Ir al contenidoHistoria social y cultural
Desde la República de Platón, el ser humano occidental ha sentido la tentación de distanciarse de la conflictiva realidad y dar rienda suelta a su imaginación para construir utopías y ubicarlas en islas, ciudades, repúblicas o planetas lejanos. Suelen ser réplicas de su momento histórico proyectadas en el futuro con intención crítica, satírica y aun consoladora, ya que muestran que es posible la existencia de otra sociedad sin las carencias organizativas ni las lacras sociales de la presente. En no pocos casos incluyen antiutopías o distopías, constituyendo verdaderos antiejemplos de una civilización cuya evolución hacia unos derroteros en apariencia felices está condenada irremisiblemente a la catástrofe.Los utopistas españoles han sido menos dados a especular sobre este tipo de urbanizaciones ideales que a llevarlas a la práctica en esforzadas conquistas caballerescas o en obsesivas búsquedas de Dorados. Sin embargo, también hubo escritores que dejaron constancia de sus sueños de mejora y perfectibilidad social en unas cartografías similares a las europeas, y en las que quisieron ubicar imaginativamente ese más allá espacio-temporal posible o reprobable. Este libro estudia un buen elenco de ellas: el sueño barroco de República literaria de Saavedra Fajardo, las microutopías de Iriarte, el humanitarismo social de Ayguals de Izco, los proyectos regeneradores costistas, la utopía científica de Cajal y las teatrales de Gómez de la Serna, las distopías de la sociedad de entreguerras y las ensoñaciones democráticas de la novela de la Transición.
En esta obra forzosamente sintética por la extensión en el espacio y en el tiempo que quiere abarcar, ELENA ROMERO y URIEL MACÍAS trazan de forma ejemplar la trayectoria histórica y vital de LOS JUDÍOS DE EUROPA, los cuales, bien que siempre en minoría, han formado parte indisoluble del entramado de los pueblos europeos, contribuyendo de modo significativo a dar forma al variopinto y rico tapiz, fruto de cruces de gentes y culturas, que es el Viejo Continente. Estructurado en cuatro amplios capítulos, que tratan, respectivamente, de la historia del pueblo judío disperso a lo largo de los territorios que integran el continente, de las normas y ritos que rigen la vida judía, de su fecunda contribución a las artes y, por otro lado, a la literatura, el libro -que se completa con un útil glosario y una bibliografía recomendada- ofrece un panorama cabal del insoslayable protagonismo del pueblo judío en el transcurso de más de veinte siglos de accidentada historia.
Los toros de la libertad ponen en relación la historia de España, la gran historia, con los sucesos taurómacos que a la par que se desarrollaba uno de los más cruentos y violentos aconteceres de nuestro pasado, iban desarrollándose, como un hecho más de la cotidianeidad, en los más variados parajes de la geografía peninsular. El festejo taurino moderno ya se hallaba plenamente instaurado durante el siglo XVIII en nuestra concepción del ocio, no por algo nos venía acompañando desde hacía casi ocho siglos aunque con otras formas que conozcamos. No era fácil desarraigarlo del propio sentir y ser del pueblo español. Igual que nuestro autor entrevera las noticias de toros con el devenir político y militar de aquellos años, el festejo taurino se hallaba presente en cualquier manifestación de los españoles de la época; se hallaba en sus conversaciones, en su forma de hablar, en su forma de actuar, se hallaba en lo que obligadamente habría de ser mostrado a cuantos extranjeros pisaran suelo español, en su misma forma de entender la vida... y la muerte. Esa muerte siempre presente en el festejo, y a la que se le burla cada tarde, de la que se ríe el campesino y el hacendado, el noble y el plebeyo, el docto y el analfabeto, el hombre y la mujer del ochocientos.
En una de sus cartas a su hijo Delio, Antonio Gramsci le decía al pequeño lo siguiente: «Yo creo que te gusta la historia, como me gustaba a mí cuando tenía tu edad, porque se refiere a los hombres vivos, y todo lo que se refiere a los hombres, a cuantos más hombres sea posible, a todos los hombres del mundo en cuanto se unen entre ellos en sociedad y trabajan y luchan y se mejoran a sí mismos, no puede no gustarte más que cualquier otra cosa». El presente libro es la biografía del sindicalista y político comunista asturiano Jesús Montes Estrada, Churruca, pero una biografía social escrita sobre la base del principio enunciado en aquella misiva: contar la historia de cuantos más hombres (y mujeres) sea posible. Churruca es tomado, en esta biografía de biografías, como mero hilo conductor; como el pisapapeles de una serie de círculos concéntricos dispuestos en torno a él y que son fundamentalmente cuatro. En primer lugar unas ideas, las comunistas. En segundo lugar, la organización que las encauzó y vertebró el combate por su puesta en práctica en España a partir de 1921: el Partido Comunista de España (y también su sindicato hermano a partir de los años sesenta, Comisiones Obreras). En tercer lugar, una generación concreta de militantes de ese partido: la que se impuso a sí misma la misión histórica de tumbar la estaca franquista, y en parte lo consiguió. Y en cuarto y último lugar, uno de los escenarios del desenvolvimiento de la lucha de esa generación heroica: la región española de Asturias, y en particular la ciudad de Gijón. De todo ello se aspira a contar la historia sin menoscabo de referir los hechos biográficos de Churruca: su nacimiento e infancia en la cuenca minera asturiana; la participación de su familia en las huelgas de los sesenta; su traslado a Gijón en los setenta; su implicación en la lucha clandestina hasta la muerte de Franco, que le cuesta tortura y cárcel; su experiencia de la agridulce Transición; la de la reconversión industrial de los ochenta, que lo convierte en líder destacado de las protestas del sector naval, y finalmente sus dos decenios como concejal de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Gijón. Escrito con los instrumentos de la ciencia histórica pero entendiendo, como lo entendía el historiador africano Joseph Ki-Zerbo, que «la historia es una materia viva [y que] no podemos inclinarnos sobre ella como sobre el insecto que vemos en el museo, ni como el químico sobre sus redomas», Si cantara el gallo rojo toma su título de una famosa canción de Chicho Sánchez Ferlosio, huye de la neutralidad que condenaba Gabriel Celaya y hace bandera del mundo nuevo que bullía en los corazones de sus protagonistas, los Horacio Fernández Inguanzo, Juanín Muñiz Zapico o Anita Sirgo, entre otros muchos: héroes sencillos puestos por la historia al servicio de una causa más grande que ellos y que entendieron, como Benedetti, que «claudicar no trae sosiego».