Hay un dicho latino de origen medieval que acude a la memoria leyendo estas experiencias de un juez: «No hay verdadera justicia sin bondad» (Nulla iustitia est vera sine bonitate). ¡La verdadera justicia, casi nada! Algo inalcanzable, y en cualquier caso temerariamente incierto. «No juzguéis y no seréis juzgados», se dice en los Evangelios, pero ¿qué pasa cuando uno está en esta vida, profesionalmente hablando, para juzgar, cuando se juzga por obligación porque se es juez? ¿Se espera de él que sea como una máquina de dispensar sentencias -es tentador el uso aquí del verbo despachar- pulsando las teclas de los códigos legales que corresponden a cada asunto? A tal delito probado, tal castigo, quizá con un tanto por ciento de descuento por los atenuantes que establece la ley; o al revés, con mayor pena por premeditación, nocturnidad, alevosía, etc. Todo previsto y regulado, bien medido, sin posible error ni alternativa. Olos jueces no deberían serlo sin bondad, administrando justicia, por así decirlo, después de consultar con su corazón. Sistema tan subjetivo que no permitiría dar sentencias sólidas, con base legal. Entre los dos extremos, la impasibilidad (que en latín significa, ay, ser incapaz de sentir) y la efusión del sentimiento, los jueces parecen condenados por sí mismos a desdoblarse dramáticamente en dos personas antitéticas, tal vez inconciliables. Al leer estas páginas de Miguel Ángel del Arco Torres se revive este conflicto interior que no tiene solución. Dura lex, se suele decir, pero hay que atenerse a ella y, en medio de la intrincada selva de casos judiciales que se nos describen, no es posible dejar de sentir compasión por tantas víctimas de la justicia ciega, y quizá no siempre hecha en beneficio de los más débiles. Y es inevitable pensar que cuando uno de éstos va a ser aplastado por la maquinaria de las leyes, ¿por qué no saltárselas a la torera prestando oídos a la conciencia? En el capítulo cuarenta y dos de la segunda parte de El Quijote el caballero da unos consejos a Sancho para que sea buen juez en el gobierno de su ínsula; máximas de oro, llenas de bondad y sentido común, como «no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo», o «si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia», término este último que remite etimológicamente a un corazón que se apiada. Cervantes, tan humano, que sufrió penas de prisión, por lo que creemos saber a causa de jueces demasiado severos, sugiere que hay que ser bueno, y el príncipe Hamlet viene a decir lo mismo cuando recuerda a Polonio que hay que tratar a los demás mejor de lo que se merecen, ya que si los tratamos según sus méritos, «¿quién se iba a librar de unos azotes?». Estamos hablando de una novela, de una obra de teatro, es decir, ficciones, mentiras, aunque muy significativas, pero en la vida cotidiana es dudoso que pueda hacerse lo mismo. Dudoso y muy difícil. En cada página de este libro de Miguel Ángel del Arco Torres se advierte un desgarramiento moral, preguntas que no tienen respuestas claras, siempre el desánimo y la desazón de vivir unas situaciones que casi nunca admiten una salida digna. Aquí Su Señoría (por cierto, un pomposo título, prácticamente nobiliario, para personas puestas en el fiel de la balanza) se despoja de su toga y comparte con nosotros sus dudas, su inquietud, a menudo su dolor ante todo lo que pasa por sus manos. En forma de papeles, aunque en cada uno de ellos hay vidas. Es quien tiene que «administrar esta cosa sutilísima, invisible, casi fantástica, que se llama Justicia, y que los hombres aseguran que no existe sobre la tierra», según palabras de Azorín (y hay que ver qué adjetivos tan certeros encuentra el escritor). Como si manejara a golpe de fórmulas legales personas de carne y hueso, y él, con temor y temblor, tuviera que decidir su destino, haciéndose responsable de lo que será de ellos. Antes los jueces se veían como un poder oculto y casi inaccesible, proverbialmente se decía de alguien que tenía cara de juez cuando se mostraba adusto y catoniano; parecían como una emanación de la abstracta Justicia; en el cine los veíamos como la última palabra que zanjaba nuestros conflictos, severos, inflexibles, ¿eran de este mundo? Y de ellos se hablaba muy poco, parecían lejanos, impersonales. Todo ha cambiado, ahora en la prensa y en la televisión hay muchas noticias de jueces, conocemos su nombre, su semblante, los casos en que se ocupan, si entran o salen de un juzgado les asedian periodistas y fotógrafos, y las cámaras registran su aire esquivo y superior, siempre con prisas, sin rebajarse a contestar a lo que les preguntan. Algunos son verdaderas vedettes, y su nombre es casi tan popular como el del más célebre de los futbolistas. La carrera judicial les viene estrecha, no ocultan su ambición, escalan puestos, entran y salen de la vida política, quieren ser por lo menos ministros, si nomás, y no le harían ascos a juzgar desde altísimos sitiales a los hombres más malos del mundo entero. Sus sentencias son controvertidas y más o menos inexplicables, manifiestamente reciben consignas de los que mandan, retrasan años y años los asuntos que conviene retardar, sin dar explicaciones... El juez que se confiesa en este libro no es de ésos. Es un hombre que ha visto y padecido muchas cosas, desde la posguerra hasta hoy, de origen modesto y a quien nadie le ha regalado nada; tiene una larga experiencia de inocentes atropellados por la ley, de sinvergüenzas, de casos de abuso y venalidad, de situaciones que no se pueden resolver. También de hombres justos que han hecho lo posible: cumplir con su deber. Porque en el laberinto del mundo judicial no faltan las personas buenas, con rectitud de criterio, conscientes, ejemplares. También ellos son la Justicia, aunque a menudo parezcan menos visibles, porque lo monstruoso llama más la atención. Alguien dijo que con los buenos sentimientos se hace la mala literatura, y tal vez se equivocó por el afán de hacer una frase cínica. Pero lo cierto es que en la historia de la novela se recuerdan más las caricaturas atroces que las visiones más ponderadas. Seguimos leyendo El primo Pons de Balzac, Casa desolada de Dickens, El proceso de Kafka... Atropellos, injusticia, venalidad, horrores... Miguel Ángel del Arco Torres no es precisamente el primero en denunciar estas lacras, el lado oscuro de la ley, pero si algún lector quiere equilibrar la balanza contando experiencias muy distintas, se le agradecerá la puntualización. Como suele decirse, cada cual habla de la feria según le ha ido. Y este juez que ha vivido mucho ¿qué puede hacer? Pues contarlo, con pasión y humildad, sin escándalo, evitando los nombres propios, pero con todos los detalles, para que no quepa la menor duda. Seriamente, porque los temas son serios, pero también con mucho humor, que es la sal de la vida, con un sinfín de pormenores chuscos y disparatados que configuran una magnífica crónica de la vida judicial. A veces con fantasías irónicas, otras descendiendo a descarnadas anécdotas, siempre ameno, expresivo, claro, para que le entienda todo el mundo, para que sepamos cómo se puede ser juez y sobrevivir a esos duros trances. En ocasiones narrando episodios de pura chanza, porque en la vida hay de todo, a menudo con sucesos terribles que dejan un poso de amargura, porque no siempre se pueden resolver los problemas con la ley en la mano; sin olvidar evocaciones personales, historias agridulces, fantasías divertidamente reveladoras (como la del «juez de la horca», que el cine ha hecho imperecedera y que podremos leer en la segunda parte de estas memorias), paradójicas situaciones («El mecanógrafo pensante») que nos hacen descubrir el envés de las sentencias más solemnes. También se nos habla de personajes -testigos y peritos falsos, confidentes o soplones- que son el lado oscuro, y puede que necesario, de la Justicia. Miguel Ángel del Arco Torres sabotea el abstruso ritual del lenguaje forense -secreto para los profanos, es decir, para casi todo el mundo, no sea que alguien pueda entenderlo y discutirlo- y, con tacto y una fina sensibilidad, rehúye las moralejas; no quiere teorizar, dejando que los hechos hablen por sí mismos; se sitúa pulcramente al margen de las trifulcas políticas; más que presumir de tener razón, quiere poner al descubierto la verdad de los dramas que ha vivido. No aspira a demostrar nada, la realidad no se demuestra, sólo se hace visible. Para que entendamos. La Justicia, así, con mayúscula, se ha representado mil veces en la historia del arte; fijémonos en una de sus alegorías: en la basílica de San Pedro al admirable Bernini se debe el monumento al papa Urbano VIII. El Pontífice, en bronce, levanta la mano derecha para bendecir -quizá también para imponer su autoridad, no se sabe-, a sus pies el sepulcro, del que sale una figura alada de la muerte, y a ambos lados, apoyándose en el sarcófago, en mármol blanco, el Amor (Caritas), la mayor de las virtudes cristianas según san Pablo, y la Justicia, la principal de las virtudes cardinales. La Justicia lleva una enorme espada, símbolo de su autoridad y poder, pero no la empuña, la deja descansar sobre el hombro; a diferencia del Amor, que sonríe dando el pecho a un niño, parece pensativa, ensimismada, en lo que alguien ha llamado «un éxtasis de tristeza» que tal vez busca inspiración en las alturas o dentro de sí misma. Un amorcillo juega entre los pliegues de su manto, como podría hacer un niño travieso, porque la vida cotidiana no le puede ser ajena. Y desde luego no tiene ninguna venda ante los ojos, es muy posible que lo que haya visto no fuera halagüeño, somos así, no cabe la menor duda, y reflexiona cavilosamente. Antes de echar mano al espadón hay que pensárselo bien y, por qué no, dar testimonio de lo vivido. Señoría, gracias por estas palabras doloridas y exigentes que no sólo hablan de una profesión muy difícil («imposible» la considera Azorín), sino que también retratan la condición humana y nuestras contradicciones
Cada dia les dones descobreixen mil raons per alterar-se, però saben que l'humor sempre és la millor medicina. Cada dia les dones descobreixen mil raons per alterar-se, per veure el món tan negre com aquella faldilla negríssima que van ficar a la rentadora sense saber que destenyia, però aquí tenim la gran Maitena amb el seu talent prodigiós i la seva ironia capaç d'esgarrapar la vida i endur-se'n el millor tros. En passar una història rere l'altra, de sobte veiem el món amb uns ulls diferents, i descobrim que hi ha dones a munts de totes les edats disposades a alterar el que calgui per poder tirar endavant. I sobretot, que tenen una arma poderosa: saben que no hi ha mal que duri cent anys i que l'humor sempre és la millor medicina.
Un llibre divertir i seriós però sobre tot, solidari....... Solidari perque l'import dels drets d'autor es destinen a finançar programes de suport als infants que pateixen càncer a Catalunya. Com recorda Carles Fisas al pròleg, el bon humor és una medicina, una forma de proveir-nos de benestar, que ens ajuda a viure millor el present i afrontar amb força i determinació alló que el futur ens porti.
"No somos víctimas pasivas de la enfermedad; de hecho, nuestra voluntad de vivir es un elemento básico en la recuperación."El extraordinario relato que hizo Norman Cousins de su triunfo personal sobre una grave enfermedad, dio origen, hace más de una década, a centenares de artículos y libros sobre aspectos intangibles del tratamiento médico. En él detalló con gran sinceridad sus experiencias y convicciones acerca del papel que cabe a las emociones en la lucha contra la enfermedad.Dado que compartía con los científicos el interés por encontrar las pruebas que respaldaran episodios como el suyo, que podían ser considerados anecdóticos, cousins dio una paso decisivo: dejó su trabajo como redactor del Saturday Review para aceptar un nombramiento en la facultad de Medicina de la Universidad de California en Los ángeles. Ahora, tras haber pasado diez años como comunicador e investigador en la comunidad médica, Cousins describe su apasionante empeño por encontrar la prueba -o ayudar a crearla- de que las actitudes positivas no son solamente "estados de ánimo", sino realidades bioquímicas. La investigación médica ha demostrado que el pánico, la depresión, el odio, la frustración y el miedo, pueden ejercer efectos negativos sobre la salud.Este presenta las pruebas científicas de que la esperanza, la fe, el amor, la voluntad de vivir, el contar con objetivos, la risa y la predisposición al humor ayudan a combatir las enfermedades.
Una gran proliferación de estudios, investigadores y publicaciones en todas las áreas relativas al humor, ya le reconocen como un ingrediente importante de la vida y de la salud física, psíquica y social. Las enfermeras, los médicos, los psicólogos, los terapeutas, los fisioterapeutas, los trabajadores sociales pueden utilizar el humor en su práctica con toda naturalidad, porque una vez que se entienden las razones y los beneficios que se alcanzan, se incorpora a la vida como una forma de comunicación efectiva y creativa, cono una necesidad más a tener en cuenta y como uno de los derechos que tenemos las personas a vivir en un ambiente más positivo y más saludable. El humor provoca la risa y este reflejo humano representa nuestra alegría, pero también descarga el estrés acumulado, neutraliza la ansiedad y ayuda a superar situaciones. La gran virtud del sentido del humor es que facilita la vida, y probablemente, la prolonga. De esta idea parte la autora para guiar al profesional de la salud desde consideraciones teóricas hasta implicaciones más prácticas que permiten utilizar el humor como una herramienta más de trabajo.
A los estudiantes de medicina se les enseña que si oyen ruidos de pezuñas, deben pensar en caballos, no en cebras, pero el singular talento del Dr. House para diagnosticar enfermedades extrañas ha hecho del programa Dr. House una de las series más populares y fascinantes de la televisión. En Guía no oficial de House. Persiguiendo cebras, la autora Barbara Barnett, considerada como una gran experta en House, adentra a los fanáticos al corazón del personaje central del programa y de su mundo, analizando la forma en que los colegas y pacientes de este Sherlock Holmes médico se reflejan en él, de qué manera la música, el decorado e incluso el humor nos ayudan a entender lo que nos narran en la serie, lo que cada programa nos cuenta acerca de la medicina moderna, la ética y la religión, y mucho más. Incluye una guía de episodio por episodio y numerosas entrevistas con los actores de reparto, productores y guionistas, el texto es un vistazo inteligente a una de las series más populares de la televisión.
Vamos a ser padres es una guía amena, de fácil lectura, adaptada completamente al mercado español e innovadora por muchas razones. Porque la han escrito dos madres: una periodista que, aparte de la suya, ha conocido muchas otras historias de embarazos, y una ginecóloga que aporta más de veinticinco años de experiencia en la profesión. Porque propone un encuentro entre amigas en el que se resuelven las dudas con rigor... y con humor, se hacen confidencias y, sobre todo, se comprenden cómo se siente una madre primeriza. Y además, porque las autoras reivindican la condición de padre y se dirigen también directamente a él, para hacerle partícipe desde el primer día. Elisenda Roca Estudió Ciencias de la Información en la Universitat Autònoma de Barcelona y desde entonces viene ejerciendo su labor en diversos medios, casi siempre como directora y presentadora de programas de radio y televisión. Carlota Basil Es licenciada en medicina por la Universitat Autònoma de Barcelona y especialista en ginecología y obstetrícia. En la actualidad es médica adjunta del servicio de Ginecología del Hospital del Mar de Barcelona.
¿Qué es esto? Un tratado de cine, una novela, un guión cinematográfico, un collage aleatorio de fotogramas. ¿De qué trata? Del colapso de la sociedad occidental a causa de una gestión corrupta de la Sanidad y del florecimiento de una medicina underground capaz de puentear la burocracia y a las compañías farmacéuticas. ¿Está basada la película de Ridley Scott en este libro? No, pero Scott tomó prestado el título para su filme ciberpunk Blade Runner. William S. Burroughs aparece en los créditos de agradecimientos al final de la película. ¿Qué es entonces un Blade Runner para Burroughs? Un distribuidor clandestino de fármacos, drogas y equipamientos médicos. ¿En qué época transcurre la acción? El libro propone un viaje fragmentario por el tiempo entre 1914 y 2014. ¿Y la ambientación? Una Nueva York en ruinas, túneles de metro inundados y convertidos en canales, barcazas, alimañas en las alcantarillas, perros salvajes por las calles, yonquis, pandillas, el nacimiento de una nueva era en la que además el sur de Estados Unidos se ha transformado en una descomunal leprosería. ¿El estilo? Cut up en su màxima expresión. ¿Los personajes? Cambian de rostro como en un sueño, Billy, el Blade Runner, alter ego íntertextual del autor, Roberts, su amante, el médico, el virus B-23. Este libro podría ser la coda de la trilogía compuesta por iudades de la Noche Roja, El Lugar de los Caminos Muertos y Tierras del Occidente, al tiempo que toma en préstamo personajes de la novela de Alan E. Nourse, The Bladerunner ¿El target? Burroughs da por sentada tu inteligencia, vas a necesitar hacer uso de ella para no caer en sus trampas y captar su finísimo humor de dandi y visionario más allá de toda convención.
La liebre se enfada porque tiene pecas verdes, la cacatua se ha resfriado y le gotea la nariz, y al cocodrilo le duele la barriga. por eso el doctor ha de encontrar pronto una idea para conseguir que todos sus amigos estén contentos...Después de pensar, el doctor ha encontrado la receta especial e infalible para cualquier enfermedad; una buena mezcla de risa, diversión, y tonterías. Un libro con ilustraciones a todo color y divertidas estrofas llenas de buen humor que hacen que pequeños y grandes pacientes se contagien la risa.
Con este libro aprenderás a cuidarte por fuera y por dentro. Encontrarás las mejores claves antiedad para que el paso del tiempo sea un regalo y no un problema. Descubrirás algunas de las terapias de belleza, salud y relajación más efectivas, naturales y tentadoras: aromaterapia, piedras termales, ozonoterapia, medicina tradicional china, tratamientos con algas y agua de mar y una larga lista de cosméticos naturales y rejuvenecedores para mantener joven y sano tu cutis, tu cuerpo y tu mente a cualquier edad. Las primeras canas, esas arruguitas en la boca, la piel más reseca, flacidez... el tiempo pasa, no podemos frenarlo, pero sí retrasarlo y adaptarnos a los cambios con salud y buen humor. Hacerlo está en tus manos y este libro te ayudará a conseguirlo día a día.
Mary Henrietta Kingsley nació en Londres en 1862. Su padre, George Kingsley, era doctor en medicina, aunque se pasaba la mayor parte del año en países lejanos, ocupado en recoger datos sobre culturas indígenas. Mary no fue nunca a la escuela pero aprendió a leer por su cuenta para devorar la sugestiva biblioteca paterna en la que abundaban los libros de viajes, de religiones primitivas y de historia natural. Así vivió, encerrada en su casa, hasta la edad de treinta años. Entonces, su padre enfermó de fiebres reumáticas y murió un año más tarde; su madre también fallecía tan sólo cinco semanas después. Al verse de pronto sin responsabilidades familiares, su afán investigador deja paso al espíritu aventurero, y decide embarcarse sola rumbo a África, con la declarada intención de concluir un libro inacabado de su padre sobre fetiches religiosos y sacrificios rituales en sociedades primitivas. Mary consigue pasaje en el carguero Lagos y parte de Liverpool en agosto de 1893. Tras unas semanas de navegación costera, desembarca en Säo Paulo de Luanda, en la actual Angola, y convive una temporada entre los nativos de Cabinda, entre el Congo y Zaire, donde recopila información sobre sus creencias religiosas. Mary Kingsley vuelve a Inglaterra, pero la llamada de África la lleva a embarcarse de nuevo ese mismo año rumbo a Sierra Leona. En este segundo viaje, cuyas increíbles peripecias narra con humor en este Viajes por el África Occidental, Mary Kingsley remontó en canoa el río Ogowé, en Gabón, hasta el país de los caníbales fang, para lo cual tuvo que atravesar pantanos, a veces a nado, y enfrentarse, sombrilla en mano, al peligro de los cocodrilos.
Las propiedades terapéuticas de la risa, la alegría y la felicidad han sido reconocidas en la mayoría de las culturas antiguas, incluyendo Grecia, Egipto, la India, China, África y América del Sur. En la actualidad, la medicina moderna está redescubriendo el poder sanador del buen humor y hasta qué punto es capaz de aliviar el estrés, la depresión y la enfermedad. El autor demuestra que la risa es una de las necesidades humanas más fundamentales y valiosas y presenta multitud de sus célebres recetas para sentirse bien y vivir un ?nuevo comienzo? cada día.
Imagina que te encuentras en medio de un atasco y consigues permanecer tranquilo. Supón que puedes mantener la calma ante una reprimenda de tu jefe. ¿Qué ocurriría si, en lugar de mostrarte como una persona ansiosa, pudieras lograr la paz interior y tus relaciones sociales fueran gratificantes y sanas? Judith Orloff, la autora de esta obra, te invita a realizar un viaje fascinante a tu mundo interior, a un lugar donde es posible encontrar la felicidad y la serenidad. Ha llegado la hora de hacer un cambio positivo en tu vida y dejar atrás el estrés y las preocupaciones por las que atraviesas. A partir de una acertada síntesis de neurociencia, psicología, medicina intuitiva y técnicas de energía sutil, la Dra. Judith Orloff esboza el mapa de las intricadas relaciones que se establecen entre el cuerpo, la mente, el espíritu y el entorno. Con compasión y sentido del humor, la autora nos enseña cómo se identifican y superan las emociones negativas más potentes para transformarlas en esperanza, amor y valentía. Los métodos propuestos en este libro se ilustran a partir de numerosos casos extraídos de la vida real, diversos estudios científicos, así como la propia experiencia de la autora.
La intervención del forense es imprescindible en numerosas situaciones de la vida cotidiana: accidentes de tráfico o laborales, delitos contra la libertad sexual o contra la vida y la integridad física, informes periciales sobre la edad o el estado mental de personas... La medicina legal y forense, en más de contribuir al perfeccionamiento de las normas, auxilia en la solución de problemas concretos que plantean la aplicación de las leyes. De manera distendida y con un punto de humor, este libro, publicado anteriormente en castellano, nos explica la mayor parte de las técnicas utilizadas por los especialistas en la práctica de las autopsias, que necesariamente empiezan con un cuestionamiento previo: "Seguro de que está muerto"?.