Philip Ackman’s The Man in a Spider Web Coat is a hilariously funny and engaging, satirical tale of the rise to power of how nations deal with each other—or not—on the way to independence. Titus Buchanan, a professor who runs a think tank at Williams College, believes he’s figured out how to stage a successful revolution. When the United Nations adopts a historic vote spelling the end of colonialism, Buchanan seizes the opportunity to test his theory. His laboratory will be the Splendid Islands, a collection of palm-fringed cays scattered across three quarters of a million square miles of the South Pacific. Its inhabitants will be his lab rats. But complications arise. The Splendids belong to New Zealand, and New Zealand has no intention of giving them up. The United States has its own secret “space age” agenda for the islands. The Queen of England is bound to support New Zealand, but she doesn’t want Britain to fall out with the Americans, who favor independence. Meanwhile, the islanders, gripped with revolutionary fever, have ideas about self-rule. Reverend Geoffrey Brown, originally recruited by Buchanan to run the revolution, joins forces with an unlikely crew of locals and sets out to match wits with powerful opponents.
Kosovo, tierra mítica para albaneses y serbios, territorio en disputa siempre, constituye uno de los conflictos más antiguos del continente europeo que sigue a la espera de una solución política. Desde hace siglos. Ahora, tras la independencia de esta antaño región serbia, la caja de Pandora de las reivindicaciones nacionalistas en toda Europa se ha abierto y el precedente de Kosovo, tal como se ha visto en la reciente crisis de Georgia, ya ha sido esgrimido por Rusia para defender las independencias de Abjasia y Osetia del Sur, entidades segregadas ilegalmente de Georgia y ya reconocidas políticamente por Moscú. La independencia de Kosovo, reconocida por las grandes potencias occidentales y más de una cincuentena de países, vulnera el derecho internacional y las resoluciones de las Naciones Unidas, las bases sobre las que sustentaba nuestro orden internacional hasta ahora. Luego está el asunto de la legitimidad de la limpieza étnica. La región de Kosovo, antaño territorio multiétnico y parte indiscutible de Serbia durante siglos, ha sido limpiada de las comunidades no albanesas, especialmente los serbios. La violencia, el hostigamiento, los asesinatos indiscriminados y las continuas agresiones a los serbios han sido una constante desde la intervención de la OTAN contra Serbia, en 1999, y la posterior instalación en dicho territorio de un régimen de protectorado internacional que supuestamente pretendía consolidar un Kosovo democrático y multiétnico. La cruda realidad demuestra que el resultado conseguido dista bastante de dicho objetivo. Así las cosas, la independencia de Kosovo constituye un mal precedente para la comunidad internacional y para Europa. Nuestros principios políticos y morales han sucumbido en aras de oscuros intereses estratégicos. En definitiva, tras Kosovo todo vale.
Todos sabesmos que algo para en Oriente Medio. Los medios de comunicación muestran continuamente imágenes de conflictos que nos conmocionan, escuchamos nombres de países que a veces no sabemos situar en el mapa, oimos palabras que hacen referencia a etni