El campo de las relaciones político-sociales existentes entre el hecho político y el hecho religioso ha estado marcado, a lo largo de la historia, por un tono de manifiesta o latente problematicidad. Incluso en aquellas situaciones en las que el buen entendimiento podría parecer que prevalecía sobre el enfrentamiento conflictivo. Lo que no debe sorprendernos, ya que las diversas situaciones vividas en los diferentes momentos históricos pueden ser leídas, analizadas e interpretadas razonablemente desde la perspectiva del encuentro de intereses más o menos contrapuestos, buscados y defendidos desde posicionamientos y motivaciones diferentes. En todo caso, se trataría de realidades no meramente individuales, sino sociales o colectivas. El problema que se aborda en este estudio va más allá del ámbito de las relaciones entre el hecho político y la religiosidad y fe de los creyentes individuales. Un problema que entra en el campo de las connotaciones sociales, nacidas de la pertenencia de esos creyentes a grupos y colectivos dotados de una mayor o menor fuerza social y también política. La relación entre el hecho político y la religiosidad humana adquiere así unas características sociales y políticas propias, que pueden formularse en términos de relaciones entre la política y la religión, entre el hecho político y el hecho religioso. La intención de situar este tema en la concreción de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, en el ámbito del Estado español, no debe inducirnos a pensar que esta problemática es de hoy, propia de la Iglesia católica y exclusiva del Estado español. Al contrario, es un problema recurrente a lo largo de la historia y de las diversas maneras de institucionalizar la vida de la comunidad religiosa y de entenderse a sí misma la comunidad política. Tampoco es exclusivo de la fe cristiana y de la Iglesia católica. Por eso no estará de más recordar que no es este un problema específicamente nuestro, sino que existe, también en nuestros días, en múltiples lugares del mundo, y que, de alguna manera, adquiere dimensiones universales Cabría hablar, por ello, en términos más generales, de las relaciones y de la problemática suscitada por la convivencia de los Estados o comunidades políticas con las comunidades o grupos religiosos, institucionalizados de diversas maneras en esos Estados. Dada su complejidad, hay que hablar de lo que se entiende que ha de ser la justa ordenación de las relaciones político-sociales entre los Estados y las religiones.
La religión es hoy, en el siglo XXI, una fuerza en alza en todo el mundo. En numerosos países es una poderosa fuente de movilización política, mientras que en otros se ha convertido en un importante factor de división social. Algunas religiones refuerzan al Estado, otras proporcionan un espacio para la resistencia. Este volumen colectivo reúne un conjunto de trabajos dedicados a analizar las relaciones entre la religión y la política en diferentes zonas del planeta. En ellos, se estudian países con una tradición religiosa dominante, así como países con varias religiones en pugna; el catolicismo, el protestantismo, el islam, el hinduismo, el shintô o el budismo, son observadas con minuciosidad e insertadas en sus contextos diferenciados. Se analizan, asimismo, Estados en los que la religión y la política se hallan estrechamente vinculadas, junto a otros en los que existe algún tipo de barrera o separación, mayor o menor, entre la fe y el Estado. Organizado de acuerdo al contexto religioso descrito en cada caso, este libro es un magistral estudio, un extraordinario balance de los problemas que, hoy día, nos encontramos en el espacio conjunto de la religión y la política.
Este volumen trata sobre la compleja vinculación entre violencia y religión en el marco de la monarquía de los Habsburgo entre los siglos XVI y XVIII. Las aportaciones de especialistas en la materia analizan los enfrentamientos confesionales en los antemurales de la fe, un concepto acuñado por el Papado tras la caída de Constantinopla en 1453 alertando sobre el peligro turco y que se reforzó después con la aparición del luteranismo. La iglesia, alegoría de ciudad asediada, era el objeto de defensa, cuya primera línea, sus fronteras, era preciso salvaguardar para el futuro de la Cristiandad católica. La obra se centra en dos ámbitos geográficos, el Mediterráneo y la Europa continental, examinados en la larga duración histórica a través de la cultura visual y la palabra escrita. Los presidios hispanos, los caballeros de la orden de Malta y los renegados y conversos de ambas orillas del Mediterráneo perfilaron el enfrentamiento entre la monarquía de España, el imperio Otomano y las regencias berberiscas. A su vez, la Europa central y occidental se presenta como un espacio donde las pugnas de las dos ramas de la casa de Austria con sus rivales, desde el antemural húngaro hasta el difuso Norte, muestran las constantes interferencias entre razón de Estado y razón de Religión.