En un lugar del remoto sudeste español hubo una ciudad fina y polvorienta. La ciudad era un conjunto armonioso de casas y de huertos que hablaban de su pasado morisco. Algo en ella sugería también un vago parentesco japonés. Los huertos fueron desapareciendo poco a poco, uno tras otro, hasta no quedar ninguno, y lo mismo les ocurrió a las casas, torres y palomares. En los huertos se tuteaban las azucenas y las berenjenas, los guisantes dulces y los jazmines, la buganvilla y el nisperero. Conocemos a quienes, supervivientes de aquel último acto, lo recuerdan así, un paraíso amenizado por acequias de agua fresca y clara. La ciudad, a la que se conoció en siglos pasados como la ciudad de la seda por su floreciente industria sedera, tuvo también un modesto bocarte donde se molía la pólvora, dependiente del Ejército y defendido por bisoños soldados de reemplazo. Al viejo caserón castrense, formando parte de la propiedad, lo circundaba un espacioso terreno, murado todo él. Un día, después de muchos años, el ingenio cerró y acabó desmantelado, la guarnición fue reexpedida a otro destino y a la población civil se le franqueó el paso a aquel discreto parque hasta entonces vedado. La gente, con la novedad, se acostumbró a ir por allí buscando un poco de sombra en los días calurosos, un poco de recreo coloquiado, tal vez silencio, y lo que siempre se había conocido como la fábrica de pólvora pasó a llamarse el Jardín de la Pólvora, bosquecillo compuesto en su mayor parte por plátanos centenarios y copiosos. Ese es el nombre que conserva todavía. Vienen en él sugeridas muchas cosas, todas con su misterio. La oscuridad de las rosas y el breve y fulgurante destello de la pólvora, lo que se cultiva y prospera lentamente y lo que puede ser destruido en un momento. Y sin embargo algo natural, muy lógico, percibimos en estas palabras, jardín, seda, pólvora, viéndolas juntas. No sabría explicar el autor de este libro por qué razón pensó, al oír hablar por primera vez de ese Jardín, que toda su novela en marcha se le parecía en mucho: algo que había sido labrado con la tenacidad de un hortelano estaba llamado quizás a desaparecer de repente, dejando tras de sí, quién sabe, un olor a pólvora tan embriagador como para que volvieran a reverdecer sus viejos sueños, sus exaltados sueños infantiles de verbenas, aventuras y gloriosas conquistas.
Después de contar tanto, el escritor Rudyard Kipling (Bombay, 1865-Londres, 1936) cuenta algo de sí mismo. Algo de mí mismo (1936) es el último libro escrito por el autor de Puck, El libro de la selva, Kim y Capitanes intrépidos , entre otras historias que aquí confiesa destinadas a niños que no supiesen que eran para mayores. Estas memorias póstumas sorprendieron porque Kipling, tan del imperio británico, vino a demostrar una irónica y reconfortante capacidad de autocrítica personal y nacional, que en ningún caso impiden considerar su vida y su obra un ensueño de civilización más que un atajo civilizador o político. Desde la infancia en la India, cuyo ritmo se funde con el de las estaciones del año, plenas a los sentidos y a la emoción de las cosas, hasta el Londres familiar y prerrafaelita y literario; los viajes y estancias por cinco continentes y la recepción del premio Nobel con 41 años, en una Suecia nevada y silenciosa. Algo de mí mismo es el relato de una vocación en que lo imaginado es siempre un más allá de pureza que brinda lo real. Memorias de un escritor y con más de un guiño al oficio -revelan, entre otros secretos, la verdadera naturaleza del poema "Si...", traducido a todos los idiomas del ideal humano-, siempre lejos del coágulo del yo, Algo de mí mismo es algo de nosotros mismos: el mayor libro de aventuras de un escritor de aventuras. Jorge Luis Borges admiró en estas memorias la virtud de contar el pasado sin contaminarlo de presente. Por páginas de filia masónica y otras de crítica salvaje al estamento católico, Algo de mí mismo fue censurado y en las obras completas no está completo. Kipling, desde su amor a la vida, era incapaz de entender a quienes anteponen cualquier modalidad de ultratumba. La presente edición es, en rigor, la primera en castellano de este libro polémico, sorprendente y emotivo.
Decía Erasmo: «Cualquier comida resulta insípida si no está aderezada con una pizca de locura.» En estos tiempos de delirio gastronómico, cuando la comida se ha convertido en espectáculo sofisticado y los chefs están en la vanguardia del arte, es preciso recordar que sólo una conversación interesante, y si es posible culta, tiene el poder de transformar un banquete en una ocasión inolvidable. Poco importan las delicias culinarias cuando la charla deja mucho que desear o cae horrorosamente en la banalidad. De ahí la importancia de este pequeño manual burlón y lúdico, cuyo propósito es nada más y nada menos que ayudarnos a brillar en torno a una mesa resistiendo los ataques de los posibles adversarios intelectuales. Para ello, los autores han convocado a una cuidada selección de filósofos y grandes pensadores algunos muy de moda y otros no tanto, que nos aportarán un abanico de consejos, recomendaciones y citas para salir victoriosos de los ágapes más comprometidos. La ecología, la incertidumbre económica, el comercio justo, el calentamiento global, la literatura new age son sólo una pequeña muestra de los temas de más candente actualidad que aparecerán inevitablemente durante la cena, para lo cual contamos con la lucidez y, por qué no decirlo, una pizca de malicia de Sven Ortoli y Michel Eltchaninoff, quienes nos ayudarán a conducir la charla hacia terrenos donde podamos salir airosos en las más difíciles y exigentes pruebas de inteligencia y urbanidad. Una conversación interesante y culta tiene el poder de transformar un banquete en una ocasión memorable. En este breve recorrido por un selecto menú de filósofos y grandes pensadores algunos muy de moda y otros no tanto, el lector encontrará un abanico de consejos, recomendaciones y citas para brillar en los ágapes más comprometidos. La mundialización, la incertidumbre económica, el comercio justo, el calentamiento global, la literatura new age son sólo una pequeña muestra de los temas de más candente actualidad que los autores nos enseñan a tratar de forma que podamos salir airosos en las más exigentes pruebas de inteligencia y urbanidad.
¿Qué es Israel? ¿Cómo podría describirse la identidad nacional de este moderno estado? ¿Por qué, pese haber transcurrido muchos años desde su fundación en 1948, sigue siendo un país en permanente conflicto externo e interno? ¿Es un régimen democrático al estilo de sus aliados occidentales? ¿Cómo se organiza su sistema de partidos y su parlamento? ¿Qué influencia tiene la religión en la sociedad civil? Este libro responde a estas cuestiones, a la vez que sirve de guía política y cultural para adentrarse en la realidad social e histórica de uno de los países más desconocidos de la tierra, una entidad política y económica cuyos habitantes acostumbrados por desgracia al dolor y a la guerra tienen diferentes orígenes, diversas lenguas y tradiciones. Un estado que encuentra sus señas de identidad en su cultura, en su indestructible y permanente condición judía. Eugenio García Gascón ha recopilado información de primera mano, documentación y experiencias personales como corresponsal político para ofrecernos un dinámico fresco de un peculiar estado, una realidad en la que conviven las tradiciones milenarias con la última y más avanzada tecnología, las escuelas rabínicas de profunda influencia social con una destacada literatura comprometida, fuertes movimientos pacifistas con el espíritu y la acción diaria de los colonos. Un país, en suma, que aborda los retos del futuro con una mirada puesta en la Torá y otra en el porvenir de una dinámica y emprendedora juventud. Lejos de las historias lineales al uso, en las cuales el dato frío predomina sobre la mentalidad y el modo de vida cotidiano de la población, Israel en la encrucijada facilita un acercamiento humano a un territorio plural y diverso gracias a un minucioso trabajo de reconstrucción del pasado y de interpretación del presente que permite mirar, conocer y comprender la identidad de Israel, sus aciertos y errores, como pocas veces tenemos oportunidad de contemplar.
Mil de mil que podría considerarse un eslabón más de la serie de diarios que vienen publicándose en Pre-Textos con el título de Salón de pasos perdidos, es un libro misceláneo, de literatura en estado puro, donde hay de todo un poco, relatos, ensayo, biografíaa y anotaciones de índole diversa, todo lo cual hace más incierto aún su porvenir. A un escritor con cierta curiosidad siempre le quedará la intriga de saber quiénes fueron todos y cada uno de los lectores de sus libros. No hay dos lectores iguales como no hay dos escritores iguales. Al autor de Mil de mil le habría gustado conocer a todos y cada uno de los lectores y lectoras del suyo, en primer lugar porque no los supone numerosos, y en segundo, porque les imagina partidarios, como se cree él mismo, de cierto humor honesto y vago y de ese escepticismo sentimental y cervantino que da la calle, lo cual, según se mire, es mucho o poco. Podrían vocearse aquí, pues, como es uso, grandes virtudes del susodicho, de su extraordinario talento y de este maravilloso libro cuyo rutilar al mismo rubicundo Apolo tiene casi ciego, pero no hay que remontarnos tanto. Bástenos saber que la vida está contemplada en estas páginas desde una esquina, aunque jamás de manera esquinada, y que, en tan oportuno quietismo callejero y literario, se tuvo en cuenta siempre la máxima de Goethe, de que cada paso ha de ser en sí mismo una meta, sin dejar de ser paso, y que cuando tales pasos no nos llevaron a adoptar el lema de Gaston de Foix, Do fuir, nos acercaron cuando menos a este otro muy magnífico: Nunca pasa nada y cuando pasa no importa. O sea, en fuga o presos.