Una mujer del siglo de las luces y su conflicto entre el amor y la voluntad de escribir. Esta obra es una aproximación a una de las principales figuras literarias del XIX, una mujer excepcional y no demasiado conocida entre nosotros: Felicité du Crest (o Madame de Genlis, como firmaba sus obras). Fue toda una precursora de George Sand (así la consideraba ésta), aunque su forcejeó para abrirse paso en un ámbito dominado por los hombres lo realizó respetando siempre (en la medida en que pudo) los cánones de la conducta aristocrática en que había sido estrictamente educada. De entre las numerosas obras que escribió hemos seleccionado, en primer lugar, el relato magistral que da título al presente libro, La escritora (La femme auteur), redescubierto y reeditado recientemente en Francia: un prodigio de sutileza psicológica y de afirmación de la personalidad femenina. La otra obra seleccionada son sus extraordinarias Memorias, de las que ofrecemos un amplio extracto centrado en los pasajes que afectan a sus éxitos literarios y sus relaciones con grandes escritores de la época (Voltaire, Rousseau, etc.), así como sus agitadas vivencias durante los difíciles tiempos del fin de la monarquía y la Revolución Francesa. Madame de Genlis fue hija de una familia de la nobleza provinciana borgoñona. Al fallecer su padre se vio reducida con su madre y hermanos a un estado de casi pobreza. Su progenitora, empero, logró introducir a su hija gran intérprete musical, con una prodigiosa memoria y una cultura enciclopédica- en los salones de los poderosos de la época, en donde fue muy solicitada como intérprete de arpa. Casada en 1763 con el conde de Genlis, pudo acceder a la Corte de Versalles, entrando al servicio de la Casa de Orleans. Con el advenimiento de la Revolución debió exiliarse. Su marido fue guillotinado tras oponerse abiertamente, en el Parlamento, a la ejecución del rey. En 1801, Napoleón Bonaparte la autorizó a regresar a Francia, viviendo a partir de aquí de los beneficios que le reportaban sus numerosísimas obras, novelas, obras teatrales o tratados sobre temas morales o pedagógicos, hasta su fallecimiento, a la tardía edad de 84 años.
Una de las aportaciones de la cuentística oriental a Occidente fue el procedimiento de integrar las narraciones en estructuras superiores. Los cuentos del "Sendebar", de tres tipos de temática, se integran a la perfección en una narración, que actúa como marco, repleta de motivos folclóricos.
Cuentan que la pequeña Harriet Thackeray, hija del novelista inglés Wiliam Thackeray, le preguntaba a su padre con consternación: "Papá, ¿por qué tú no escribes libros como NICHOLAS NICKLEBY?" Y es que, como apuntaba uno de los más importantes críticos de su época, Walter Bagehot, "no hay ningún escritor inglés contemporáneo cuyas obras sean leídas con tanto deleite por toda la casa, criados y señores, niños y adultos". Esta observación se ajusta estupendamente a NICHOLAS NICKLEBY, una de esas largas novelas por entregas que los lectores de Dickens esperaban con tanta avidez. Con avidez semejante pero sin íncómodas interrupciones podrá ahora disfrutar el lector contemporáneo de las aventuras y desventuras de Nicholas. La novela es, en primer lugar, un feroz ataque satírico contra las escuelas de Yorkshire de la época, donde los menores recibían un trato brutal por parte de individuos avariciosos y crueles, que habiendo demostrado su absoluta incompetencia en todo tipo de oficios y negocios sólo tenían como último recurso hacerse maestros. Es posible que el lector contemporáneo halle exagerada la descripción del Sr Squeers y de su escuela. No obstante, asegura el autor que es tan sólo el pálido retrato de una realidad suavizada a propósito para no ser tomada por imposible. Pero no es es esta una novela amarga. Junto a la vileza y mezquindad de algunos personajes, hay otros cuya generosidad y nobleza resultan tan irreales como los vicios de aquéllos. Y es que, en las novelas de Dickens, el humor que magníficamente impregna todas las páginas aun cuando se relatan los más tristes episodios, y el amor siempre triunfante por encima de cualquier mal designio, de cualquier circunstancia adversa o voluntad malévola, parecen estar ahí para recordarnos que la lectura, como la vida, debería tener siempre un final feliz, contra todo pronóstico.
En cierta biblioteca, «detrás de unos volúmenes descabalados de " Las mil y una noches " », estuvo un tiempo el " Libro de Arena " . Parece que, como unas hojas en el bosque, acabó oculto en uno de los húmedos anaqueles de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. " Las mil noches y una noche " es otro libro de arena. Fue el autor del " Libro de Arena " quien analizó el «destino paradójico» de Mardrus. Sospecha Borges que el doctor, en su deseo de «completar el trabajo que los lánguidos árabes anónimos descuidaron», añade en su traducción «paisajes " art-nouveau " , buenas obscenidades, breves interludios cómicos, rasgos circunstanciales, simetría, mucho orientalismo visual». Pero, quizá por ello, fue esta edición la que acabó de popularizar en occidente las " 1001 Noches " , un «libro de admirable lascivia, antes escamoteada a los compradores por la buena educación de Galland o los remilgos puritanos de Lane». Y Blasco Ibáñez, que desde su destierro parisino había escrito un nostálgico soneto a su «adorada España», decidió poner al alcance del lector español las historias de Schahrazada, según la fresca y regocijante versión de Mardrus. Blasco siguió con tanta fidelidad y buen sentido la edición francesa que logró transmitir en nuestra lengua el humor desvergonzado a veces y el optimismo de los cuentos que, noche tras noche, iban relegando el oficio cruento de la espada; la luz de amaneceres, crepúsculos y estrellas; el brillo de la pedrería, el embrujo de genios y seres fantásticos, el asombro de geografías imposibles, la generosidad o la cólera de emires y sultanes, la belleza sobrenatural de las huríes y las notas insondables arrancadas por manos adolescentes a un laúd. A través de la versión de Blasco aprendimos fórmulas orientales u orientalizadas, comprobamos el arte de la suspensión y el equilibrio, y recobramos el recurso literario de las cajas chinas, aunque a veces encierren historias falsas en cuanto contadas por personajes falsos y con ánimo de engañar.
Conjunto de leyendas populares europeas que se recogen por primera vez en el s. XVI. El texto que se presenta con la ortografía y la grafía modernizadas es la variante más importante y representativa del ciclo occidental del sendebar.
Con su habitual maestría Wilkie Collins vuelve a mantener en vilo la atención del lector de principio a fin en esta novela donde nada es lo que parece. La narración arranca presentándonos a la encantadora Emily, una muchacha huérfana cuyo padre murió cuatro años atrás de forma repentina mientras ella se hallaba lejos de su hogar. Emily acaba de terminar su formación en la escuela de la señora Ladd y está a punto de entrar a trabajar como secretaria para un anciano estudioso que investiga antiguos jeroglíficos. A partir de ahí se desencadenan los acontecimientos, en un vértigo que recuerda las mejores páginas de La dama de blanco y La piedra lunar. Emily comienza a percatarse de que todo el mundo parece ocultarle algo: su tía agonizante, la misteriosa profesora que la visita justo la última noche que pasará en el colegio y que luego desaparece repentinamente, la fiel criada de su tía, cuyo comportamiento resulta de lo más extraño La existencia de un secreto planea sobre Emily, quien se verá poco a poco envuelta en un torbellino de misterios cada vez más inquietantes hasta llegar a una revelación fatal. Mirabel, secretamente enamorado de Emily, se mostrará dispuesto a hacer lo que sea con tal de ayudarla. Pero él también encierra un secreto, el más inquietante de todos Wilkie Collins nació en Londres en 1824. Primogénito del paisajista William Collins sobre quien publicó un libro, Recuerdos de la vida de William Collins, 1848, cursó estudios de Derecho, profesión que casi no ejerció y que alternó con la de actor y prolífico escritor. A los 26 años publicó su primera novela, Antonina o la caída de Roma (1850), escrita bajo la impresión que le produjo la lectura de la célebre novela de Bulver-Lytton, Los últimos días de Pompeya. En 1860 publica La dama de blanco, novela realmente excepcional que introduce importantes cambios en la estructura del relato, el más significativo de los cuales es la pluralidad del punto de vista más tarde adoptado y desarrollado por Henry James, técnica que alcanza su madurez en La piedra lunar (1868), tal vez su obra maestra y una de las más relevantes del siglo XIX. Otras novelas de relieve son Armandale, Doble engaño, El secreto de Sarah y Sin nombre. Maestro del relato breve, en su obra destacan, entre otros, El hotel encantado, La mano muerta y La dama de Glenwith Grange. Amigo íntimo de Dickens, con quien colaboró asiduamente, Collins murió en Londres en 1889.