Hay en cada poema de José Emilio Pacheco una clara voluntad de iluminar el lenguaje y el mundo por medio de una reflexión moral sobre nuestra condición: sus textos consiguen levantar -en medio del ruido y el silencio sin sentido- mecanismos cristalinos a través de los cuales podemos ver, sentir y pensar la realidad circundante. La materia, la inteligencia y la sensibilidad se nos aparecen, así, en esta escritura ejemplarmente equilibrada, en todas sus dimensiones: junto a la tragedia y el desgarramiento, la irrisión y la ironía ácida del poder y el cinismo; al lado de la violencia, el fulgor de la hermosura que en su fragilidad alimenta su fuerza y su presencia y nos acerca, acaso, a algo semejante a la salvación. Cada tema contiene su contratema y en el roce de ambos surge la chispa de la intuición poética para unirlos, separarlos, lanzarlos más allá de sus identidades cambiantes; las palabras que los recogen y los expresan en EL SILENCIO DE LA LUNA son una lección de transparencia.
Tras la muerte de su madrina, la humilde joven Maria Joya hereda su oficio de yerbera oficial en Guayacán, un pequeño pueblo situado en la ladera del Volcán de Fuego. Joyita irá descubriendo el prodigioso y telúrico destino que le aguarda cuando los convidados del Volcán, una misteriosa cofradía, la requieran para iniciarla en sus propios poderes.Por medio del don de penetrar en los sueños de los mortales aprenderá a "descubrir, a través de lo que los demás desean, aman, o temen, la esencia de su verdadera naturaleza". Un viaje alucinante que difumina magistralmente las fronteras entre la realidad de la vida rural y sus gentes sencillas y el poder de la fuerza interior y la imaginación.