Una memoria personal y apasionante del mundo cultural de las últimas décadas. Por el ganador de los premios Canarias de Literatura, Benito Pérez Armas, Azorín de Novela y Nacional de Periodismo Cultural. «Entre los cristales rotos de mi memoria hay fulgores, estrellas con las que a veces alumbro y alivio los desastres y otras despedidas. Y con frecuencia acuden a ella, por su cuenta, algunos personajes y se instalan ahí.» «La materia de la que está hecha mi memoria es mi manera de ver la realidad», dijo en una ocasión Juan Cruz Ruiz, figura puente entre distintas generaciones de escritores, artistas, editores y periodistas. Desde la experiencia vivida junto a algunos de los principales protagonistas de la cultura contemporánea, llena de anécdotas, de momentos únicos que forjaron amistades, en cada capítulo de este libro el autor ofrece la semblanza personal de uno de ellos, que ahonda en su personalidad íntima y dibuja también su alma, instantes de sus vidas y de sus sentimientos. Günter Grass, Patti Smith, José Saramago, Dulce Chacón, José Manuel Caballero Bonald, J. K. Rowling, Carlos Fuentes, Carmen Balcells, Mario Vargas Llosa, Leonard Cohen, Gabriel García Márquez, Ingmar Bergman... La literatura, la música, el cine y el arte emanados de este libro rompen las fronteras y atraviesan décadas para ofrecernos un relato evocador y brillante sobre el mundo cultural de los últimos cincuenta años. La crítica ha dicho sobre el autor y su obra:«Ha escrito Juan Cruz en Un golpe de vida un texto humano, lúcido, único de un periodista que se ha convertido en uno de los escritores más importantes de la lengua.»Jorge Fernández Díaz, autor de Mamá «Los libros de Juan Cruz Ruiz son una alianza de géneros, en los que el lirismo, el relato, la introspección y la nostalgia juntan poesía y prosa.»Mario Vargas Llosa «Tiene un estilo cálido y brillante.»José Saramago «La pasión por la vida y la escritura y el deslumbramiento ante la belleza son aspectos muy presentes en el universo narrativo de Juan Cruz.»Qué Leer «Geografía lírica de la memoria. La fabulación novelesca, el fragmento poético, el relato de los sueños, la reflexión y el retrato. El periodista y escritor Juan Cruz ha recurrido a los más diversos géneros literarios a la hora de repasar fragmentariamente sus propios recuerdos.»Jordi Gracia, Babelia «Juan Cruz es el descendiente directo de Ramón Gómez de la Serna: el ribeteador de las palabras. Un hombre que se la pasa preguntando, como García Márquez.»Jorge F. Hernández
David Lynch realiza una original incursión en el género biográfico. Un libro magnético y particular. Espacio para soñar ofrece una mirada insólita a la vida personal y creativa del cineasta David Lynch, a través de sus propias palabras y las de sus colegas más próximos, amigos y parientes. En este libro singular, a caballo entre la biografía y las memorias, David Lynch se sincera por primera vez acerca de una vida dedicada a perseguir un imaginario único, deteniéndose en las penurias y las luchas que soportó para llevar a buen puerto sus proyectos heterodoxos. Las reflexiones de Lynch --líricas, íntimas y sin tapujos-- parten, capítulo tras capítulo, de las secciones biográficas que aporta su estrecha colaboradora Kristine McKenna, sustentadas en más de cien entrevistas inéditas con ex mujeres sorprendentemente francas, miembros de su familia, actores, agentes, músicos y colegas en todo tipo de disciplinas, cada uno con su propia versión de lo ocurrido. Espacio para soñar es un libro llamado a no perecer jamás, un pase exclusivo a las bambalinas de la vida y la mente de uno de los artistas más enigmáticos y sustancialmente originales de nuestro tiempo. La crítica ha dicho...«Si esperaban que la biografía de David Lynch fuese como cualquier otra, es que nunca han visto una de sus películas. Un libro fascinante.»The New York Times «Espacio para soñar bien podría ser el evangelio según David Lynch. Aquí hay infinidad de informaciones inéditas incluso para los más fanáticos. Y todo está contado con el formidable encanto del cineasta, una mezcla de entusiasmo juvenil y sabidurá cósmica.»The Washington Post «Las memorias de David Lynch iluminan los orígenes de su arte. El humor y las excentricidades de sus recuerdos y observaciones son uno de los innegables atractivos de este libro.»The Economist «Lynch es todo un maestro para los locos perversos e inquietantes, y también para los locos del montón.»The Sunday Times «Un libro gozosamente fuera de lo convencional. Lynch escribe como habla. Es plana y llanamente directo, alegremente profano y se entusiasma repentinamente con lo más inesperado.»The Big Issue «Descubrimos o redescubrimos aspectos singulares de su singular personalidad, todo ello desde una perspectiva honesta, algo excéntrica y también a ratos divertida y cálida. [...] A medio camino entre la biografía y las memorias, es un documento esencial para comprender mejor su a veces incomprensible universo.»Fotogramas «Para los que aman el delirio cinematográfico lynchiano. Espacio para soñar acaba por convertirse en un artefacto biográfico curioso e inevitablemente extraño.»Zenda Libros
Adeu a tot això és un llibre de memòries de joventut, publicat per primera vegada quan Graves tenia tot just trenta-quatre anys. Això no obstant, constitueix una crònica literària excepcional del desenvolupament de la Primera Guerra Mundial per part d?algú que en va fer una llarga i intensa experiència des de les trinxeres. L?escenari extrem de la guerra permet a Graves oferir-nos un retrat de l?ànima humana en tota la seva nuesa, sense renunciar a dosis importants de la ironia i la irreverència que l?han fet cèlebre i que, potser, són l?únic instrument que permet apropar-se amb la distància necessària a una realitat tan dramàtica. D?ençà de la seva primera edició (1929) i de la seva reedició revisada (1957), Adeu a tot això no ha deixat de sumar lectors entusiastes i s?ha convertit en un clàssic del gènere autobiogràfic de la literatura mundial.
Este libro cuenta la historia de un hombre con buena suerte. De un periodista con unos inicios nada fáciles, pero que siempre, incluso en las circunstancias más adversas, se ha sentido afortunado. Por la memoria de Mariano Guindal desfilan recuerdos de una infancia muy humilde en un barrio de chabolas de la periferia de Madrid en los años cincuenta. También una adolescencia en la que tuvo que combinar estudios y trabajo, más un despertar sexual arduo en aquella España nacionalcatólica. Su juventud la marcaron su aprendizaje como reportero en la agencia Colpisa, bajo la batuta de Manu Leguineche, y los últimos estertores de la dictadura, y su madurez, ya como periodista de prestigio, los acontecimientos de la joven democracia española que le tocó vivir, su mujer Mar y sus tres hijos, con los que ha viajado por todo el mundo. Mezclando ternura, humor e ingenuidad, Mariano Guindal teje en este libro un potente universo en torno a su profesión y su vida. Historias, anécdotas y conversaciones con personajes de primera línea componen un collage de los últimos sesenta años en el que no faltan los grandes temas universales: la amistad, la verdad, el amor, la enfermedad o la muerte. Y la suerte, claro.
¿No sabes qué regalar estas navidades y un libro te sabe a poco? Tenemos la respuesta a tus necesidades navideñas: ¡regala tres libros! Pero no tres libros cualquiera, sino los tres libros que te harán quedar de fábula. Si la persona ala que vas a regalar le gusta Bob Dylan aquí tienes un pack de premio, en una preciosa y elegante caja de regalo, que incluye sus memorias, Crónicas I; su narrativa en Tarántula y toda su obra poética en Letras completas.
Este libro es un regalo entrañable para una persona especial: un familiar, un amigo/a, tu pareja Contiene más de cien preguntas con las que descubrirás detalles hasta ahora desconocidos de su vida. También podrá añadir fotografías y revivir momentos ino
Publicadas en "La Esfera" en 1915-16, "Memorias de un desmemoriado" de Benito Pérez Galdós combina la literatura de viajes con los progresos en la gestación de su obra. Reyes, políticos, curas e intelectuales, ciudades y paisajes, desfilan al caprichoso vaivén de la memoria bajo el talante socarrón de un liberal irredento. Evocación de una vida que, en la presente edición, se acompaña de la crónica de su encuentro con la destronada reina Isabel, así como de una selección de artículos periodísticos previos a su producción novelística.
Oculta entre el denso follaje de la selva de la bahía de Bengala, vive una población única de tigres. A diferencia de sus congéneres del resto del mundo, que evitan a los humanos, estos animales se alimentan de personas, cientos cada año. Hay pueblos en los que no existe una sola mujer que no haya perdido a su marido, su hermano o su hijo devorado por un tigre. Sin embargo, allí el tigre es una figura de adoración: todos respetan a Daksin Ray, el dios tigre, y consideran a estos animales seres sagrados y mágicos. Como en una leyenda oriental, como en una expedición visionaria, Sy Montgomery nos guía ?ella, que a punto estuvo de no regresar tras sufrir la persecución de uno de estos poderosos felinos? por un territorio real, pero en el que la naturaleza y lo divino son una misma cosa. Allí siempre se está a merced de algo invisible, el cambio es la única constante y los chamanes la única protección aparente. Allí la naturaleza no conoce reglas: los peces trepan a los árboles, las hojas se convierten en pájaros, los grandes mamíferos beben agua salada, las raíces crecen hacia el cielo? Y los tigres, según cuentan todos, se materializan tras una brizna de hierba, hacen encoger los cuerpos humanos y se elevan desde aguas profundas para aparecer en la cubierta de un barco. De repente, pisando suelos que lo engullen todo y recorriendo junglas donde cada cosa es a la vez otra, recordamos que, bajo toda nuestra cultura y toda nuestra ropa, en nuestros sueños más oscuros, los monstruos depredadores siguen dándonos caza por la noche. Al desgarrar nuestro cuerpo con sus dientes, el tigre expone una verdad que los occidentales intentamos olvidar a toda costa: que todos, ciervo y jabalí, serpiente y pez, astronauta y mendigo, estamos hechos de carne. Así vislumbramos un entendimiento más sabio y antiguo sobre nosotros mismos, pero también sobre los tigres y su papel, tan frágil como crucial, en el equilibrio ecológico y espiritual de nuestro mundo.
Tras casi dos décadas viviendo fuera de Estados Unidos, en 1832 Irving decidió regresar a casa, convertido ya en una auténtica celebridad literaria. Pero su carácter no era precisamente sedentario: de inmediato volvió a embarcarse en un gran viaje, esta vez por los territorios más remotos de su país. En pleno recrudecimiento de las guerras indias, se incorporó a una expedición de los rangers más allá de la frontera jamás pisada por el hombre blanco, en los territorios de caza de los temidos guerreros pawnis. A medio camino entre la novela de aventuras, la crónica de viaje y el dietario del naturalista, Irving relata con un tempo narrativo ágil y vivo las peripecias y riesgos de su periplo, al tiempo que da cuenta de la belleza primigenia y aún intacta de los grandes paisajes norteamericanos. Muy pocos escritores habían descrito aquellas sublimes inmensidades salvajes, pobladas todavía por auténticas miríadas de osos, lobos, coyotes, bisontes o pumas, y por los pocos hombres que habitaban la frontera: pioneros y colonos, cazadores y cazarrecompensas, tramperos y rangers, que Irving retrata con maestría excepcional. Pero esa frontera no sería tal sin los nativos norteamericanos, sus verdaderos moradores, a los que el hombre blanco afrenta con su política de conquista. Irving, sin embargo, denuncia la actitud injusta, despótica y prepotente de los suyos, los recién llegados, y defiende el modelo de «vida salvaje» de los nativos, en perfecta armonía con una naturaleza igualmente indómita y en clara oposición al empuje imperialista que llegaba del gobierno. Igualmente, el viaje se convierte para el escritor en una progresiva toma de conciencia del modo en que los hombres devastan a su paso la naturaleza: finalmente Irving no puede sino hundirse en la tristeza al dar caza y desposeer de la vida a su primer y único bisonte.
Me odiaría cada mañana recorre con mirada irónica (aunque siempre benévola) el mundo del cine norteamericano desde los inicios del sonoro hasta las postrimerías del siglo xx; en sus páginas se recrean las gloriosas, ridículas y a veces miserables andanzas de personajes como Louis B. Meyer, Dalton Trumbo, Marlene Dietrich, Katharine Hepburn, Spencer Tracy, Bertolt Brecht, John Huston, Elia Kazan, Darryl F. Zanuck, Otto Preminger, Edward Dmytryk o Kirk Douglas. Pero estas memorias son también un ácido testimonio de una época dominada por el miedo durante la cual un Estado democrático trató de cercenar las libertades civiles de sus ciudadanos. Ring Lardner, Jr. nació en Chicago en 1915 y murió en Nueva York en octubre de 2000. Su padre fue uno de los grandes periodistas deportivos de entreguerras y un célebre autor de relatos humorísticos (Haircut, You Know Me Al). Sus tres hermanos fueron también periodistas y escritores. Uno de ellos, Jim, moriría durante la Batalla del Ebro como voluntario de la brigada Lincoln a las órdenes del comandante Milton Wolff (Otra colina, Barataria, 2005). Ring Lardner, Jr. alcanzó un éxito precoz como guionista en el deslumbrante Hollywood de finales de los años treinta y principios de los cuarenta. En 1942 ganó un óscar por La mujer del año, la primera película del tándem Spencer Tracy/Katharine Hepburn, pero su carrera se truncó en 1947 cuando la Comisión sobre Actividades Antiamericanas decidió investigar a los sospechosos de militancia comunista en la industria cinematográfica. Lardner fue uno de los diez cineastas que se negaron a claudicar frente al celo inquisitorial que arrasaba Estados Unidos (directores como Herbert Biberman o guionistas como Dalton Trumbo formaban parte del selecto grupo). Proscrito en Hollywood, y tras cumplir diez meses de condena por desacato al Congreso, se vio forzado a trabajar bajo cuerda para la televisión. Tras dos décadas de oscurantismo, a finales de los sesenta llegó por fin su rehabilitación pública gracias a los nuevos vientos que soplaban en el país y en 1972 obtuvo un segundo óscar por el guión de la comedia antibelicista mash que dirigió Robert Altman.
Cuando, en 1951, un escritor llamado Dashiell Hammett limpiaba letrinas en una repugnante cárcel de Kentucky, en los Estados Unidos culminaba una operación que inoculó para siempre el miedo en el país. Eran los años de la caza de brujas, de los inicios de la guerra fría. Ciertamente, en 1951, Hammett era ya un escritor célebre. Había empezado a escribir en los años veinte, y lo hizo para revistas populares de consumo masivo, los pulp que tanto triunfaron en aquellos Estados Unidos que se dirigían hacia la Gran Depresión. Utilizando los recursos de una cultura de evasión que perseguía la distracción popular, Hammett cambió los contenidos del género de las historias de detectives, y lo hizo mostrando la corrupción moral y política en que vivía el país, la connivencia entre el capital y el delito, la mugre que se escondía tras los brillantes decorados y las luces de un país que se preparaba para poner al resto del mundo de rodillas. Había nacido la novela negra. Apasionado y contenido, contradictorio, bebedor, firme en sus convicciones, honesto, Hammett se comprometió con muchas causas justas, desde la solidaridad con la república española hasta el combate contra el fascismo y el nazismo. Afiliado al partido Comunista, Hammett luchó en dos guerras mundiales, compartió su vida con Lillian Hellman y murió en la pobreza. Todo eso, y Hollywood, las compañías cinematográficas, Truman y el anticomunismo, la guerra fría, McCarthy y la caza de brujas, la vida de Hammett, desfilan por las páginas de este libro. Higinio Polo es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, y ha publicado numerosos trabajos sobre cuestiones políticas y culturales. Colaborador de diversas publicaciones periodísticas, sus artículos son ampliamente difundidos en numerosas páginas web de todo el mundo. Es autor de las novelas "El caso Blondstein", "Al caer la tarde en Singapur" y "Vientre de Nácar", de los ensayos literarios "Irán, memorias del paraíso" y "Retratos (de interior)" y del ensayo político "USA, el estado delincuente".
Ninguna mujer a lo largo de la historia ha perseguido a tantos criminales de guerra como Carla del Ponte. Su carrera como fiscal alcanzó eco internacional cuando actuó contra la mafia siciliana y el blanqueo de dinero negro en Suiza, y posteriormente como acusadora de los peores criminales de guerra de las últimas décadas, en Ruanda, en Bosnia, en Croacia y en Kosovo. En estas apasionadas y documentadas memorias sobre sus años como Fiscal Jefe del Tribunal Penal Internacional para Ruanda y del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, la autora nos desvela las interioridades de su lucha contra la impunidad de los criminales de guerra responsables de genocidios, ejecuciones en masa, violaciones y deportaciones. Sin callar nada, sin eludir la polémica, con la valentía de quien ha descendido a los infiernos, Carla del Ponte explica su lucha contra la impunidad de los peores genocidas, incluidos Slovodan Milosevic, Radovan Karadzic y Ratko Mladic, acusados de la matanza de Sebrenica en 1995. El imprescindible testimonio de una mujer valiente. Una luchadora por la justicia y contra la impunidad de los genocidas.
La diferencia de Caza mayor con Las máscaras furtivas es que, siendo como es una historia de agentes secretos, los de Las máscaras son imaginarios (más o menos) y los de Caza mayor son reales. Esos personajes reales se mezclan con otros más o menos imaginarios. Yo no sé si esto es bueno o malo; lo que sé es que eso es lo que me divierte cuando escribo. Mis personajes tendrán todos los defectos del mundo, pero no se dividen en buenos y en malos y, aquí menos que nunca, tratan de aparecer como héroes o como mártires. Tampoco es que sean antihéroes, pero tampoco pretenden ser ejemplares, sino que humildemente se hacen preguntas, abrigan dudas y dejan que el azar o la Providencia despejen sus incógnitas. Muchos de ellos, tanto los reales como los imaginarios, han dejado testimonio escrito de sus peripecias o incluso memorias, biografías y entrevistas, pero raro es el que haya hecho una confesión general. En general, todo el que se confiesa se confiesa a medias, como González Ruano, porque nadie se ve como es, sino como cree ser. Tampoco el que escribe sobre ellos los capta en su integridad, pero al menos da una imagen distinta o aporta una tesela al mosaico de la etopeya. Caza mayor es por así decir un relato entre paréntesis, un paréntesis que se abre en Jerez de la Frontera y se cierra en Doñana en el año de gracia de 1927, antes de que la máquina del tiempo proyectara el gran documental del siglo XX, que esto es lo que es en realidad Caza mayor. AQUILINO DUQUE nació en Sevilla el 6 de enero de 1931, pero su infancia transcurrió en Zufre y su adolescencia en Higuera de la Sierra. Cursó estudios medios y superiores en Sevilla y amplió estudios en Inglaterra y Estados Unidos. Cultivador de géneros diversos, tiene el premio «Washington Irving» de cuentos, el «Leopoldo Panero» y el «Fastenrath» de poesía, más el Nacional de Literatura por su novela El mono azul. Es individuo de número de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y ha residido en diversos países como profesor visitante y como funcionario internacional. Otras novelas suyas son Las máscaras furtivas, El piojo rojo, La loca de Chillán (Pre-textos, Valencia). Otras obras en Editorial Renacimiento son La Operación Marabú y otros relatos (narrativa) y Entreluces (poesía).
James Ellroy, el legendario autor de novela policiaca, nos ofrece unas memorias crudas y brutalmente sinceras. En 1959 James Ellroy tenía diez años. Un día, después de hacerle un regalo, su madre, Jean Hilliker, que acababa de divorciarse de su marido, le dio a elegir entre vivir con ella o con su padre. James eligió a su padre sin dudarlo y Jean zanjó el asunto con una bofetada. Desde el suelo, James deseó que se muriera y tres meses después fue asesinada. En torno a este hecho, James Ellroy reconstruye su infancia desestructurada, los delitos de su época adolescente y la temporada que pasó en la cárcel, su vida como escritor, su avidez sexual, sus matrimonios fallidos y la crisis nerviosa que tuvo cuando conoció a una mujer extraordinaria que podría haber sido Ella. Superponiendo épocas y lugares, momentos cargados de emoción e instantes llenos de clarividencia, Ellroy narra la historia de su vida con el pulso narrativo de sus mejores novelas. La crítica ha dicho... «El último libro de James Ellroy es también el más íntimo y personal. Es convincente e implacable en sus revelaciones. Sus frases hacen que te sientas agradecido de leer su prosa, cargada de esa furia, pasión y energía maravillosas.»San Francisco Chronicle «Quizá las memorias más confesionales que he leído nunca.»Dallas Morning News
Hay un dicho latino de origen medieval que acude a la memoria leyendo estas experiencias de un juez: «No hay verdadera justicia sin bondad» (Nulla iustitia est vera sine bonitate). ¡La verdadera justicia, casi nada! Algo inalcanzable, y en cualquier caso temerariamente incierto. «No juzguéis y no seréis juzgados», se dice en los Evangelios, pero ¿qué pasa cuando uno está en esta vida, profesionalmente hablando, para juzgar, cuando se juzga por obligación porque se es juez? ¿Se espera de él que sea como una máquina de dispensar sentencias -es tentador el uso aquí del verbo despachar- pulsando las teclas de los códigos legales que corresponden a cada asunto? A tal delito probado, tal castigo, quizá con un tanto por ciento de descuento por los atenuantes que establece la ley; o al revés, con mayor pena por premeditación, nocturnidad, alevosía, etc. Todo previsto y regulado, bien medido, sin posible error ni alternativa. Olos jueces no deberían serlo sin bondad, administrando justicia, por así decirlo, después de consultar con su corazón. Sistema tan subjetivo que no permitiría dar sentencias sólidas, con base legal. Entre los dos extremos, la impasibilidad (que en latín significa, ay, ser incapaz de sentir) y la efusión del sentimiento, los jueces parecen condenados por sí mismos a desdoblarse dramáticamente en dos personas antitéticas, tal vez inconciliables. Al leer estas páginas de Miguel Ángel del Arco Torres se revive este conflicto interior que no tiene solución. Dura lex, se suele decir, pero hay que atenerse a ella y, en medio de la intrincada selva de casos judiciales que se nos describen, no es posible dejar de sentir compasión por tantas víctimas de la justicia ciega, y quizá no siempre hecha en beneficio de los más débiles. Y es inevitable pensar que cuando uno de éstos va a ser aplastado por la maquinaria de las leyes, ¿por qué no saltárselas a la torera prestando oídos a la conciencia? En el capítulo cuarenta y dos de la segunda parte de El Quijote el caballero da unos consejos a Sancho para que sea buen juez en el gobierno de su ínsula; máximas de oro, llenas de bondad y sentido común, como «no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo», o «si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia», término este último que remite etimológicamente a un corazón que se apiada. Cervantes, tan humano, que sufrió penas de prisión, por lo que creemos saber a causa de jueces demasiado severos, sugiere que hay que ser bueno, y el príncipe Hamlet viene a decir lo mismo cuando recuerda a Polonio que hay que tratar a los demás mejor de lo que se merecen, ya que si los tratamos según sus méritos, «¿quién se iba a librar de unos azotes?». Estamos hablando de una novela, de una obra de teatro, es decir, ficciones, mentiras, aunque muy significativas, pero en la vida cotidiana es dudoso que pueda hacerse lo mismo. Dudoso y muy difícil. En cada página de este libro de Miguel Ángel del Arco Torres se advierte un desgarramiento moral, preguntas que no tienen respuestas claras, siempre el desánimo y la desazón de vivir unas situaciones que casi nunca admiten una salida digna. Aquí Su Señoría (por cierto, un pomposo título, prácticamente nobiliario, para personas puestas en el fiel de la balanza) se despoja de su toga y comparte con nosotros sus dudas, su inquietud, a menudo su dolor ante todo lo que pasa por sus manos. En forma de papeles, aunque en cada uno de ellos hay vidas. Es quien tiene que «administrar esta cosa sutilísima, invisible, casi fantástica, que se llama Justicia, y que los hombres aseguran que no existe sobre la tierra», según palabras de Azorín (y hay que ver qué adjetivos tan certeros encuentra el escritor). Como si manejara a golpe de fórmulas legales personas de carne y hueso, y él, con temor y temblor, tuviera que decidir su destino, haciéndose responsable de lo que será de ellos. Antes los jueces se veían como un poder oculto y casi inaccesible, proverbialmente se decía de alguien que tenía cara de juez cuando se mostraba adusto y catoniano; parecían como una emanación de la abstracta Justicia; en el cine los veíamos como la última palabra que zanjaba nuestros conflictos, severos, inflexibles, ¿eran de este mundo? Y de ellos se hablaba muy poco, parecían lejanos, impersonales. Todo ha cambiado, ahora en la prensa y en la televisión hay muchas noticias de jueces, conocemos su nombre, su semblante, los casos en que se ocupan, si entran o salen de un juzgado les asedian periodistas y fotógrafos, y las cámaras registran su aire esquivo y superior, siempre con prisas, sin rebajarse a contestar a lo que les preguntan. Algunos son verdaderas vedettes, y su nombre es casi tan popular como el del más célebre de los futbolistas. La carrera judicial les viene estrecha, no ocultan su ambición, escalan puestos, entran y salen de la vida política, quieren ser por lo menos ministros, si nomás, y no le harían ascos a juzgar desde altísimos sitiales a los hombres más malos del mundo entero. Sus sentencias son controvertidas y más o menos inexplicables, manifiestamente reciben consignas de los que mandan, retrasan años y años los asuntos que conviene retardar, sin dar explicaciones... El juez que se confiesa en este libro no es de ésos. Es un hombre que ha visto y padecido muchas cosas, desde la posguerra hasta hoy, de origen modesto y a quien nadie le ha regalado nada; tiene una larga experiencia de inocentes atropellados por la ley, de sinvergüenzas, de casos de abuso y venalidad, de situaciones que no se pueden resolver. También de hombres justos que han hecho lo posible: cumplir con su deber. Porque en el laberinto del mundo judicial no faltan las personas buenas, con rectitud de criterio, conscientes, ejemplares. También ellos son la Justicia, aunque a menudo parezcan menos visibles, porque lo monstruoso llama más la atención. Alguien dijo que con los buenos sentimientos se hace la mala literatura, y tal vez se equivocó por el afán de hacer una frase cínica. Pero lo cierto es que en la historia de la novela se recuerdan más las caricaturas atroces que las visiones más ponderadas. Seguimos leyendo El primo Pons de Balzac, Casa desolada de Dickens, El proceso de Kafka... Atropellos, injusticia, venalidad, horrores... Miguel Ángel del Arco Torres no es precisamente el primero en denunciar estas lacras, el lado oscuro de la ley, pero si algún lector quiere equilibrar la balanza contando experiencias muy distintas, se le agradecerá la puntualización. Como suele decirse, cada cual habla de la feria según le ha ido. Y este juez que ha vivido mucho ¿qué puede hacer? Pues contarlo, con pasión y humildad, sin escándalo, evitando los nombres propios, pero con todos los detalles, para que no quepa la menor duda. Seriamente, porque los temas son serios, pero también con mucho humor, que es la sal de la vida, con un sinfín de pormenores chuscos y disparatados que configuran una magnífica crónica de la vida judicial. A veces con fantasías irónicas, otras descendiendo a descarnadas anécdotas, siempre ameno, expresivo, claro, para que le entienda todo el mundo, para que sepamos cómo se puede ser juez y sobrevivir a esos duros trances. En ocasiones narrando episodios de pura chanza, porque en la vida hay de todo, a menudo con sucesos terribles que dejan un poso de amargura, porque no siempre se pueden resolver los problemas con la ley en la mano; sin olvidar evocaciones personales, historias agridulces, fantasías divertidamente reveladoras (como la del «juez de la horca», que el cine ha hecho imperecedera y que podremos leer en la segunda parte de estas memorias), paradójicas situaciones («El mecanógrafo pensante») que nos hacen descubrir el envés de las sentencias más solemnes. También se nos habla de personajes -testigos y peritos falsos, confidentes o soplones- que son el lado oscuro, y puede que necesario, de la Justicia. Miguel Ángel del Arco Torres sabotea el abstruso ritual del lenguaje forense -secreto para los profanos, es decir, para casi todo el mundo, no sea que alguien pueda entenderlo y discutirlo- y, con tacto y una fina sensibilidad, rehúye las moralejas; no quiere teorizar, dejando que los hechos hablen por sí mismos; se sitúa pulcramente al margen de las trifulcas políticas; más que presumir de tener razón, quiere poner al descubierto la verdad de los dramas que ha vivido. No aspira a demostrar nada, la realidad no se demuestra, sólo se hace visible. Para que entendamos. La Justicia, así, con mayúscula, se ha representado mil veces en la historia del arte; fijémonos en una de sus alegorías: en la basílica de San Pedro al admirable Bernini se debe el monumento al papa Urbano VIII. El Pontífice, en bronce, levanta la mano derecha para bendecir -quizá también para imponer su autoridad, no se sabe-, a sus pies el sepulcro, del que sale una figura alada de la muerte, y a ambos lados, apoyándose en el sarcófago, en mármol blanco, el Amor (Caritas), la mayor de las virtudes cristianas según san Pablo, y la Justicia, la principal de las virtudes cardinales. La Justicia lleva una enorme espada, símbolo de su autoridad y poder, pero no la empuña, la deja descansar sobre el hombro; a diferencia del Amor, que sonríe dando el pecho a un niño, parece pensativa, ensimismada, en lo que alguien ha llamado «un éxtasis de tristeza» que tal vez busca inspiración en las alturas o dentro de sí misma. Un amorcillo juega entre los pliegues de su manto, como podría hacer un niño travieso, porque la vida cotidiana no le puede ser ajena. Y desde luego no tiene ninguna venda ante los ojos, es muy posible que lo que haya visto no fuera halagüeño, somos así, no cabe la menor duda, y reflexiona cavilosamente. Antes de echar mano al espadón hay que pensárselo bien y, por qué no, dar testimonio de lo vivido. Señoría, gracias por estas palabras doloridas y exigentes que no sólo hablan de una profesión muy difícil («imposible» la considera Azorín), sino que también retratan la condición humana y nuestras contradicciones