Lo pulido, lo liso, lo impecable, son la seña de identidad de nuestra época. Son lo que tienen en común las esculturas de Jeff Koons, los smartphones y la depilación. Estas cualidades ponen en evidencia el actual exceso de positividad del
La estética se ha enfrentado con los grandes problemas de la vida individual y colectiva, se ha preguntado por el sentido de la existencia, ha fomentado desafiantes utopías sociales, se ha sentido implicada en los interrogantes propios de la vida cotidiana y también ha individuado sutiles distinciones cognitivas. Asimismo, ha examinado con profundidad temas y cuestiones filosóficas y teológicas de trascendencia histórica, ha indagado sus afinidades y divergencias con la moral y la economía, ha establecido relaciones con las restantes disciplinas filosóficas, con las ciencias humanas e, incluso, con las naturales, como la física y las matemáticas. Además, la estética ha traspasado las fronteras de Occidente, dando lugar a pensadores muy originales, quienes, tras familiarizarse con los métodos de la disciplina, han generado teorías y conceptos que, a su vez, han modernizado el modo de entender sus respectivas tradiciones sin romper por completo con ellas. De este modo, han conseguido sustraerse el colonialismo euroamericano y a la pesada herencia histórica que este arrastra. Finalmente, la globalización ha convertido a la estética en algo más parecido a una filosofía de las culturas que a una reflexión sobre la esencia de lo bello y sobre el arte.
Una de las características de la Modernidad es la aparición gradual de un arte autónomo. Con ello se quiere decir que el arte moderno perdió poco a poco el carácter utilitario y funcional que tenía durante los siglos anteriores, cuando era concebido como una artesanía al servicio de fines sociales, religiosos o políticos circunscritos y bien determinados. Al mismo tiempo e inevitablemente el artista dejó de ser considerado un criado, un vasallo al servicio de clientes y señores, para descubrirse libre, independiente y creador. Para intentar entender el nuevo sentido de la actividad artística y de sus productos cuando el viejo orden de encargos y servicios dejó de estar vigente surge la estética. Esta es la disciplina esencialmente moderna que pretende esclarecer el significado de un arte devenido autónomo y de un artista que ya no cumple una función social determinada, sino que crea desde su libre imaginación unos productos que exigen una palabra capaz de descifrar su nuevo estatuto. De esta manera, estética, arte autónomo y artista libre constituyen una triada esencial del paisaje de la Modernidad. Este libro pretende esclarecer algunas de sus relaciones y de los procesos que facilitaron su advenimiento.
Según viene señalando Zygmunt Bauman, la nuestra es una época de aceleración de la experiencia, de imperio de lo efímero, de ascenso de la insignificancia. Pero, ¿qué ocurre con el arte? ¿Cuál puede ser su función cuando todo fluye? ¿Debe hacerse él mismo líquido? ¿Debe ser reflejo de su época? o ¿Debe dar fijeza y pausa, trazar tradiciones, plantar hitos, cargar los sentidos y seguir buscando lo duradero?
Buscar, acoger y experimentar en plenitud la vida en su centro es la tarea que el filósofo Miguel García-Baró se ha impuesto en los once ensayos que componen De estética y mística. Una empresa tan ambiciosa ha de partir sin duda del reconocimiento de las pocas fuerzas que todo ser humano posee, pero también del convencimiento de que nadie puede pretender quedar eximido de gastar sus mejores energías intentando acceder al corazón mismo de la realidad. Cuando se explora con perseverancia el centro de la vida, se roza el misterio y lo inefable comienza a revelarse revistiendo de luz cada fenómeno. Entonces tal vez sólo el silencio sea la última y definitiva palabra.
En la actualidad, el arte puede liberar al hombre de su confusión devolviéndole lo que ha perdido: éste fue el mensaje de Kandinsky, fundador de la pintura abstracta. No se trata de representar el mundo de los objetos, sino nuestra vida interior. ¿Cómo pintar y hacer ver las emociones ocultas de nuestras almas, cómo mostrar lo invisible? Considerada «difícil», la pintura abstracta abre paradójicamente el camino hacia una cultura verdaderamente popular y confluye con el arte preocupado por lo sobrenatural, con el arte sagrado, como nos explica Michel Henry. «Lo que, a fin de cuentas, los más elevados espíritus han pedido al arte es un conocimiento, un conocimiento verdadero, ;metafísico;, susceptible de ir más allá de la apariencia exterior de los fenómenos para entregarnos su esencia íntima. ¿Cómo la pintura realiza y puede realizar esta revelación última? No dándonos a ver, no representándonos esa esencia última de las cosas, sino más bien identificándonos con ella en el acto iniciático del arte.»
Suspensiones de la percepción analiza la naturaleza paradójica de la atención en la cultura moderna, en tanto ha constituido tanto una condición fundamental de la libertad individual, la creatividad y la experiencia, cuanto un elemento central para el funcionamiento eficiente de las instituciones y de la economía. El autor sostiene que nuestra manera de contemplar y escuchar al otro es el resultado de un cambio crucial que se produjo en la naturaleza de la percepción en la segunda mitad del siglo diecinueve.
La presente obra ofrece la primera historia coherente de la imagen sagrada en el cristianismo. Una historia que abarca 1200 años, desde las postrimerías de la Antigüedad, cuando los cristianos comenzaron a hacer uso de la imagen de culto «pagana», hasta entonces mal vista, hasta los comienzos de la Edad Moderna, cuando la imagen de culto cristiana entró en crisis. Durante más de un milenio, los iconos, las estatuas y las imágenes de altar se situaron en el centro del interés público, desempeñaron funciones simbólicas en la historia social, dieron testimonio de la verdad de la religión y del rango de las instituciones, y no se libraron de la destrucción. Y no se puede olvidar que las imágenes de culto presentan una estética propia, que el autor intenta reconstruir. Con sus más de 300 ilustraciones y el anexo de fuentes escritas sobre el uso y el abuso de las imágenes, Imagen y culto constituye un libro imprescindible para comprender la posición de la imagen en Oriente y en Occidente, así como la «aparición del arte» en la incipiente Edad Moderna.
Una exposición puede cambiar una vida. El hecho, a juzgar por mi propia experiencia, no es demasiado frecuente de todas maneras: a mí sólo me ha ocurrido una vez, al menos hasta tal punto, y me sorprende todavía que sea Chardin tan dulce, tan tranquilo, tan poco molesto quien haya provocado en mí toda esa agitación. Chardin no es un pintor de corte ni un pintor maldito. Ni tampoco un traidor ni un loco. Es un pintor, simplemente, y uno de los más grandes. Maravillosamente libre, maravillosamente dueño de sus facultades y de su arte, maravillosamente auténtico. Como si bastara con mostrar el mundo tal cual es, con desvelarlo, con revelarlo, para que de repente todo cambie. Como si lo real, que nos contiene, fuera una verdad suficiente, una bendición suficiente. Como si el tiempo y la eternidad fuesen una sola cosa. Como si la materia fuera ya un acierto. Pero ¿por qué? ¿Cómo? [André Comte-Sponville] ¡Oh, Chardin! No es el blanco, ni el rojo, ni el negro lo que mezclas en tu paleta: es la substancia misma de los objetos, es el aire y la luz lo que mojas en la punta de tu pincel y fijas sobre la tela. [Denis Diderot] Por más que hojeemos los libros, las historias de la vida privada, por más que nos remitamos a las novelas para estar al tanto de las costumbres burguesas de la época, no las veremos con esa claridad que proporciona un único cuadro del pintor. [Edmond y Jules de Goncourt] Hemos aprendido de Chardin que un jarrón vulgar es tan bello como una piedra preciosa. El pintor proclamó la divina igualdad de todas las cosas ante el espíritu que las contempla, ante la luz que las embellece. Nos ha permitido huir de un falso ideal para penetrar profundamente en la realidad, para encontrar allí la belleza en todas partes, una realidad que ya no es la débil prisionera de una convención o de un falso gusto, es libre, fuerte y universal; al abrirnos el mundo real nos conduce al mar de la belleza. [Marcel Proust]
Delacroix es el más evocador de todos los pintores, sus obras nos devuelven a la memoria sentimientos y pensamientos poéticos que creíamos olvidados para siempre.
El autor de El maestro ignorante elabora en estas páginas un ensayo sobre las contradicciones y los impasses políticos del arte contemporáneo. Defiende que la estética no es política por accidente sino por esencia. Nace en la tensión irresoluble entre dos políticas opuestas: transformar las formas del arte en formas de la vida colectiva y preservar de cualquier compromiso militante o mercantil la autonomía que conlleva una promesa de autodeterminación. En El malestar en la estética Rancière contribuye a aclarar lo que significa la estética como régimen de funcionamiento del arte y como matriz discursiva, y trata de comprender el malestar o resentimiento que la palabra misma provoca nuestros días.