Entre 1805 y 1806, Jan Potocki, partiendo de Petersburgo, atraviesa Siberia hasta sus confines sudorientales, se incorpora en Irkutsk a una embajada rusa, cruza la frontera del imperio chino, se adentra por el desierto de Gobi hasta la capital de Mongolia y, de regreso, reatraviesa Siberia por un itinerario distinto al de la ida. Ha sido el mayor de sus muchos viajes, y también el último: se propone más tarde apro-vechar la experiencia y conocimientos adquiridos en Siberia y Mongolia para "servir al estado" (ruso). Emili Olcina expone el significado de ese último viaje, el de un intelectual de la Ilustración dispuesto a actuar en política asiática en el umbral del siglo XIX: sitúa a Potocki en la encrucijada entre el fin del antiguo régimen y el comienzo de los tiempos nuevos, y aborda, en la figura de Potocki en su aventura china, el modo europeo de construir una representación de lo asiático.
Cuando ya el Tibet ha dejado de ser el lugar exótico y misterioso que aún era para Harrer o Peissel (últimos viajeros literarios por las mesetas del Techo del Mundo, antes de que Lobsang Rampa se apropiara casi en exclusiva del material lamaseista), la lectura de un libro de viajes del siglo pasado, que describe paisajes y costumbres ya muy vulgarizados, donde percibimos incluso resonancia de otros autores, sólo puede tener un objetivo: degustar el estilo del relato. Y es un estilo, el de Isabella L. Bishop a la vez nervioso y barroco, poco habitual de la literatura de viajes femenina, en el que abundan las ennumeraciones semicaóticas de hechos y elementos del paisaje, con una acumulación desbordante de efectos, de gran vigor expresivo a ratos, evidentemente ordenada a trasmitir la misma tensión, el mismo carácter de reto que el viaje parecía tener para nuestra autora. Basta comparar este estilo con el moroso y espeso ritmo narrativo de Alexandra David-Neel, sobre temas y paisajes rarecidos, para darse cuenta del injusto olvido a que Isabella L. Bishop ha estado sometida, debido sin duda a su escaso aparejo místico.
Cuando Bernardo Gutiérrez pisó la Amazonia brasileña, supo que ya había amado aquellos colores, aquellos ríos. De niño había pasado dos años en Caracas, y guardaba tenues imágenes de indígenas, aguas negras y hormigas gigantes. Fue corrigiendo aquellos recuerdos. En su último viaje, desde Manaos hasta la desembocadura del Amazonas, recorrió una tierra de doble filo, al mismo tiempo cielo y verde infierno. Naturaleza exuberante y perfumada, frente a lluvias ingobernables, humedad y barro. Del lado del cielo, la magia, los botos o delfines rosados que se convierten en hombres. Del infierno, la desigualdad crónica, los esclavos y las diezmadas tribus indígenas, las madereras y las multinacionales de la soja. Como revela el autor, el puzle amazónico está hecho de historia densa e inverosímil, con formigas de fogo de picadura abrasadora, barcos impuntualísimos y ungüentos mágicos. Este es un viaje que contiene muchos otros, un viaje por el rincón más olvidado del Brasil.
Tres personajes con vidas e historias distintas forman parte de la tripulación de un barco que esconde un secreto. Poco a poco, los protagonistas descubrirán que no son otra cosa que cebo para los tiburones cuando el barco haya acabado su misión. Un médico, un viejo cartógrafo y un niño criado en una ermita tendrán que hacer frente a un entramado de confabulaciones para poder regresar vivos a su Mediterráneo. El barco de los errantes es una novela de intriga dentro del mar y, sobre todo, es una referencia histórica de una época muy especial del comercio español y catalán con América, a través de unos personajes ficticios y una historia inventada dentro del marco histórico del siglo XVIII.
El 4 de noviembre de 1922, Howard Carter que «había estado excavando (en el Valle de los Reyes) durante seis temporadas enteras... (consiguió) un descubrimiento que sobrepasaba con mucho (sus) sueños más audaces», obviamente se estaba refiriendo al hallazgo de la tumba de Tut-Ankh-Amón hito muy importante en el mundo de la arqueología y por descontado en el mundo de los descubrimientos contemporáneos.
Fascinante libro de aventuras y viajes que sigue las huellas de cuatro científicos empeñados en aclarar los secretos de los fieros leones devoradores de hombres que habitan al sureste de Kenia. Philip Caputo, buen conocedor de lo que significa cazar y ser cazado por peligrosos depredadores, describe en este apasionante relato, la belleza, la secreta astucia y la fuerza terrible de estos animales tan magníficos como esquivos.