Hay un dicho latino de origen medieval que acude a la memoria leyendo estas experiencias de un juez: «No hay verdadera justicia sin bondad» (Nulla iustitia est vera sine bonitate). ¡La verdadera justicia, casi nada! Algo inalcanzable, y en cualquier caso temerariamente incierto. «No juzguéis y no seréis juzgados», se dice en los Evangelios, pero ¿qué pasa cuando uno está en esta vida, profesionalmente hablando, para juzgar, cuando se juzga por obligación porque se es juez? ¿Se espera de él que sea como una máquina de dispensar sentencias -es tentador el uso aquí del verbo despachar- pulsando las teclas de los códigos legales que corresponden a cada asunto? A tal delito probado, tal castigo, quizá con un tanto por ciento de descuento por los atenuantes que establece la ley; o al revés, con mayor pena por premeditación, nocturnidad, alevosía, etc. Todo previsto y regulado, bien medido, sin posible error ni alternativa. Olos jueces no deberían serlo sin bondad, administrando justicia, por así decirlo, después de consultar con su corazón. Sistema tan subjetivo que no permitiría dar sentencias sólidas, con base legal. Entre los dos extremos, la impasibilidad (que en latín significa, ay, ser incapaz de sentir) y la efusión del sentimiento, los jueces parecen condenados por sí mismos a desdoblarse dramáticamente en dos personas antitéticas, tal vez inconciliables. Al leer estas páginas de Miguel Ángel del Arco Torres se revive este conflicto interior que no tiene solución. Dura lex, se suele decir, pero hay que atenerse a ella y, en medio de la intrincada selva de casos judiciales que se nos describen, no es posible dejar de sentir compasión por tantas víctimas de la justicia ciega, y quizá no siempre hecha en beneficio de los más débiles. Y es inevitable pensar que cuando uno de éstos va a ser aplastado por la maquinaria de las leyes, ¿por qué no saltárselas a la torera prestando oídos a la conciencia? En el capítulo cuarenta y dos de la segunda parte de El Quijote el caballero da unos consejos a Sancho para que sea buen juez en el gobierno de su ínsula; máximas de oro, llenas de bondad y sentido común, como «no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo», o «si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia», término este último que remite etimológicamente a un corazón que se apiada. Cervantes, tan humano, que sufrió penas de prisión, por lo que creemos saber a causa de jueces demasiado severos, sugiere que hay que ser bueno, y el príncipe Hamlet viene a decir lo mismo cuando recuerda a Polonio que hay que tratar a los demás mejor de lo que se merecen, ya que si los tratamos según sus méritos, «¿quién se iba a librar de unos azotes?». Estamos hablando de una novela, de una obra de teatro, es decir, ficciones, mentiras, aunque muy significativas, pero en la vida cotidiana es dudoso que pueda hacerse lo mismo. Dudoso y muy difícil. En cada página de este libro de Miguel Ángel del Arco Torres se advierte un desgarramiento moral, preguntas que no tienen respuestas claras, siempre el desánimo y la desazón de vivir unas situaciones que casi nunca admiten una salida digna. Aquí Su Señoría (por cierto, un pomposo título, prácticamente nobiliario, para personas puestas en el fiel de la balanza) se despoja de su toga y comparte con nosotros sus dudas, su inquietud, a menudo su dolor ante todo lo que pasa por sus manos. En forma de papeles, aunque en cada uno de ellos hay vidas. Es quien tiene que «administrar esta cosa sutilísima, invisible, casi fantástica, que se llama Justicia, y que los hombres aseguran que no existe sobre la tierra», según palabras de Azorín (y hay que ver qué adjetivos tan certeros encuentra el escritor). Como si manejara a golpe de fórmulas legales personas de carne y hueso, y él, con temor y temblor, tuviera que decidir su destino, haciéndose responsable de lo que será de ellos. Antes los jueces se veían como un poder oculto y casi inaccesible, proverbialmente se decía de alguien que tenía cara de juez cuando se mostraba adusto y catoniano; parecían como una emanación de la abstracta Justicia; en el cine los veíamos como la última palabra que zanjaba nuestros conflictos, severos, inflexibles, ¿eran de este mundo? Y de ellos se hablaba muy poco, parecían lejanos, impersonales. Todo ha cambiado, ahora en la prensa y en la televisión hay muchas noticias de jueces, conocemos su nombre, su semblante, los casos en que se ocupan, si entran o salen de un juzgado les asedian periodistas y fotógrafos, y las cámaras registran su aire esquivo y superior, siempre con prisas, sin rebajarse a contestar a lo que les preguntan. Algunos son verdaderas vedettes, y su nombre es casi tan popular como el del más célebre de los futbolistas. La carrera judicial les viene estrecha, no ocultan su ambición, escalan puestos, entran y salen de la vida política, quieren ser por lo menos ministros, si nomás, y no le harían ascos a juzgar desde altísimos sitiales a los hombres más malos del mundo entero. Sus sentencias son controvertidas y más o menos inexplicables, manifiestamente reciben consignas de los que mandan, retrasan años y años los asuntos que conviene retardar, sin dar explicaciones... El juez que se confiesa en este libro no es de ésos. Es un hombre que ha visto y padecido muchas cosas, desde la posguerra hasta hoy, de origen modesto y a quien nadie le ha regalado nada; tiene una larga experiencia de inocentes atropellados por la ley, de sinvergüenzas, de casos de abuso y venalidad, de situaciones que no se pueden resolver. También de hombres justos que han hecho lo posible: cumplir con su deber. Porque en el laberinto del mundo judicial no faltan las personas buenas, con rectitud de criterio, conscientes, ejemplares. También ellos son la Justicia, aunque a menudo parezcan menos visibles, porque lo monstruoso llama más la atención. Alguien dijo que con los buenos sentimientos se hace la mala literatura, y tal vez se equivocó por el afán de hacer una frase cínica. Pero lo cierto es que en la historia de la novela se recuerdan más las caricaturas atroces que las visiones más ponderadas. Seguimos leyendo El primo Pons de Balzac, Casa desolada de Dickens, El proceso de Kafka... Atropellos, injusticia, venalidad, horrores... Miguel Ángel del Arco Torres no es precisamente el primero en denunciar estas lacras, el lado oscuro de la ley, pero si algún lector quiere equilibrar la balanza contando experiencias muy distintas, se le agradecerá la puntualización. Como suele decirse, cada cual habla de la feria según le ha ido. Y este juez que ha vivido mucho ¿qué puede hacer? Pues contarlo, con pasión y humildad, sin escándalo, evitando los nombres propios, pero con todos los detalles, para que no quepa la menor duda. Seriamente, porque los temas son serios, pero también con mucho humor, que es la sal de la vida, con un sinfín de pormenores chuscos y disparatados que configuran una magnífica crónica de la vida judicial. A veces con fantasías irónicas, otras descendiendo a descarnadas anécdotas, siempre ameno, expresivo, claro, para que le entienda todo el mundo, para que sepamos cómo se puede ser juez y sobrevivir a esos duros trances. En ocasiones narrando episodios de pura chanza, porque en la vida hay de todo, a menudo con sucesos terribles que dejan un poso de amargura, porque no siempre se pueden resolver los problemas con la ley en la mano; sin olvidar evocaciones personales, historias agridulces, fantasías divertidamente reveladoras (como la del «juez de la horca», que el cine ha hecho imperecedera y que podremos leer en la segunda parte de estas memorias), paradójicas situaciones («El mecanógrafo pensante») que nos hacen descubrir el envés de las sentencias más solemnes. También se nos habla de personajes -testigos y peritos falsos, confidentes o soplones- que son el lado oscuro, y puede que necesario, de la Justicia. Miguel Ángel del Arco Torres sabotea el abstruso ritual del lenguaje forense -secreto para los profanos, es decir, para casi todo el mundo, no sea que alguien pueda entenderlo y discutirlo- y, con tacto y una fina sensibilidad, rehúye las moralejas; no quiere teorizar, dejando que los hechos hablen por sí mismos; se sitúa pulcramente al margen de las trifulcas políticas; más que presumir de tener razón, quiere poner al descubierto la verdad de los dramas que ha vivido. No aspira a demostrar nada, la realidad no se demuestra, sólo se hace visible. Para que entendamos. La Justicia, así, con mayúscula, se ha representado mil veces en la historia del arte; fijémonos en una de sus alegorías: en la basílica de San Pedro al admirable Bernini se debe el monumento al papa Urbano VIII. El Pontífice, en bronce, levanta la mano derecha para bendecir -quizá también para imponer su autoridad, no se sabe-, a sus pies el sepulcro, del que sale una figura alada de la muerte, y a ambos lados, apoyándose en el sarcófago, en mármol blanco, el Amor (Caritas), la mayor de las virtudes cristianas según san Pablo, y la Justicia, la principal de las virtudes cardinales. La Justicia lleva una enorme espada, símbolo de su autoridad y poder, pero no la empuña, la deja descansar sobre el hombro; a diferencia del Amor, que sonríe dando el pecho a un niño, parece pensativa, ensimismada, en lo que alguien ha llamado «un éxtasis de tristeza» que tal vez busca inspiración en las alturas o dentro de sí misma. Un amorcillo juega entre los pliegues de su manto, como podría hacer un niño travieso, porque la vida cotidiana no le puede ser ajena. Y desde luego no tiene ninguna venda ante los ojos, es muy posible que lo que haya visto no fuera halagüeño, somos así, no cabe la menor duda, y reflexiona cavilosamente. Antes de echar mano al espadón hay que pensárselo bien y, por qué no, dar testimonio de lo vivido. Señoría, gracias por estas palabras doloridas y exigentes que no sólo hablan de una profesión muy difícil («imposible» la considera Azorín), sino que también retratan la condición humana y nuestras contradicciones
Virus significa en latín, a la vez, esperma y veneno; embarazada es la que no lleva cinto; hospital y hostilidad tienen orígenes comunes; el vocabulario de la Iglesia y del Ejército se entremezcla con el de la medicina. Este libro explora las proyecciones inesperadas de las palabras en el reino de la salud y la enfermedad, tratando de recobrar sus raíces, su historia, y las connotaciones sociales y emotivas que irradian. Etimologías, eufemismos, ambivalencias y transformaciones semánticas van jalonando un camino donde aparecen, entre otros, Rilke, Sontag, Foucault y Tolstoi, acompañando la pregunta sobre el lenguaje del sufrimiento y la cura. En la sintaxis de la enfermedad (¿en qué se asemeja contraer una enfermedad a contraer un matrimonio o una deuda?), en el léxico de la compasión, en los poemas que provocan las enfermedades terminales, las palabras van dibujando el camino de la conciencia enfrentada con el dolor en busca de esa totalidad que es la salud, en un tiempo relacionada con la salvación. Liberar el lenguaje de un sistema que traba la comunicación plena de médicos y enfermos sólo es posible si acrecentamos nuestra confianza y lucidez con respecto a los poderes terapéuticos de la palabra misma.
El presente volumen recoge diez estudios sobre textos médicos de la Antigüedad y la Edad Media escritos en griego o en latín. La atención se centra especialmente en los procedimientos y las técnicas de composición de dichos textos (compilación, segmentación, traducción, uso lingüístico, léxico técnico, géneros literarios), y en el empleo de fuentes anteriores, aspectos ambos fundamentales que hay que tener en cuenta a la hora de emprender la reconstrucción, el estudio y la edición de los mismos. Esta perspectiva se aplica a escritos antiguos y medievales dedicados a la enseñanza y la práctica de la Medicina, a traducciones de obras médicas griegas al latín, así como a escritos relativos al pulso, la ginecología, la medicina mágica y la preparación de medicamentos con sustancias procedentes de animales. En relación con ello, en el conjunto de los estudios se presta también atención a la edición y la enmienda de textos, a la vez que se obtienen conclusiones sobre su transmisión manuscrita, y sobre la doctrina expuesta en ellos y su pervivencia.
Este ensayo sobre la enfermedad miliar infantil llamada Muguet...(1790) es una obra pionera en la estomatología española, ya que es la primera descripción del Muguet conocida en España y pudiera ser conocida como el documento inaugural de la estomatología pediátrica científica española. Encabezada por un capítulo introductorio que adopta el formato de una topografía médica de la ciudad de Barcelona, en la obra destaca el conocimiento de la medicina que demuestra su autor, y la propuesta de inmunización activa frente a la enfermedad, aunque basada esta última en una observación errónea. El trabajo de Francisco Sanponts que aquí presentamos recibió el primer premio del certamen convocado por la Real Sociedad de Medicina de París. Se publicó en latín en 1790 en las Memorias de la citada Sociedad correspondientes a 1787 y 1788. Este documento se conserva en la Biblioteca del Palacio Real.
Son muchos los trabajos de investigación llevados a cabo sobre la Universidad de Huesca, y varios también los puntos de vista desde los cuales estos se han enfocado. Pero ninguno ha prestado atención a la Escuela de Gramática, que estuvo en el origen mismo de la Universidad. El presente libro está encaminado a dar luz sobre esta Escuela, centrada en el estudio del latín, disciplina que adiestraba a los alumnos para seguir los estudios universitarios posteriores, que se impartían en esa lengua. Era, pues, el fundamento de la Universidad, aunque a primera vista pueda parecer que nada representa en comparación con el enorme acervo cultural que a lo largo de los siglos significaron las diferentes Facultades de Filosofía, Medicina, Teología, Derecho Civil y Cánones. Además, en la Escuela de Gramática se llevaba a cabo la formación moral del ciudadano culto y formaba al individuo en su dimensión humana y cultural. a través del estudio de los Libros Menores en la Edad Media, y más tarde, en el Renacimiento, a través de los valores del humanismo aprendido en los escritores latinos objeto de estudio en la Escuela.
Se recogen en el presente volumen distintos trabajos sobre textos técnicos antiguos, medievales y renacentistas, que abordan la transmisión de la Ciencia desde la Antigüedad al Renacimiento estudiada desde la perspectiva de la Filología Clásica. En disciplinas como la Zoología, la Botánica y la Fitoterapia, la Medicina y la Astronomía, se abordan cuestiones relativas, por un lado, a los orígenes griegos y latinos de las ideas, a la pervivencia o el cambio de las mismas, y a su asimilación en la Edad Media y el Renacimiento. Por otro lado, se atiende a la creación y características de la lengua técnica y de transmisión de la Ciencia que, en Europa Occidental, fue durante siglos el latín. Se contemplan, por último, también los problemas que algunos de estos escritos plantearon ya en el Renacimiento y los que siguen planteando todavía en la actualidad.
Johannes de Ketham, alemán de origen y autor del Compendio de la Humana Salud, gozó de gran prestigio en su tiempo en toda Europa. Su obra, escrita en latín, fue publicada por primera vez en Venecia, en 1491. Dos años después, en 1493, aparece traducida al italiano e inmediatamente, en 1494, se vierte al español. Esta serie de traducciones y ediciones atestiguan la importancia del Compendio en el momento en que la medicina trata de abandonar el empirismo para convertirse en técnica ya sitematizada. Extracto del índice: 1. El autor y su obra: Ediciones de la traducción al español. Cómo se hizo la traducción. La lengua del texto. Normas de edición. Reglas de transcripción. Bibliografía. 2. Compendio de la humana salud: Tratado I: Compendio de la humana salud. Tratado II: De la flebotomía o sangrías. Tratado III: De los XII signos. Tratado IV: De las dolencias de las mujeres. Tratado V: De las heridas. Tratado VI: De las enfermedades del hombre.
Entre las obras médicas recopiladoras y refundidoras de las antiguas griegas y árabes que circulaban durante la Edad Media en toda Europa Occidental, sobresale el llamado Lilio de medicina,escrito en latín por Bernardo de Gordonio, pero inmediatamente traducido a las diferentes lenguas románicas. En versión castellana fue de uso obligado a lo largo de varias centurias y de ella se conservan diferentes manuscritos y ediciones, entre las cuales la versión que hoy publicamos es la maás completa. Su disposición sigue fielmente la de los tratados árabes. Está dividida en dos partes: la primera, consagrada a las enfermedades en general; la segunda, a las particulares que acontencen en las diversas zonas anatómicas, siguiendo un orden riguroso que va desde la cabeza hasta los pies.
FRANCISCO GOZALBES MARTÍNEZ (Larache, Marruecos, 1923) ha sido, antes que escritor, profesor de matemáticas y latín, peón de albañil, alférez de complemento, estibador de muelle, maestro en una tutelar de menores, pinche o galopín de cocina en pesquero de altura hasta Dakar; estudiante de Medicina, con escaramuzas de por medio e interminables noches de naipes y juegos prohibidos, también, en otro tiempo, fue ayudante de ferrallista en la construcción, contrajo matrimonio y comenzó a estudiar Derecho, luego, director de academia preparadora de oposiciones, administrativo del Ministerio del Aire, oficial administrativo en el consulado de España, padre de uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y hasta siete hijos y, mientras tanto, perito grafólogo, gerente de empresa industrial, agente comercial colegiado, técnico de laboratorio, contable de cines y otros espectáculos. También pasó por las artes, la de la pintura, el modelado, la orfebrería, manualidades de todo género como la encuadernación, el repujado de cueros, esmaltes y artesanías, pirograbado; conocimientos notables de fotografía, y diseño de relieves escultóricos... un largo y abigarrado etcétera de actividades que no le impidieron continuar con la lecturas de libros y más libros: buenos, malos y peores, hasta que en 1992 ya formando parte de la revista Nuestro Mundo vuelve a retomar la creación literaria. La mayoría de los cuentos recogidos en este libro pertenecen a este período. En la actualidad parece que ha dejado aparcada esta faceta suya y se dedica de pleno a su verdadera vocación, la del perfecto trotamundos, contento de ver mudar el paisaje cada día. Estos Cuentos y otros humos suponen su primer libro. La diversión, la emoción y la sonrisa están sobradamente aseguradas.
Diccionario de los nombres de piedras, plantas, frutos, hierbas, flores, enfermedades, causas y accidentes es el título que encabeza la obra de Alonso de los Ruyzes de Fontecha. Este diccionario aparece en 1606 como colofón de una obra médica, Diez Privilegios para mujeres preñadas, con la finalidad de informar a los estudiantes de medicina de la enorme variedad de denominaciones existentes aún en aquel comienzo del siglo XVII en el que las fuentes medievales empiezan a ser desplazadas por las clásicas, con el consiguiente cambio terminológico.Estamos ante el primer vocabulario médico en lengua castellana y esta edición es, a su vez, la primera edición crítica de esta obra fundamental desde el punto de vista científico, tanto para la historia de la ciencia como para el conocimiento de la transmisión del léxico científico. Puede considerarse también un diccionario plurilingüe en cuanto que nos da sinónimos pertenecientes a las diferentes lenguas en uso en el estudio de las ciencias, árabe, griego o latín, pero contiene numerosas erratas, por lo que el estudio de las fuentes y el abundante aparato crítico son valores inapreciables en esta primera y nueva edición.
En su peregrinar por la España de comienzosdel siglo XVII, uno en busca de la fama y el otro del gobierno de una ínsula,don Quijote y Sancho se topan con una variada muestra de la tipología humanaque puebla los reinos peninsulares, unidos bajo la Corona de los Austrias y lasombra de la Inquisición, pero separados por fueros, aduanas e idiomas.Ambos han aceptado arriesgar la reputación yla salud en el envite. Su aventura es peligrosa e incierta; su periplo,ajetreado y sin rumbo; su reposo y su refrigerio, leves, y al raso, o en ventasde mala muerte. Sufrirán contusiones y heridas que requerirán los cuidados dela medicina renacentista. Echarán cuentas con ducados, reales y maravedís. Mediráncon leguas, varas y celemines. Conocerán las instalaciones industriales de suépoca: molinos, batanes, imprentas, neveras. Se las verán con pastores ylabradores, con delincuentes y agentes del orden, con charlatanes y bromistas, ytambién con clérigos y nobles ociosos. Contemplarán como la pasión amorosaarrasa los corazones de los jóvenes. Prepararán pócimas y creerán navegar lasregiones celestes en un caballo mágico, y ser víctimas de pérfidos encantadores.Pero además, don Quijote y Sancho son grandesconversadores. Mientras viajan, hablarán del cosmos y de la creación, del cielo,del purgatorio y del infierno, de los mitos y las supersticiones; analizarán elgobierno y las cuestiones de política internacional; diseccionarán los malesdel sistema educativo, confirmarán la decadencia del latín como lengua franca ydeclararán a cada paso su inequívoca fe cristiana-católica, en aquella Españaen la que el propio papa hubiera parecido un moderado.
Este volumen recoge el facsímil de la «Practica generalis» de Joan Plaça, es decir las lecciones que impartió desde las cátedras que ocupó en la Facultad de Medicina de nuestra universidad en la segunda mitad del siglo XVI. El manuscrito consta de dos partes dedicadas a los medicamentos, la primera en latín y la segunda en valenciano con algunos breves apartados en castellano. La aportación y el conocimiento de Plaça sobre las plantas que conocía y explicaba tuvieron gran repercusión y no pasaron desapercibidos. El hallazgo en la Biblioteca del Seminario Episcopal de Padua del manuscrito, animó al Prof. López Piñero a abordar la difícil tarea de interpretar dichas lecciones, así como rememorar la brillante historia de la Facultad de Medicina de Valencia y analizar las enseñanzas en la universidad renacentista.
La escasa información bíblica sobre la egipcia Asenet provocó la proliferación de relatos que justificaran su matrimonio con un personaje de tanta relevancia como es José, hijo de Jacob. Uno de estos relatos, redactado en griego, se creó en el ambiente judío alejandrino de principios de nuestra era. Este texto, conocido hoy como Historia de José y Asenet, tuvo una enorme repercusión y fue asumido posteriormente por las comunidades cristiana e islámica, como prueban las numerosas traducciones a otras lenguas. Se presenta aquí la edición crítica, traducción castellana y estudio introductorio de la primera versión latina, efectuada en Inglaterra antes del siglo XIII, versión latina de especial relevancia por ser la que conoció y difundió Vincent de Beauvais. Antoni Biosca i Bas es doctor en Filología Latina y profesor de la Universidad de Alicante. Ha centrado su trabajo en la edición crítica de textos latinos medievales, prestando especial atención a las obras relacionadas con el Islam. Entre los autores cuya obra ha estudiado y editado, destaca el dominico Alfonso Buenhombre, autor hispano del siglo XIV, cuyo heterogéneo legado está formado por obras de polémica religiosa, medicina y hagiografía. También ha fijado su atención en la obra de Pere Marsili, dominico mallorquín de principios del siglo XIV, traductor al latín del Llibre dels fets del rey Jaume i y autor de una polémica antimusulmana. Asimismo, ha profundizado la obra de humanistas como Montaigne y ha realizado la primera traducción al castellano de la Refutación de la Donación de Constantino de Lorenzo Valla, obra de enorme impacto en el Renacimiento y de gran peso en la historia de la filología.
El misterio del cuadrado mágico desvelado dos mil años después. El descubrimiento y la traducción de un documento antiguo, escrito en latín bajo la forma de un «cuadrado mágico», desvela un mensaje llegado a Roma hace dos mil años: un testimonio preciso, dirigido al pueblo romano y a las generaciones venideras, que compuso y llevó personalmente a Roma el mismo Jesús. El documento, protegido por una estructura que ha garantizado su inviolabilidad, ha llegado a nuestros días sin haber sufrido manipulación alguna. Una clave secreta ha permitido descifrar finalmente esta composición, que durante siglos ha representado un enigma irresoluble para todos aquellos estudiosos que se han enfrentado al misterio de su contenido; esta labor ha permitido sacar de nuevo a la luz las palabras de Jesús. Hay pruebas de un intento de manipular la extraordinaria composición de la que se habla en este libro. En el documento mismo se hace referencia a quienes se opusieron a la circulación de las ideas y principios que contiene. Aparece en él un Jesús nuevo: un maestro que durante sus años juveniles, perdidos y olvidados por los Evangelios, visitó muchos países, llevando su luz tanto a tierras de Oriente, donde fue conocido con el nombre de Issa, como a Occidente, y así lo atestiguan las huellas de su paso por Britania e, incluso, por la misma Roma. Los análisis y reflexiones del libro están respaldados por numerosos códices y documentos antiguos, por los evangelios apócrifos, por fuentes autorizadas de la Iglesia primitiva, además de por los llamados «evangelios tibetanos» que se conservan en la remota ciudad de Lhassa. Hasta los días actuales, la fórmula Sator del «cuadrado mágico» conserva su aura de enigma y secreto. Muchas simpatías y rezos de la medicina popular son finalizadas con estas palabras, sea para "curar" enfermedades de humanos o de animales. Se creía hasta que esta fórmula fuera infalible en casos de incendio. La misma fórmula se encuentra en la llamada magia blanca de la Edad Media.
Abu-I-Qasim al-Zahrawi (c.936-c.1013) es uno de los médicos más representativos de al-Andalus y el cirujano más prestigioso de la España musulmana de la Edad Media. Su obra más importante se titula Ktab al-tasrif (Libro de la disposición médica) y se encuentra en diversos manuscritos árabes repartidos por varias Bibliotecas del mundo. Es un compendio teórico-práctico sobre el Arte de la Medicina, dividido en treinta maqalas; la más conocida de ellas es la trigésima sobre cirugía, que fué traducida por primera vez al latín en el siglo XII por Gerardo de Cremona y editada, con una traducción inglesa, por Johannes Channing en 1778; más recientemente, L. Leclerc la tradujo al francés en 1861; y, después, M.S. Spink y G.L. Lewis al inglés en 1973. Además, existen ediciones y traducciones parciales de otras partes de la obra, concretamente de los tratados primero, segundo, vigésimo quinto, vigésimo octavo y la parte quinta del vigésimo noveno. También tenemos la edición facsímil de todo el kitab, realizada por F. Sezgin en 1986, según el manuscrito 502 de la Biblioteca Süleymaniye de Estambul. Uno de los manuscritos aludidos antes es el catalogado con el nº 5772 de la Biblioteca Nacional de París que recoge seis maqalas, desde la décimo sexta hasta la vigésimo tercera, las cuales no han sido traducidas hasta el momento a ninguna lengua europea. En este libro, la Profesora Arvide, basándose en el manuscrito parisino, hace el estudio filológico, es decir, la edición y la traduccion de la maqala décimo sexta, que incluye un interesante tratado de polvos medicinales, muy útil para los historiadores de la Medicina, en particular, y para el público lector, en general. Este trabajo de investigación representa la primera versión española de un tratado del ilustre médico andalusí Abulcasis.