El autor de esta obra nos recuerda todo su prolongado e ininterrumpido vía crucis personal, y lo hace apoyándose en palabras o gestos a los que en su día se dio poca importancia, pero que analizados en su con-junto y desde la perspectiva que nos da su santa muerte, cobran su verdadero mensaje y significado.
Los salmos son escuela do oración y nuestro conocidísimo autor nos ayuda en estas páginas a orar el Salmo 50, ofreciendo también sugerentes preguntas al final de cada capítulo que ayudan al lector a centrar su lectura y meditación. Su comentario de divide en tres partes: pasado, presente y futuro. En la primera, invita a descubrir la misericordia y bondad del Señor para poder superar la depresión causada por la autodestrucción del pecado. En la segunda, anima a vivir el presente como tiempo de conversión, ejercitando así la virtud de la humildad al reconocerse necesitado de la misericordia de Dios. Sin humildad, recuerda el autor, no hay encuentro con el Señor. Para terminar, nos anima a vivir en esperanza, alegres, confiados. Con este Salmo, el cristiano recorre un camino comunitario: nace en la confesión de los pecados, transcurre por las sendas de la renovación interior y termina en el compromiso misionero.
Incluso aunque no haya sido acosado descaradamente por el Diablo, como últimamente al Cura de Ars, a Marta Robin o al Padre Pío, todo creyente de fe profunda, ha de recordar la recomendación de Jesús: "No te-máis a los que solo pueden matar el cuerpo y nada más. Temed, más bien, a quien, después de matar, tiene poder para arrojar al fuego. Sí, os lo repito, temed a ese" (Lc 12,5). Nuestro famoso autor, sirviéndose como san Pablo, de un lenguaje militar, comienza por analizar de cerca las tácticas de Satán, para proponer a continua-ción las que hemos de adoptar nosotros si queremos dar un verdadero "jaque mate" al Rey de las Tinieblas.
Esta selecta Antología de escritos del beato Marcelo Spínola perfila su ideal del sacerdote: un hombre con el anhelo de vivir para Dios y para el prójimo; estar todo el día a disposición de quien le necesitase; no tener nada propio; luchar incesantemente con los enemigos de Cristo y de su Iglesia, y por premio a tanto heroísmo, no esperar otro galardón que el testimonio de la buena conciencia y de la bendición de Dios. Y todo eso, no es ya simplemente bello, sino hasta sublime.