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Para conseguir la paz, tenemos que aprender a conocer las diferentes religiones del mundo, escribe el Dalai Lama en el prólogo de este libro. Mac Gellmann y Thomas Hartman se han propuesto hacer comprensibles las grandes religiones. Para ello, parten de las grandes preguntas, que desde siempre y mucho antes que los grandes filósofos, se hicieron las religiones. ¿Cómo debemos vivir? es una de esas preguntas. O: ¿Qué habrá después de la muerte? Judaísmo y cristianismo, Islam y budismo, hinduismo y sintoísmo, todas ellas dan su propia respuesta. Conocerlas es algo más que una cuestión de formación. Conocer las otras religiones quiere decir también comprender mejor a las personas que las profesan. ¿Cómo se deletrea Dios? es un libro inteligente, pero también divertido y lleno de humor y, sobre todo, un manual de tolerancia. Especialmente recomendado para estudiantes de Secundaria y Bachillerato y para adultos interesados por la paz y la tolerancia.
Las reflexiones del autor constituirán un medio insustituible para descubrir el rostro del Dios que nos ha revelado Jesús, que es Padre suyo y Padre nuestro.
Cuaderno de catequesis compuesto por 21 temas que mantienen la siguiente estructura: 1. Dibujo alusivo al tema y un breve relato de la Biblia, 2. Actividades de comprensión y de aplicación a la vida, 3. Oración para rezar juntos (padres e hijo), 4. Alguna pregunta del Catecismo que debe memorizar el niño. Al principio del cuaderno se incluye una página con oraciones del cristiano y otra con orientaciones para los padres y catequistas.
Este libro desea mostrar que el eje en torno al que debe dilucidarse la cuestión del fenómeno religioso no es el concepto y la existencia de dioses que no son más que imaginarios referentes secundarios y derivados de reelaboraciones del animismo prehistórico y la superstición dualista, ampliamente explicados en Ateísmo y Religiosidad (Siglo Veintiuno de España Editores, 1997). Dicha cuestión se ventila en el ámbito de las actuales relaciones de la ciencia con la religión: es decir, la necesidad de saber si, además de la materia y sus productos, existen espíritus o factores inmateriales constitutivos de un plano animista superior al de la realidad natural (mundo físico), situado por encima de la naturaleza y sus leyes descubiertas y sistematizadas por el progresivo avance de la ciencia, que se subordina a una supuesta sobrenaturaleza (mundo espiritual). Este imaginario plano ontológico de lo sobrenatural subyace y a la vez interviene en la naturaleza, orientándola, alterándola o suspendiéndola conforme a los propósitos y proyectos de los entes que se manifiestan en el fenómeno religioso en sus diversas figuras. La religión garantiza ilusoriamente la creencia en la eternidad de la vida, y en la cancelación de la muerte. El espíritu instaura un universo inmaterial, celeste y eterno que equivale al paradigma o prototipo de los llamados fenómenos paranormales en la naturaleza de nuestras propias vidas materiales del mundo presente, imponiendo la certeza de la escisión dualista (materialismo-espiritualismo) en cuyo seno discurre nuestra existencia. Frente a esta superstición generadora de un mundo de carácter esquizoide, el materialismo unitario representa la concepción científica de la realidad. La actividad de la ciencia camina con paso acelerado y seguro hacia la radical supresión del sobrenaturalismo, tanto en la expresión evolutiva de sus formas sacrales como en la proliferación actual de sus formas secularistas. El ateísmo hay que definirlo hoy, en su generalidad, como la irreligiosidad.
La persona humana tiene necesidad de saber quién es; no puede vivir si no descubre qué sentido tiene su vivir; está en juego su felicidad si no reconoce su propia dignidad. Por esto podemos afirmar que estamos continuamente a la búsqueda de nuestro yo, una búsqueda a veces inconsciente, a menudo fatigosa y aparentemente contradictoria; en todo caso, nunca acabada
La persona se busca, primero, a sí misma
y, si tiene el valor de descubrir su propia identidad, experimenta inmediatamente la necesidad de llevar aún más lejos su búsqueda
hacia ese Ser que es la fuente de su misma identidad. Si su deseo es ardiente y su búsqueda constante, Dios no puede sustraerse a ellos. Ha sido él mismo quien ha puesto en el corazón del hombre ese anhelo y esa constancia. Si el hombre busca a su Dios en serio, no hay duda de que lo hallará, porque Dios mismo le saldrá al encuentro