Ángel Fernández-Santos escribe sobre "La buena vida" «... "La buena vida", película completamente hermosa y emocionante, donde corre y se desborda con el añadido de dificultad de que David Trueba ahora es también quien la materializa en imágenes esa antigua agua que crea sed en vez de calmarla y en la que flota la escurridiza materia de que está hecho el talento, la capacidad de algunos humildes -el único abono imprescindible para que el talento aflore es la humildad- jugadores a dioses que les permite dar forma a lo informe, hacer luz con sombrío, convertir lo duro en tierno y lo inefable en dicho. Los ojos del instinto David Trueba es un cineasta de esta gran estirpe. Las porosas, vivas pese a ser mortecinas -pues sonriendo nos cuentan que bajo el despertar del sexo asoma el hocico la primera percepción de la muerte-, imágenes por donde discurre "La buena vida" son indicio de que detrás de ellas hay un artista capaz de situar su oficio a la altura de los ojos de su instinto y que por ello puede y logra apretar en un relato sencillo muchísimas complejidades. ... Y que introduce en una fábula amarga la presencia de lo dulce y lo amable: ese choque de sabores y sensaciones encontradas (y sin embargo en desconcertante acuerdo) que plasmadas en una pantalla humedecen con lágrimas la sonrisa que provocan. Es este glorioso acuerdo de contrarios algo que únicamente crea la presencia en una pantalla de auténtica gente viva, que no conocemos pero que inesperadamente (albergados fuera y hechos cosa) reconocemos sorprendidos, conmovidos, agradecidos. Y "La buena vida" es toda alma. ¿Hay un maestro detrás de ella? Lo hay, aunque David Trueba es casi un niño en un oficio para curtidos. Crea verdad, ternura y elegancia. Nos reconcilia con nuestros desacuerdos, nos recuerda los olvidos y logra hacernos literalmente volar con sus fantasmas íntimos sobre los techos de París. Es dueño del misterio del talento y su don de la sencillez deja la puerta abierta a la esperanza de que siga siendo humilde y ahonde en el creador ingénito que lleva dentro.» El País a 18-12-1996
Una fábula mágica y contemporánea sobre el amor. En la ciudad de Toronto hay 249 superhéroes. Ninguno de ellos se beneficia de tal condición, ni lleva un traje especial ni tiene una identidad secreta. No hay ni siquiera supervillanos, pero ninguno de los superhéroes se lo cree y todos creen que alguno de los demás es un ser malo y despiadado. Tom es un ser humano normal y todos los superhéroes se preguntan como puede vivir sin superpoderes en esta ciudad.
Este pequeño libro es un homenaje a la madre como fuente de vida, protectora, maestra. La decisión de ser madre supone el primer paso de una serie de acontecimientos enriquecedores. Ser madre no sólo es sinónimo de cambiar pañales, pagar estudios o comprar regalos en Navidad. Ser madre es un sentimiento, algo que casi nunca puede expresarse con palabras. Algunos lo llaman instinto maternal; otros simplemente, amor de madre. Los escritores y pensadores que han reflexionado sobre la maternidad también han llegado a esta conclusión: ser madre es una sensación única y trascendente.
( ) los años del pasado se diluyen en la dorada y vaporosa atmósfera de la tarde veraniega del presente, somos otra vez niños y nos recorre como un hálito espiritual el barrunto de lo supremo que quiere revelarse en la capacidad humana. Así escribía Hugo von Hofmannsthal diez años después de la temprana muerte de Edgar Karg von Bebenburg. Jamás se extinguieron en él la imagen del amigo y el sonido de los exaltados ánimos juveniles. Ninguna otra parte de su inagotable correspondencia epistolar se inscribe tanto bajo el signo de la juventud y de la amistad juvenil como la mantenida con Karg, ninguna ilumina tanto la juventud personal del poeta, su singular atmósfera y el círculo existencial de los jóvenes aristócratas en aquella vertiente del siglo. No es ésta una correspondencia epistolar literaria. Edgar Karg no era un intelectual, no era un artista. Cuando se encontró por primera vez con Hugo von Hofmannsthal, en agosto de 1892, en el Wolfgangsee, era un simple cadete de la Marina. La profesión de marino le trasladó a lejanas regiones del mundo, pero una enfermedad pulmonar puso pronto fin a su vida. Edgar Karg von Bebenburg falleció en junio de 1905, cuando aún no había cumplido los treinta y tres años. Estos días, escribía Hofmannsthal a Bodenhausen, he perdido a uno de mis más queridos amigos de juventud, una de las personas mejores y más exquisitas, víctima de una terrible enfermedad. En algunos aspectos recuerda las figuras talladas en madera, observa Mary E. Gilbert: así debió de atraer Karg al poeta con su espontaneidad, con aquella vitalidad que irradiaba inalterable incluso bajo el sufrimiento, con su abierta cordialidad, su fidelidad y su receptividad henchida de sensibilidad. Era una persona capaz de comunicación viva y pura, necesitado de aprendizaje y de buenos consejos. Hofmannsthal dedicó en 1904 su ensayo epistolar Die Briefe des jungen Goethe (Las cartas del joven Goethe) al teniente de navío E. K. Pero esta amistad no se acreditaba tan sólo en los nobles y elevados sentimientos que recuerdan los vínculos de los jóvenes románticos y nazarenos. Hofmannsthal ayudó a Karg con consejos prácticos y aportaciones económicas y se esforzó por buscar soluciones a algunas situaciones embrolladas de su vida. Pero este diálogo epistolar es, sobre todo, testimonio de la atmósfera austriaca, vienesa, en la que se ha desarrollado.
El Misangelio y La memoria de Quevedo son, por tanto, la burla de un dios adusto y la invención de un dios ridículo una teología desrealizada y una religión apócrifa: un Lucifer manso que ríe y un Dios poderoso que amenaza; un desengaño literario que urde un descreimiento doctrinal, testimoniando cómo los siglos quitan valor a la muerte de Jesús al hacer dichosas las décadas que preceden a su advenimiento, o hallándose los hombres tan crueles como poco antes de su suplicio.
Primero su nombre: Ínsula, porque alude a nuestra condición canaria; y de Babel, porque son los ecos de la palabra, múltiple y plural, los que identifican su esencia. En este volumen se reúnen quince textos críticos aparecidos lo largo del tiempo en diversas revistas canarias y también de fuera de nuestras fronteras.Los ensayos críticos que ahora se ofrecen tienen como denominador común su relación con Canarias, su literatura y otras manifestaciones artísticas. En esos ensayos, la expresión poética funde y confunde sus límites con el discurso crítico, algo que al autor atrae extraordinariamente y que ha venido practicando a lo largo de su trayectoria. Asimismo, en otras ocasiones es el acento memorialístico, la evocación personal y subjetiva de situaciones o autores, lo que se suma a la palabra crítica, completando así desde el testimonio íntimo el alcance de una mirada que no renuncia a su propuesta reflexiva.
El trabajo que aquí se presenta nace del espíritu de preservación y análisis de la cuentística de las escritoras de nuestros días. Se nutre, además, del pensamiento feminista que anima a muchas de ellas, y está presidido por el convencimiento de que no existe la obra desligada de una tradición o de un contexto dado. Todo texto inscribe una ideología y todo texto, también, contesta a otro, previo a él o, incluso, posterior. Los que aquí se analizarán, las consideradas versiones clásicas, canónicas y oficiales del cuento de Cenicienta y las posteriores revisiones que varias autoras contemporáneas han hecho de ellas, se relacionan entre sí de manera dialógica. La confrontación de ambas ha de resultar sumamente interesante. El objetivo último es hallar los códigos ideológicos que subyacen en cada uno de los dos grupos y, asimismo, demostrar que el contexto histórico modifica de manera sustancial la obra literaria, razón por la que las Cenicientas de hoy en día difieren radicalmente de las de épocas pretéritas. La originalidad de todas estas revisiones feministas reside en ser respuestas manifiestas a la tradición ortodoxa, en el hecho de que se hayan convertido en continuación de las voces silenciadas de autoras de los siglos XVII, XVIII y XIX, y, finalmente, en constituir la plasmación literaria de un ideario: el feminista.