados por un solo rey, obedecían las mismas leyes y adoraban a los mismos dioses. La civilización del antiguo Egipto se extendió a lo largo de casi 3.000 años, mucho más tiempo de lo que dura nuestra propia cultura.