Nacido en Córdoba, en el seno de una familia acomodada y culta, Lucio Anneo SÉNECA (ca. 1 a.C.-65 d.C.) participó en la agitada vida política romana durante los azarosos reinados de Calígula, Claudio y Nerón, quien acabó forzándole al suicidio. Partidario de la filosofía estoica, basada en la autarquía de la virtud único bien verdadero, accesible a todos en cualquier parte, legó una copiosa obra, dentro de la cual destacan sus ESCRITOS CONSOLATORIOS, pertenecientes a un género orientado a procurar la superación de un trance amargo, mitigando o suprimiendo la pena o la tristeza que comporta. Prologado, traducido y anotado por Perfecto Cid Luna, integran este volumen las consolaciones a Marcia, a su madre Helvia y a Polibio, así como una selección de las célebres cartas a Lucilio.
«A diferencia del llamado a confirmar, el llamado a investigar sabe por dónde empieza aunque no dónde terminará, y en este caso la pesquisa sobre Grecia llevó a repensar la relación entre filosofía y religión, porque el cristianismo bien podría ser una ética y hasta una ontología impecable; pero convertirse en el primer culto ecuménico y coactivo impuso un desgarramiento todavía vigente, donde oponer un más allá inmejorable al más acá etiquetado como valle de lágrimas nos cargó con algo tan funesto siempre como una verdad doble, la revelada y la mera.De la mera verdad partieron y partirán todas las reveladas, sin embargo, y la evolución del mundo griego ayuda a recobrar esa evidencia, precisando hasta qué punto el cristianismo partió de sus logros y valores, sin perjuicio de alienarlos a continuación. Cómo y por qué se aborda en los capítulos finales, aunque el motor de los previos sea rememorar los hitos del sentido las intuiciones veraces, benévolas y bellas que debemos a la prole de Helena. En cualquier caso, lo comprendido entre el 500 a. C. y el 500 no solo ilumina el milenio medieval, sino un contraste entre información y ruido que nuestro progreso técnico agudiza cada vez más».
El Protágoras pertenece al grupo de diálogos frecuentemente llamados socráticos, que datan de la juventud de Platón y presentan las características más sobresalientes del socratismo: determinación de los conceptos de orden práctico. Sócrates, en efecto, se ha limitado siempre al estudio de las cosas humanas, la ciencia relativa a la conducta de la vida. El método de Sócrates consiste precisamente en examinar, en poner a prueba (basanidsein, exetasein, skeptesthai, skopein) las ideas de otros, es decir, las definiciones puestas por otros, pero no en proponer él ideas o definiciones. La tesis principal de Sócrates es la identidad entre saber y virtud: para ser virtuoso es necesario saber; y es suficiente poseer la sabiduría para ser virtuoso.
En sus diálogos, Platón presenta a los atenienses distintos visitantes, ora los conocidos intelectuales del siglo v que hablan a favor de la nueva idea de educación y cultura, ora otros visitantes anónimos que introducen doctrinas discordantes acerca del mundo natural, el conocimiento o la política. La propia forma dialogal invita a pensar y construir un nuevo horizonte espiritual a partir del contacto con culturas filosóficas y mundanas desarrolladas fuera de Atenas. El diálogo es así una forma de filosofar entre la discordancia de las doctrinas que se opone al discurso escrito monologal. Thomas A. Szlezák critica el paradigma romántico de exégesis platónica de Schleiermacher y asume la propia actitud negativa de Platón hacia la escritura y su predilección por la discusión oral, de acuerdo con sus manifestaciones en el «Fedro». Leer a Platón es así una visión nueva del viejo y familiar Platón, cuya pretensión es acercar al lector común a los complicados problemas de hermenéutica de los diálogos, hasta ahora coto privado de los especialistas.
La turbulenta niñez y adolescencia de San Agustín dejó paso, según nos lo cuenta él mismo, a una primera juventud ciertamente tórrida, en la que con frecuencia confundió la búsqueda de esposa con la satisfacción de necesidades algo más primarias. Sin embargo, en esa primera juventud, primero en Roma y más tarde en Milán, se dedicó también, cuando sus pulsiones se lo permitían, a la búsqueda de la verdad. Confundió muchas veces el camino, unas veces entre los oradores, otras entre los maniqueos, pero al menos descubrió que la vida no tenía sentido (y que no había lugar ni a la belleza ni al bien) si no se encaminaba a encontrarla. Creyó alcanzarla en vida, y esto le hizo merecedor de la fulminante condena de Nietzsche, pero la condena y la salvación pertenecen ambas al mismo registro histórico.
La imagen más común que se tiene de Sócrates es la de un pensador extraordinario y original que siempre fue pobre, viejo y feo. Lo poco que se sabe de él comienza cuando era un hombre de mediana edad y termina con su juicio y condena a muerte. Pero ¿cómo fueron los primeros años de su vida? ¿Qué impulsó al joven Sócrates a convertirse en filósofo? ¿Qué imagen podemos extraer de su trayectoria personal más allá de los retratos que de él hicieron Platón o Jenofonte? ¿Y en quién se inspiró el filósofo ateniense para configurar su doctrina del amor? En esta sorprendente biografía, que narra desde la infancia de Sócrates hasta su juventud y madurez, Armand d'Angour da respuesta a preguntas que parecían irresolubles, pero que pueden resultar fascinantes para quienes creen que ya saben todo sobre este filósofo excepcional. A partir de referencias menos conocidas pero igualmente autorizadas, y con una extraordinaria dosis narrativa que dota de cuerpo a los indicios que ofrecen las principales fuentes que conocemos, el autor nos muestra una nueva imagen de Sócrates, que se centra en el viaje iniciático del filósofo y acaba por revelar la identidad de la mujer que más influyó en su pensamiento.
En la lectura de la de la abundante documentación que presenta esta obra se asiste al alborear del pensar filosófico, en los filósofos llamados «presocráticos»; se contemplan en todo su esplendor las tres grandes cumbres del pensamiento humano: Sócrates, Platón y Aristóteles; se aprecia la crisis del pensamiento escépticos; se admira la elevación ―con sus limitaciones― de la moral estoica, y, por fin, se conoce en sus dos máximos representantes, Plotino y Proclo, la novísima manifestación del pensamiento antiguo, el neoplatonismo, de tanta influencia en la especulación cristiana medieval.