´En la taberna, en las reuniones familiares o de amigos, donde cantaba el Fillo y donde antes de él cantaron tío Luis el de la Juliana, tío Luis el Cautivo y otros no menos célebres, los cantaores eran los verdaderos reyes, los siempre obsequiados´.
En Madrid, en los años noventa, coincidieron una serie de nombres que conformaron una generación de jóvenes artistas flamencos. Herederos de dinastías gitanas, los Carmona, los Heredia o los Carbonell se relacionaron con artistas plásticos como Ceesepe, Ouka Leele, Alberto García-Alix, Barceló o Mariscal. Fue una explosión creativa que revitalizó el final de la llamada movida madrileña en su aspecto plástico con la corriente musical de un flamenco mestizo, abierto a otras músicas, aunque sin perder el patrón de origen. A partir de un cuadro de Barceló que se utilizó como portada para el último disco de Camarón, Montero Glez va revolviendo el pasado hasta llegar a los orígenes de una música donde el ritmo flamenco se fusiona con otras melodías, una fusión que se daría a conocer a finales de los años sesenta cuando el guitarrista flamenco Sabicas, exiliado en Nueva York, graba con el guitarrista eléctrico Joe Beck el disco Rock Encounter. Este trabajo marcará el inicio de una música que finaliza treinta años después con la grabación del disco Omega por parte del cantaor Enrique Morente. Escritas desde la primera persona, las páginas de La imagen secreta son, entre otras muchas cosas, un paseo por las calles del Madrid secreto y el relato de la desconocida historia del movimiento Jóvenes Flamencos que tuvo su hegemonía durante los años noventa.
El proceso de asentamiento urbano del pueblo gitano se produce en el siglo XVIII, y especialmente a partir de la pragmática-sanción de Carlos III, con la que el gobierno ilustrado de la época pretende convertir en sedentario e integrar así en la actividad productiva a un colectivo que había hecho del desarraigo su seña de identidad y que entendía la libertad como un ejercicio errante. Para controlar ese proceso, comienzan a elaborarse los censos específicos de gitanos en cada una de las ciudades en las que se iban asentando. Precisamente la publicación completa de los censos de los gitanos de Cádiz de 1783 y 1784 constituye la joya de la corona de este ensayo apasionado y abrumador, en el que Francisco Dodero y Gabriel Romero han volcado sabiduría y entusiasmo. En esos censos se pueden rastrear los antecedentes de algunas familias gitanas que resultaron decisivas en la génesis del cante jondo. Por ejemplo, las de los Monge y los Ortega, que confluirían, algo más de un siglo después, en la figura de Manolo Caracol, uno de los genios del cante gitano. Los autores han recorrido, entre otros campos, una abundante bibliografía para rastrear la presencia gitana en la historia y cultura españolas, en un ejercicio casi arqueológico, porque las huellas son escasas y negativas. Y para descubrir las vereas de un cante que ahora es reconocido en todo el mundo incluso oficialmente, pero que tuvo unos comienzos envueltos en nieblas de penuria y marginación.