Licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales y en Psicología. Creadora de los Nuevos Lenguajes para la Pastoral, aplicados desde 1996, y una de las personas pioneras en Interioridad en España, a cuyo estudio y expansión se dedica con exclusividad desde ese año. Se dedica a la educación de la interioridad con adultos desde 2001, en cursos de formación para educadores y agentes de Pastoral, en talleres de desarrollo personal, talleres de oración, retiros para religiosas, en las Jornadas de Danza, Arte y Oración, y en Jornadas Educativas y/o de Pastoral, en distintos puntos de la geografía española.
La movilidad humana es no sólo un componente de la vida humana individual, un medio valioso y también, en sí, un fin valioso, en el campo de la existencia y de la actividad privada de cada uno. También supone un elemento esencial de la vida colectiva, pues encierra el modo en que principalmente las comunidades humanas salen de su aislamiento, se mezclan con otras, aprenden de ellas, producen nuevas pautas de comportamiento híbridas, nuevas ideas, nuevos hábitos resultantes del cruce, constituyendo nuevas familias exogámicas. Y es que el ser humano es, por naturaleza, un ser social y un ser de encuentro. Nacidos aquí o lejos. Serán extranjeros, mas no nos pueden ser extraños o ajenos. Es valioso para nosotros relacionarnos con ellos, tenerlos cerca, comunicarnos, compartir, cooperar, hacer cosas juntos. Es valiosa su presencia junto a nosotros y entre nosotros. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 incurre en una grave laguna, puesto que no se recoge el derecho a la movilidad, aunque sí dos de sus corolarios (derecho a circular por el territorio del propio país y derecho a salir del propio país). Pero ¿en qué se fundan esos dos corolarios? ¿Es cada uno de ellos un derecho independiente? ¿En qué necesidad esencial del hombre se enraízan? La movilidad humana es, a la vez, un valor y un derecho, tanto desde el punto de vista de los individuos como desde el de las poblaciones. ¿Cuál es la actitud correcta hacia esa movilidad humana? Y ¿cuál sería la actitud incorrecta? A todas estas cuestiones quiere dar respuesta el libro que tienen en sus manos.
No hi ha sinó un problema filosòfic vertaderament seriós: el suïcidi.» Amb aquesta asseveració tan contundent sinicia lassaig El mite de Sísif, dAlbert Camus. Podríem pensar que es tracta només duna exageració retòrica, amb lobjectiu de posar en el primer pla de la discussió filosòfica una qüestió que, si bé no ha deixat mai de ser-hi dalguna manera present aquesta antologia nés una prova, no ha arribat tampoc a conquerir mai lestatut de pregunta fonamental entre els filòsofs. Lafirmació de Camus, això no obstant, no té ben res dexagerat. La qüestió del suïcidi ens situa en un ordre de la reflexió previ a qualsevol altra pregunta filosòfica. O, dit duna altra manera: no hi ha pregunta filosòfica que pugui arribar a tenir plenament sentit si no ens hem plantejat prèviament la qüestió del suïcidi. Perquè plantejar-se i intentar respondre qualsevol pregunta ja implica un rebuig tàcit del suïcidi, lacceptació duna vida que ens ha estat donada de viure només com a opció, no pas com a obligació
Queremos saber y este deseo de saber es la expresión de una de las inquietudes más arraigada en el ser humano. La transparencia nos permite, literalmente, trascender, ir más allá del cristal, sobrepasar un límite, cruzar una frontera, mientras que la opacidad no nos abre el campo de visión, no nos permite entrever mínimamente algo de lo que hay más allá. Anhelamos la transparencia, pero no somos conscientes de los problemes que se pueden derivar de la cultura global de la transparencia. ¿Realmente queremos saberlo todo? ¿Ciertamente estamos capacitados para digerirlo? ¿Podremos soportar las montañas de basura que se acumulan en los desvanes de las instituciones? ¿Los secretos de familia guardados desde la infancia? ¿Las trampas e hipocresías de los que supuestamente nos quieren? ¿Tendremos estómago para poderlas digerir? ¿Estaremos dispuestos a ver cómo se hunden los grandes mitos de la honestidad? ¿Cuánta transparencia puede llegar a digerir el estómago social? ¿Cuánta dosis de realismo podemos tragar para vivir y cuánta dosis de idealismo necesitamos para construir horizontes?
La pereza es culpable de males como la tristeza, la desesperación, la ansiedad, la indiferencia, el aburrimiento o la depresión. Si bien en la visión religiosa comenzó siendo un pecado capital, hoy día, en su visión laica y moderna, se ha trasformado en una enfermedad psiquiátrica. En distintas épocas este mal se ha representado con diferentes caras en occidente. Desde la visión demoníaca en los tiempos de los monjes medievales al spleen baudeleriano, de la melancolía romántica de Leopardi al tedio de algunos personajes de la literatura rusa como Oblomov o los antihéroes de Chejov, de la angustia existencialista de Heidegger, Sartre o Camus al oscuro vacío en la mente de los deprimidos de hoy en día que buscan ayuda tanto en el psicoanálisis como en medicamentos psicotrópicos. Este viaje por los estados del ánimo, que son semejantes pero no iguales, tiene como hilo común una dolorosa y devastadora tentación; el desinterés por el mundo y por los otros.
El autor nos muestra en este libro de modo vivaz que podemos abrirnos inmensas posibilidades de desarrollo personal si unimos la capacidad de conocer la realidad mediante la inteligencia y el poder de transformarla y transformarnos a nosotros mismos. Y lo hace por vía de descubrimiento no de mera enseñanza, lo que resulta enormemente sugestivo y aleccionador, ya que, una vez iniciado el proceso de crecimiento, se siente uno impulsado a seguir la marcha. Es un libro creativo desde el comienzo, e incrementa la creatividad a medida que va realizando nuevas y más valiosas experiencias. Éstas, bien comprendidas y realizadas, son una fuente impresionante de energía. No es extraño que el libro culmine en la seguridad de que el valor existe y de que el conocimiento del bien y la verdad es fuente máxima de alegría. Esta seguridad es el fruto maduro de un proceso de búsqueda arduo y gozoso, a la vez.
Armas de destrucción masiva, polución, extinción demográfica: todo lo que amenaza al hombre en tanto que especie viva ya no genera duda. Pero hay factores que provienen del hombre mismo que socaban su propia humanidad. Estos factores son más difíciles de entender. El objetivo de Rémi Brague, en este sentido, es descubrirlos a través de un análisis radical de la idea de humanismo. La cuestión es saber cómo podemos promover el valor del hombre y de lo que es humano, luchando contra todas las figuras de lo inhumano. Es preciso, a partir de ahora, saber qué es necesario realmente para promover un cierto humanismo. Es el propio humanismo sobre el que se sostiene el mal. Rémi Brague advierte señales de este fenómeno reciente en tres grandes autores del siglo XX: el poeta ruso Alexander Blok y los filósofos Michel Foucault y Hans Blumenberg. No podemos engañarnos con ilusiones. Es fácil predicar un humanismo reducido a reglas de convivencia, pero ¿cómo cimentarlo? El pensamiento moderno anda corto en argumentos para justificar la existencia misma de los hombres. Buscando construir su propio armazón, excluye todo lo que trasciende lo humano. ¿Es una forma de decir que el proyecto ateo de los tiempos modernos ha fracasado? El lector lo juzgará.
el Holocausto no fue un acontecimiento singular, ni una manifestación terrible pero puntual de un ?barbarismo? persistente, fue un fenómeno estrechamente relacionado con las características propias de la modernidad. El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nuestra civilización y en un momento culminante de nuestra cultura, es, por tanto, un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura
El objetivo principal de este libro antológico es iluminar con la luz de grandes filósofos del pasado, y de los mejores pensadores actuales, las formas de obrar que generan mayor y más duradera complacencia, propia y ajena. Hombres sabios que siguen poseyendo hoy la suficiente fuerza intelectual para decirnos al oído, o a la cara, en qué grado estamos siendo guiados por la insensatez, o si, por el contrario, vamos adquiriendo clarividencia sobre lo esencial de nuestro ser y estar con otros.