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Ayda Levy, la viuda de Roberto Suárez, nos introduce en las entrañas del universo narco a través del relato de la vida de este millonario boliviano que se convirtió en «El rey de la cocaína». Bautizado por la prensa internacional como «el Rey de la Cocaína», Roberto Suárez Gómez fue durante años el mayor proveedor de droga de Pablo Escobar y del cártel de Medellín. Desde sus laboratorios en la amazonia boliviana llegó a exportar dos toneladas de droga a diario para sus socios del cártel, y también a Europa y a Estados Unidos en una operación conjunta con la CIA. Esta gran corporación, que gozaba de la protección de altos mandatarios internacionales, así como de militares y gobernantes bolivianos, fue conocida como «la General Motors del narcotráfico». Ayda Levy, viuda de Roberto Suárez, narra sus vivencias y las revelaciones que le hizo el productor de la droga más pura del mundo. La memoria implacable de la autora va desvelando la financiación de golpes de estado, el involucramiento de Klaus Barbie, «el Carnicero de Lyon», la implicación directa de Roberto Calvi, «el Banquero de Dios», la negociación de las rutas con el general Noriega y con el gobierno cubano, y el plan acordado con el coronel Oliver North para financiar a la contra nicaragüense con el producto de la venta de cocaína en Estados Unidos. Roberto Suárez, «el Robin Hood de Bolivia» según la revista Time, y uno de los hombres más buscado por la DEA, intentó salvar a su país de la miseria y pagar la deuda externa boliviana. Desengañado, decidió entregarse a las autoridades y, tras cumplir una breve condena, murió en libertad.
La mayor colonización urbana protagonizada nunca por Occidente tuvo por objetivo el continente americano durante la Edad Moderna. En su etapa inicial, hasta las Ordenanzas de 1573, se manifestó en la edificación de la ciudad de los conquistadores, expresión simultántea de la voluntad utópica del renacimiento europeo y de la realidad del Nuevo Mundo, hostil al encasillamiento e inventora de mestizajes. Pero fue a finales del siglo XVI cuando las emergentes metrópolis criollas, con México y Lima en primer lugar, empezaron a hacer de la construcción cultural y simbólica barroca su verdadera identidad. Ante la fortaleza inigualable de su fábrica material y universo referencial, los intentos del racionalismo ilustrado apenas lograron esbozar nuevos espacios de sociabilidad y representación. Así, mientras las ciudades de la América Hispánica crecían en riqueza y complejidad, se adivinaba el horizonte de la independencia y con ella una nueva era de libertad republicana, que también nació y acabó por realizarse bajo el indeleble signo de lo urbano.
El viaje en motocicleta realizado por el Che y Alberto Granado por Latinoamérica es mundialmente conocido. Libros y películas nos recuerdan que fue en este recorrido por diferentes países cuando despertó su conciencia política y su ansia por la justicia social. Este no fue, sin embargo, su único viaje por Sudamérica. Hubo uno más, el segundo y último antes de convertirse para la historia en el comandante Che Guevara. Este libro cuenta en primera persona las aventuras más insólitas de un joven Guevara junto a su amigo Carlos Ferrer. Las anécdotas más desconocidas, sus juergas en pueblos de Bolivia, Perú y Ecuador, sus riñas con algunos lugareños, sus encuentros y despedidas con diferentes mujeres, en definitiva, su entusiasmo de entonces recogido en este testimonio donde nos encontramos con, indudablemente, el Che más cercano.
Surgidos al final de la Edad Media, los coches de caballos llegaron a América poco después de la conquista, con lo que este invento europeo se hizo planetario. En la capital de Nueva España su uso arraigó con gran fuerza, hasta convertirse en símbolos de estatus privilegiado y en emblemas de la sociedad cortesana barroca. En 1706 se fundó el gremio de carroceros de la ciudad de México, cuyas ordenanzas permiten conocer el desarrollo de este arte, que tuvo importantes repercusiones en el urbanismo y en la arquitectura. El agudo sentido barroco de los coches del siglo xviii hizo que a las técnicas específicamente carroceras se sumaran otras actividades artísticas, como las labores de talla de sus trenes, los ciclos pictóricos de sus cajas, las tapicerías que los forraron o las ricas guarniciones que los unían a los animales de tiro. La rápida evolución de la carrocería ocasionó que las ordenanzas del gremio mexicano tuvieran que ser sustituidas en tres ocasiones en un siglo, de forma que, al final del periodo virreinal, se debatió en el marco académico el concepto mismo del coche, entendido como una obra de arte total y cuyos autores fueron comparados con ingenieros y arquitectos. Ello prueba la inmensa significación que el carruaje alcanzó durante el Neoclasicismo, al igual que la proyección de la carrocería virreinal hasta bien entrado el siglo xix, tiempo después de producirse la independencia de México.