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Catàleg de l'exposició acollida a l'Arts Santa Mònica entre octubre de 2009 i ge ner de 2010 amb una selecció de fotografies d'Agustí Centelles sobre l'exili rep ublicà i la vida al camp de concentració. L'obra il·lustra l'experiència del fot operiodista i la resta d'altres refugiats al camp de concentració de Bram (Franç a), on van ser reclosos entre març i setembre de 1939. Una visió colpidora de l' exili republicà amb fotografies majoritàriament inèdites fins ara.
De la oscuridad a la luz, gracias a la fotografía, su territorio comenzó a ser objeto de la mirada pública en una magnitud nunca antes igualada. Las tarjetas postales con reproducciones fotográficas de paisajes fueron un capítulo relevante de ese proceso de encantamiento y hoy parecen producto de un plan de registro a escala del país. La utopía del proyecto coincidía con el clima de la época: el aniversario del centenario patrio (1910), el auge inmigratorio, la expansión económica y con un territorio recientemente abierto a la inmigración, aún no mensurado con exactitud ni canonizad en sus formas de divulgación. Las postales comenzaron a circular como expresión de una moda mundial en los últimos años del s. XIX y se reprodujeron por millares hasta entrada la década del 30.
La belleza acecha por todas partes. La luz es su cómplice. A veces hay que disparar la cámara fotográfica para poseerla. Prácticamente desde que empecé a mirar no he dejado ni un instane de hacerlo. Cuando el primer resquicio de luz choca con algo, en el nacimiento del día en mi dormitorio, ya se produce el milagro: la irrealidad se hace tangible, la belleza emerge y me provoca. Y así todo el día y todos los días. Un rostro ensimismado apoyado en una ventaniola de un autobús a las ocho de la tarde después de una jornada de trabajo, la sombra intensa de un árbol en el pavimiento urbano de un día tórrrido de verano, una silla vacía en la puerta de un garaje, todo está esperando acechando. Las imágenes están provocando constantemente, sólo hay que aislarlas, detenerlas, poseerlas. me divierto mucho, pero también sufro, porque todo se escapa no existe, ya ha pasado. Casi nunca llevo la máquina fotográfica encima, premeditadamente. Había llegado a no hacer nada, a no ver nada, con esta obsesión de posesión.