En aquesta arrencada del segle XXI, en què la tecnologia ens afalaga i alhora ens domina, ens calen humanistes que ens ajudin a interpretar la realitat i a tenir criteris per a abordar-la. Josep Maria Puigjaner, l'autor d'aquest llibre, s'ha proposat apropar al lector, a través de la narració d'alguns retalls -reals o imaginaris- de les seves vides, la personalitat de vuit humanistes que ens transmeteren, durant el segle XX, la seva manera d'entendre la vida i l'home. Són escriptors que mereixen el qualificatiu de clàssics, és a dir que parlen des d'una perspectiva interior, profunda i arrelada en el coneixement i en l'experiència del significat de la naturalesa humana i els seus ideals de futur.
En el context de la globalització de les comunicacions, dels mercats i de la cultura, és essencial destacar els valors que són propis per poder defensar-los delements externs i garantir-ne la transmissió a les futures generacions deuropeus. Europa no és només una unitat política, geogràfica, cultural o social, sinó una realitat espiritual, una entitat amb una configuració ètica i estètica pròpia que sorgeix, en part, dels universos religiosos que al llarg de la història hi han sedimentat. Aquest petit però intens text sobre valors en la política, en leducació i en les tradicions religioses podria ser el primer símptoma duna nova primavera dels valors a Europa.
La fuerza del diálogo es, lisa y llanamente, un homenaje a Joaquín Ruiz-Giménez y si la palabra diálogo ocupa un lugar central en este título es, precisamente, porque él fue su mayor impulsor y porque su importancia, lejos de haber sufrido desgaste por su uso, ha venido cobrando fuerza con el tiempo, hasta llegar a convertirse en un grito y en un símbolo de la reconciliación y convivencia en libertad. La presente recopilación de testimonios es una de las varias posibles. Recorre diversos ciclos personales y temáticos y combina el rigor con la espontaneidad, sin excluir, siquiera, el humor ni la legítima nostalgia. La referencia a la revista Cuadernos para el Diálogo impregna casi todas las colaboraciones. Era previsiblemente inevitable. Un sincero homenaje a Joaquín Ruiz-Giménez no podía distanciarse artificiosamente de aquel lugar de encuentro y reflexión al que dedicó más tiempo y más energías que a cualquier otro de sus empeños. En todo caso, este homenaje centrado en la persona de don Joaquín lo es también a toda una generación que creyó en aquello que él representaba.
Conocido por sus importantes aportes al campo de la filosofía de la acción, la psicología moral y el estudio de la filosofía cartesiana, con este libro de estilo claro e incisivo Harry G. Frankfurt vuelve a despertar un profundo interés en torno de aquellas cuestiones filosóficas que lo preocupan "no sólo como filósofo profesional, sino también -y sobre todo- como un ser humano que trata de hacer frente de una manera modestamente sistemática a las dificultades corrientes de una vida meditada".Algunos de los ensayos de esta obra dan cuenta del trabajo filosófico del autor sobre ciertos problemas metafísicos y epistemológicos de la filosofía de Descartes. A partir de un original análisis de la importancia de la voluntad en la teoría cartesiana del conocimiento, Frankfurt desarrolla un argumento acerca de la significación de las necesidades volitivas en nuestra vida, que atañen tanto a nuestra cognición como a nuestras actitudes, decisiones y acciones, y que, lejos de menoscabar la libertad del agente, pueden ser esenciales para el ejercicio de su autonomía.En los ensayos dedicados a analizar cuestiones vinculadas con la normatividad práctica, se aparta de lo que considera un "enfoque excesivamente panmoralista" -presente en buena parte de la filosofía moral contemporánea- para prestar mayor atención a cuestiones de algún modo afines a ciertos tipos de pensamiento religioso: "problemas que tienen que ver con aquello por lo que la gente debe preocuparse, con su compromiso con los ideales y con el papel proteico de los distintos modos de amor en nuestra vida".En varios artículos de este volumen Frankfurt retoma y enriquece temas tratados en su obra anterior, 'La importancia de lo que nos preocupa' (publicada por Katz editores), que incluye la versión original de su famoso ensayo "On bullshit".
Este libro reúne las entrevistas y los debates en los que entre 1974 y 1997 participó Cornelius Castoriadis, el polifacético pensador que fue a la vez político, economista, psicoanalista y filósofo. Defensor de lo que denominó "un proyecto de autonomía" en lo individual y en lo social, los temas "interminables" de su obra -el de la verdad y el de la vida en sociedad- se encuentran en este volumen. Luego de entrevistas en las que se trazan las grandes etapas de su carrera, en particular la experiencia de Socialismo o Barbarie, Castoriadis regresa incansablemente sobre la cuestión de la democracia -su carácter inacabado, su pasado y su futuro en el mundo occidental- y también sobre lo que constituye el núcleo de su pensamiento desde 'La institución imaginaria de la sociedad': el análisis de la naturaleza de esas significaciones "imaginarias" que permiten la cohesión de las sociedades. A lo largo de la obra advertimos la presencia recurrente de una interrogación: las posibilidades de la libertad y del proyecto de autonomía en un mundo caracterizado por la destrucción de significaciones, la descomposición de los mecanismos de dirección, la retirada de la población de la esfera política -en una sociedad, dice él, de 'hobbies' y de 'lobbies': una sociedad a la deriva-.
La moral es el horizonte que define la acción del hombre y, como tal, es totalitaria y se define por sí sola. Nada humano le es ajeno, puesto que junto a la pregunta ontológica fundamental entorno al «ser» «¿Qué soy?» aparecerá siempre el cuestionamiento moral entorno a la acción «¿Qué debo hacer?». La moral es comprendida, entonces, como «una segunda naturaleza», ya sea que se conciba como mejora de lo dado natural, a la manera de la Antigüedad, o bien como rechazo de ello, al más puro estilo moderno. Éste y otros planteamientos son desarrollados por Jankélévitch en su Curso de filosofía mora, impartido en la Universidad libre de Bruselas en 1962 y transcrito por uno de sus alumnos. En él se reúnen y esclarecen los planteamientos esenciales del autor en torno a la moral.
La "globalización", entendida como un extraordinario cambio de escala que acompaña los fenómenos políticos de nuestra época, no tiene sólo un significado técnico y económico. Estamos, sostiene Giacomo Marramao en esta obra, ante un 'pasaje' destinado a transformar la cultura toda, que exige por tanto una reconversión de conceptos fundamentales: identidad y diferencia, contingencia y necesidad, o aun, para empezar, local y global. Con el objeto de desmitificar dos falsas oposiciones (Estado-mercado y Oriente-Occidente), la obra, sobre el fondo constante de la gran discusión sobre la "era global" sostenida entre las dos guerras por autores como Spengler, Jünger, Schmitt y Heidegger, desarrolla su argumento moviéndose desde el desencanto de la categoría de mercado operado por Karl Polanyi hasta una profunda revisión del análisis comparativo de las culturas operado por Max Weber.La exigencia -expresada en la conclusión de esta obra por medio de una cerrada confrontación con las posiciones de Jürgen Habermas y de Jacques Derrida- de una "política universalista de la diferencia", es formulada sobre la base de un nuevo y radical examen crítico de la pretensión de universalidad de las categorías, típicamente occidentales, de democracia y filosofía.
Se ha discutido si la antropología en la modernidad se ha convertido en el centro de la filosofía. De hecho, la antropología es como un cruce de caminos en el que confluyen muchas cuestiones filosóficas. El hombre mismo es una cuestión cuya complejidad extiende sus hilos a todo el campo de la filosofía. La realidad toda se entreteje en sus fibras, de ahí la caracterización renacentista del hombre como microcosmos. El carácter corporal y social, la afectividad, el lenguaje y, especialmente, la mente y el carácter personal muestran de qué «material», está hecho el hombre, cómo está equipado. Otros rasgos, como identidad, libertad, actividad, historicidad, cultura y sociedad, enseñan cuál es la tarea a la que está destinado. Finalmente, otros indican los límites en los que discurre su existencia y ayudan a trazar los perfiles: el mal, la caída, la culpa y la muerte. Estos límites reflejan, además, una experiencia muy actual: el carácter vulnerable del hombre.
Puesto el ser humano, puesta la Etica; así podría expresarse el hecho de que la identidad humanamisma es la que conlleva las perspectivas, cuestiones y problemas que solemos recoger bajo el nombre de «Etica». dicha identidad es sutil y potente, en cuanto a que no somos ni individuos aislados ni puros apéndices de un colectivo sinoa la vez socialmente individuales e individualmente sociales, es decir, personas.
El sentimiento de compasión -o de piedad- no goza de excesivo prestigio fuera del marco religioso, como podrían corroborarlo hoy varias de nuestras locuciones ordinarias. Tampoco la historia del pensamiento, salvo notorias excepciones, se ha mostrado lo bastante piadosa con la piedad. Al contrario, la sospecha general nos la presenta como una triste emoción nacida de la impotencia y la debilidad, un sentimiento tan blando e ineficaz como proclive a la desmesura, un afecto morboso que apenas logra encubrir el propio goce en la desdicha ajena y hasta cierto afán de humillar al desgraciado. Mal podría aspirar a tenerse por virtud la que ha sido tachada de pasión mala e inútil. Pero el trabajo racional ha de traer a la luz el fondo de la compasión a fin de pensar aquello a lo que oscuramente apunta, los últimos resortes que la disparan: la dignidad del hombre y su consciente finitud. El hombre es un ser miserable, es decir, compadecible, por albergar a la vez la miseria de su fragilidad mortal y la grandeza de su exclusiva libertad. Desde esa íntima conciencia de pertenecer a la comunidad de los morituri, ¿qué otra cosa reclamamos, más acá del amor y más allá de la justicia, como no sea la piedad? Aunque nada más mereciéramos -o tal vez por merecer la nada- eso que siempre merecemos es compasión.