La apreciación estética de la naturaleza está dotada de una libertad negada a la apreciación artística: ante el mundo natural somos libres para enmarcar los elementos como nos plazca, para adoptar cualquier posición o movimiento, de cualquier manera, en cualquier momento del día o de la noche, en cualquiera que sean las condiciones atmosféricas, y de utilizar cualquier modalidad sensible, sin por ello incurrir en el error de malinterpretarla. Ningún aspecto visible o cualidad, estructura interior o exterior, percibida a cualquier distancia y en cualquier dirección, se considera irrelevante en su apreciación estética. Y lo mismo es verdadero, mutatis mutandis, para las otras modalidades sensibles, en la medida en que la percepción de gusto, olor, textura, movimiento, presión y calor caen dentro de las fronteras de la estética.
Imágenes del hombre sitúa la raíz de toda experiencia estética en el proceso de constitución y transmisión de imágenes humanas, más o menos globales, fragmentarias o difusas que actúan como contraste y punto de referencia en la construcción de nuestras vidas.
Discurso, figura constituye un recorrido obligado para comprender el pensamiento de Lyotard. La obra, que precede a Economía libidinal, se inscribe en el proyecto, nunca desmentido, de una "crítica práctica de la ideología". Sin embargo, Discurso, figura no trata ni de economía política ni de historia, sino de pintura o, más precisamente, de ese "espacio figural" presente tanto en el discurso como en la figura. "Hay una connivencia radical de la figura y el deseo", afirma Lyotard, pero, a diferencia de Freud, que ignora las experiencias de la modernidad artística e intenta reducir esta connivencia al lenguaje y a la "buena forma", Lyotard asimila lo figural a una dinámica energética que transgrede los códigos habituales de la lectura de imágenes. Discurso, figura introduce así a una interpretación "intensiva" e inédita del arte moderno y contemporáneo
La guía se compone básicamente de unos cuadros o tablas en donde se ofrece la información correspondiente a cada uno de los personajes tratados. Las tablas dedicadas a los distintos dioses y divinidades tienen 4 secciones (episodios, atributos, funciones y representaciones), mientras que en las dedicadas a los héroes son sólo 3, pues desaparece la referida a las funciones. La guía se completa con cuatro apéndices dedicados al estudio de aspectos concretos de iconografía clásica. El primero, dedicado a elementos y símbolos de iconografía funeraria. el segundo, al proceso de asimilación y apropiación de la mitología por el cristianismo. el tercero hace un recorrido por la distinta valoración y significación iconográfica que ha tenido la figura de Venus y el desnudo femenino desde la Edad Media al Barroco. y el cuarto y último, a la utilización del legado clásico por las monarquías autoritarias y absolutas de los siglos xvi y xvii en la configuración de una iconografía del poder político. Completan el libro un índice de nombres y una orientación bibliográfica sobre mitología e iconografía clásicas.
¿Dónde empieza y dónde acaba la comunidad? ¿Son las reglas de pertenencia su borde último? ¿Hasta dónde se expanden los límites de la polis, el lugar de lo político? Hoy la frontera entre lo público y lo privado parece más inestable que nunca. Las fórmulas de comunicación, de experiencia de lo común, son cada vez más invasivas de la intimidad, y el clamor por la defensa de esta última, al mismo tiempo que el derecho a una comunicación más extensa y sin fronteras, se hacen oír con fuerza en nuestros foros sociales. A su vez, la comunicación lo es entre cuerpos, y los cuerpos están dotados de unos límites de contacto con el mundo, que asimismo son permeables y constituyen la sensibilidad, Aisthesis. El marco que ese límite constituye tiene mucho que ver con el marco que delimita lo político. En este libro se reflexiona sobre ese borde, lo que al cabo conmociona la ingenua seguridad depositada en los conceptos que una cierta tradición cultural ha puesto en juego cada vez que ha querido dibujar ese marco. Patria, política, individuo, soberanía, comunidad, semejanza, representación o democracia son zonas de conflicto donde esta reflexión entra y se expone.
La insignificancia resalta el relieve de cada cosa, humanos incluidos. Sombra que reluce, bella quizás, ilusionante, el horror mismo acaso, sobre ese fondo de nada. Un merece la pena que sabe no merecer nada ni hay nada que merecer, que hay existencia, no ganancia. Ese toque divino de la diosa del así, sin negocio posible y tan insignificante como tú, como yo, pasión que vuelve amable la vida, con sus circunstancias. Al pensamiento de lo sensible la filosofía lo ha llamado desde antiguo aesthetica. Este es un libro de estética.
Epicuro desdeña toda ciencia que no enseñe al hombre a ser más feliz. Practica el único arte verdadero, el arte de vivir, del que es un maestro consumado.
El placer asociado a los escalofríos musicales parece estar claramente localizado fisiológicamente. Es decir, que en tales casos el placer musical gira en torno a un particular efecto fisiológico, el escalofrío que recorre nuestra piel, siendo tal efecto parte integrante del placer experimentado. Una razón por la que el fenómeno del escalofrío musical es interesante desde el punto de vista filosófico es la siguiente: ¿cómo puede un simple hormigueo o un ligero temblor, es decir, una mera alteración corporal, ser relevante para la apreciación estética? Cierto número de filósofos del arte, el más famoso Nelson Goodman, nos han acostumbrado a ver como ridícula gracias al carácter ridículo con que la han adornado la idea de que se pueda atribuir un rol legítimo a las sensaciones en el análisis de la respuesta estética. ¿Para qué sirve una mera sensación, aunque sea agradable, en el ámbito del arte?, ¿qué nos dice, de qué nos da testimonio?, ¿nos informa de alguna cuestión de carácter artístico?, ¿arroja luz sobre alguna relación artística de ideas? Si la respuesta es no, entonces arrojémosla, si no a las llamas, sí al cubo de la basura de la teoría del gusto. Esta es el juicio à la Goodman dominante. Pero no es algo que yo comparta por completo, de ahí mi interés por los escalofríos musicales.
Los ensayos recogidos en el presente volumen reflexionan sobre el valor del arte desde diferentes perspectivas. En primer lugar, se interrogan sobre la existencia de un valor específico del trabajo artístico y las obras de arte. En particular, algunos textos abordan la cuestión central del valor estético y de su conexión con la interpretación, la apreciación y el juicio de las obras de arte. En segundo lugar, ocupa un espacio central del libro el análisis de la relación entre el estético y otros valores que apreciamos en las obras de arte, como el valor documental, el histórico, el epistémico o el moral. Por último, la literatura, el cine o las artes plásticas son analizados desde el punto de vista del modo particular de dar sentido y articular en cada caso una concepción valiosa del mundo.
Este libro es uno de los estudios clásicos sobre aquella «ciudad de genios» de hace un siglo, a la que han convertido en un espléndido paradigma de investigación: la llamada «Viena fin-de-siglo» o «Viena 1900» como marchamo de la decadencia de toda una cultura y forma de vida y del resurgir genial de otras. Ha originado un acervo impresionante de bibliografía de altura digna de esa Viena ya eterna donde la clara conciencia de la extinción inmediata del imperio austro-húngaro y su mundo hizo más evidente que en ninguna parte la famosa «crisis» cuya conciencia había comenzado a reventar con Nietzsche; su paisaje fantasmal: un mar que se vacía, un horizonte que se borra, un sol que gira alocadamente en torno a sí; ser, verdad y bien desvanecidos, desquiciados. Ciudad de gentes hipersensibles también a los signos de los tiempos desde todos los campos de la ciencia, la cultura y el arte, que pusieron sobre nuevas vías una renovada autoconciencia cultural de Europa: crearon la impronta, marca, estilo de lo que hoy somos o al menos de lo que hasta ayer mismo éramos. Junto con Sigmund Freud máximo ejemplo en aquellas cimas: Ludwig Wittgenstein.
La obra de Gaudí solo puede comprenderse plenamente cuando se percibe el papel fundamental que el símbolo juega en ella, el cual revela no solo su profunda relación con la tradición hermenéutica que funde el cristianismo con el romanticismo, sino también los sutiles hilos que lo unen con el sentimiento estético presente en las obras de coetáneos suyos como Marcel Proust, Oscar Wilde, Nietzsche o Thomas Mann. El símbolo en Gaudí no solo sirve como medio para sintetizar arquitectónicamente, con una voracidad infinita, múltiples niveles de significado: religiosos, históricos, naturales, literarios, metafóricos, populares, numerológicos, mitológicos, biográficos, científicos... sino también como un armonizador de contrarios: la razón constructiva y la decoración, la naturaleza y el arte, la geometría y la imaginación, la carne y el espíritu, el dolor y el castigo de crear y el éxtasis redentor de alumbrar la forma de una arquitectura que, a través de la mediación simbólica, supere la inanidad de la materia para participar plenamente de la vida.
Este libro ofrece una interesante colección de ensayos sobre filosofía de la música escritos por Stephen Davies, uno de los filósofos más prestigiosos en este campo. Davies analiza diversos temas propios de la filosofía de la música: la expresión de emoción en la música y la reacción del oyente a ello, la percepción y comprensión de la música por parte del oyente, intérprete, analista y compositor, la ontología de las obras musicales y la profundidad musical. A lo largo de diferentes capítulos analiza la obra de distintos filósofos de la música, y recurre y reflexiona de forma crítica sobre algunas investigaciones recientes de los psicólogos con respecto a la música.