Una lectura de la formación de la crítica contemporánea y del pensamiento cultural. El mundo, el texto y el crítico atestigua el vasto espectro de intereses de su autor y la ejemplar sutileza de sus análisis. Más de una década le tomó a Said componer la docena de ensayos y el lúcido programa que conforman este volumen, cuyo impacto trascendió largamente el ámbito universitario. Eric Auerbach, Walter Benjamin, Georg Lukács, Michel Foucault y Jacques Derrida son algunas de las autoridades que Edward W. Said convoca para examinar el quehacer crítico en la era de la globalización y la crisis del paradigma humanista, y con ellas establece un diálogo claro y minucioso que no teme ser polémico. Frente a la ortodoxia implacable de los diferentes fundamentalismos o la tendencia a «sacralizar» las grandes obras literarias, Said invoca la imagen del intelectual que pone en cuestión las verdades consagradas y se entrega, a través de la lectura atenta e informada por el saber histórico, al esclarecimiento de los textos y de las condiciones de su escritura. Reseña:«Un libro relajado y razonado, original, inmensamente erudito y escrito con fluidez.»John Bayley, New York Times Book Review
En este, su volumen postrero, se manifiesta de manera especial el carácter de legado final que para Schopenhauer tienen los Parerga. Es su última oportunidad de comunicar sus pensamientos, de esclarecerlo todo hasta el final y de expresar, para quien en un futuro quiera leerlas, las opiniones que sus contemporáneos no han querido oír. Fruto de ello es un volumen extenso y misceláneo en todos los sentidos: junto a ensayos netamente filosóficos hay en él mucho de biografía intelectual, de retrato psicológico y de opiniones personales que en algunos casos Schopenhauer habría hecho mejor en no escribir. Nos encontramos aquí, más que en ninguna otra obra, con el filósofo y el hombre, con las luces y las sombras de un autor controvertido y, en todo caso, irrepetible.
Se ha dicho y con razón que Arthur Schopenhauer fue autor de un solo libro: «El mundo como voluntad y representación». En este libro único, del que todas sus restantes obras son prolegómenos, ampliaciones o desarrollos, se expone además un único pensamiento: que «el mundo es el autoconocimiento de la voluntad». Fruto, en palabras del propio filósofo, del «fuego de la juventud y la energía de la primera concepción», la obra persigue mostrar el enigma del mundo, que descifra como fundamento irracional, y alcanzar el sentido de la existencia, que revela como sinsentido. El pesimismo en que concluye la concepción metafísica de Schopenhauer (la visión del dolor del mundo y de la miseria del existir) dejó una honda impronta en la creación artística, literaria y musical, además de en la reflexión moral, de finales del siglo XIX y comienzos del XX. La presente traducción ofrece el primer volumen de «El mundo como voluntad y representación» según la versión definitiva de la tercera edición alemana, comprendiendo sus cuatro 'Libros' y el 'Apéndice sobre la filosofía kantiana'.
Pese al fracaso editorial que había supuesto la primera edición de El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer consiguió que en 1844 saliera a la luz una segunda edición, aumentada por un segundo volumen de mayor extensión que el primero y en el que incluyó los complementos a los cuatro libros que componían la obra original. Calificadas por él mismo como «lo mejor que he escrito», sus páginas son fruto de veinticinco años de trabajo dedicados a reelaborar, ampliar y profundizar en las tesis vertidas en el primer volumen. Lejos de ser un aditamento postizo, los Complementos del Schopenhauer maduro son a la obra de juventud «lo que el cuadro pintado al simple boceto», y su lectura resulta indispensable para captar en toda su significación el contenido de aquélla y comprender en profundidad la filosofía de Schopenhauer. En esta edición se incluyen los índices de materias y nombres de los dos volúmenes de la obra, reforzando así la perfecta unidad de este libro único.
En los duros momentos de su reclusión en San Casciano, acusado de conspiración contra los Médici, Maquiavelo compuso este tratado de doctrina política con la finalidad tanto de alcanzar el favor de aquellos que le habían privado de la libertad y recuperar su antiguo empleo de canciller como de ser útil a Florencia. En "El Príncipe" recogió sus reflexiones, experiencias personales y ejemplos históricos destinados a cimentar sobre bases sólidas el poder del futuro gobernante, un príncipe que llevase a cabo el sueño de Julio II: la liberación de Italia de los "bárbaros". Y lo dedicó a Lorenzo de Médici. Su fama de libro perverso, de manual de déspotas, y la polémica interpretación todavía no cerrada sobre el verdadero fin y significado de sus palabras explican la fascinación que esta obra sigue causando siglos después de su publicación.
Conforme a su autocomprensión normativa, el derecho moderno se inspira en la idea de autonomía. Un sistema jurídico realiza esta idea y cobra él mismo (frente al poder social y la lucha por el poder político) una autonomía a la altura de ella cuando tamo la producción legislativa como la administración de justicia garantizan una formación imparcial de la opinión y de la voluntad y hacen que tanto la política como el derecho queden embebidos de procedimientos que permitan el uso público de la razón. No puede haber autonomía del sujeto, ni derecho autónomo, no pueden haber Estado de derecho, sin que la idea racional de democracia sea también una realidad. Sin embargo, el cumplimiento de esa promesa subyacente en el derecho moderno parece hoy tan imposible, como imposible resulta renunciar a ella. En la teoría política y la teoría del derecho se dividen el terreno planteamientos puramente normativistas y planteamientos sociológicos. En esta su obra mayor sobre la teoría discursiva del derecho y del Estado democrático de derecho, Jürgen Habermas despliega su investigación en un amplio campo en el que se articulan perspectivas metodológicas (la del observador y la del participante), distintos objetivos teóricos (el de comprender y reconstruir elementos normativos y el de describir y explicar la realidad empírica), las diversas perspectivas ligadas a los distintos papeles (el juez, el político, el legislador, el cliente de la Administración, el ciudadano) y distintos procedimientos en la forma de plantear la investigación (hermenéutica, crítica, ideológica, histórico-conceptual, etc.). La contribución de Habermas rompe así con la forma tradicional de hacer filosofía del derecho y filosofía política, aun asumiendo y sometiendo a validación socio lógica los planteamientos de ambas, que hoy siguen siendo tan imprescindibles como siempre.
Vivimos en una época de desorientación moral. Estamos perdidos en un mar de brumas, sin brújula, sin referencias, sin faro que guíe. Vivimos en la época de la ética borrosa.
Son los nuestros tiempos recios para cuantos se preocupan por la moral. Y no porque no esté de moda, que es todo lo contrario: todos se hacen lenguas de ella, tal vez porque nuestra vida pública alardea de lo que carece. Sino porque incluso los que tienen su estudio por profesión -los éticos- parecen empeñados en disolverla. Postmodernos y premodernos han sentado en el banquillo de los acusados al orden moral creado por la Modernidad, que intentaba dar razón de la autonomía personal, los derechos humanos y el compromiso esperanzado en lograr una humanidad reconciliada. prudentes sociólogos, tenidos por neoconservadores, aconsejan el retorno a la religión civil. E incluso los éticos que dicen defender tal orden moral -los utilitaristas y los campeones de la ética discursiva- están haciendo de él un cálculo o adelgazándolo en derecho y política. La pobre ética, que ya perdió sus supuestos -Ética sin metafísica, Ética sin religión han llevado por título algunos libros-, se está quedando sin objeto: se está quedando sin moral. ¿Tenemos que hablar, pues, de una época " postmoral " , a la que bastan el derecho y la política para resolver los conflictos y hacer a los hombres felices, o se merece el sufrido contribuyente un orden moral en el que confiar? Dialogando con las distintas éticas actuales intenta la nuestra llevar adelante la moral moderna, base legitimadora de una democracia auténtica, que tiene por claves la autonomía personal y la solidaridad social.
Nuestro tiempo es tiempo de modestia: época light. La reflexión huye de los grandes sistemas y la acción de las grandes empresas. ¿Quién ambiciona ya descubrir la verdad, alcanzar el bien, practicar la justicia? ¿Quién pretende poseer el secreto de la felicidad? Pequeñas verdades, minúsculos bienes, fragmentos de justicia, retazos de felicidad nos ayudan, si no a «vivir bien», en el hondo sentido de los clásicos, al menos a «pasarlo bien»: a pasarlo lo mejor posible. Y, sin embargo, las preguntas por la rectitud y la justicia, por la legitimidad del poder y la esperanza de salvación continúan pidiendo respuesta a una cultura que precisa contestarlas pata recobrar su sentido. Abordar tales cuestiones es el propósito de este libro. Para ello se interna en ese ámbito del saber llamado «práctico», desde las cuatro dimensiones que lo configuran: moral, política, derecho y religión. Desde ellas se alumbra hoy, si no una ética de máximos -una ética del ethos y la felicidad, como la que Aranguren, prologuista del libro, nos regaló hace tiempo-, una ética de mínimos; si no una magna moralia, una ética mínima. Pero una ética que se resiste a renunciar a lo mejor que hemos aprendido tras siglos de historia: el valor de la autonomía humana y la necesidad de un consenso -entendido como concordia, no como estrategia- para la organización de la vida jurídica y política.