Bloom, como lector privilegiado, no podía orillar la poesía norteamericana del siglo XX, rica y variada como pocas de ese tiempo. Para él dos son los libros capitales de ese período: Las auroras de otoño de Wallace Stevens y El puente de Hart Crane. A partir de ahí traza un árbol genealógico que incluye nombres esenciales de la lírica del pasado siglo: autores ya clásicos como Elizabeth Bihsop, James Merrill o A. R. Ammons junto a otros que muchos lectores descubrirán aquí, como May Swenson, John Hollander o Amy Clampitt, hasta llegar a los aún en activo: John Ashbery, W. S. Merwin, Mark Strand, Charles Wright, Jay Wright, William Wadsworth, Anne Carson, Henri Cole y Li-Young Lee.
Hoy Alberti se ha convertido ya en un gran clásico, en un mito que simboliza no sólo a una generación literaria, sino también a un pueblo, en continua búsqueda de ideales.
¿Se puede aún a fecha de hoy hablar de la existencia de la poesía como género textual? En caso afirmativo, ¿cómo es esa poesía, cómo debería ser? En caso negativo, ¿por qué ha dejado de existir? ¿Cómo es posible que la poesía española actual no haya dado el salto de la modernidad a la posmodernidad, como sí lo han hecho las otras artes? ¿Se pueden hoy escribir poemas sin tener en cuenta el resto de ámbitos de la sociedad contemporánea? ¿Hay poesía en las ciencias, en la publicidad, en el diseño, en la economía, en la telebasura, en la bollería industrial? ¿Qué es la metafísica del chicle? ¿Es la poesía hoy una red, un sistema complejo? ¿Han cambiado nuestra concepción de la poesía las nuevas tecnologías? ¿Qué significa que hoy ya sólo pueda escribirse desde la información y no desde la erudición? Este libro da respuesta a todo ello definiendo un nuevo marco, la Poesía Postpoética, que recoge a la ya existente y la abre a los nuevos paradigmas sociales de la posmodernidad tardía, al hecho posliterario en el que ya estamos inmersos.
No me atrevo a decir que Siete maneras de decir manzana ofrezca teorías, aunque es obvio que sí pone sobre la mesa algo más que simples opiniones. Probablemente sería más exacta, aunque también sea más modesta, la palabra conjeturas, porque eso es lo que, en el fondo, son todos los intentos de fijar algo tán etéreo y cambiante como es la poesía: un empeño estéril, por fortuna, porque la poesía desaparecería, con toda seguridad, el día en que alguien lograse demostrar qué es exactamente y pudiera establecer las reglas y fórmulas que asegurasen el éxito como escritor a cualquiera que las siguiese. La sorpresa es lo contrario de la certeza, y si de algo está hecha la poesía es, justamente, de sorpresas, de descubrimientos, de paradojas... Los caminos ya andados sirven para los paseantes, no para los descubridores. Ojalá este libro consiga esconder entre sus páginas la llave que buscan quienes desean abrir la puerta de la poesía, tanto para leerla como para escribirla. Yo he dicho todo lo que sabía, pero aprenderé nuevas cosas y habrá más libros parecidos a éste en el futuro. Volveremos a vernos, no lo duden.
La vida dañada de Aníbal Núñez no es una biografía. La figura de uno de los poetas más significativos del último tercio del siglo XX español, sirve a su autor como introducción a toda una etapa histórica y de pensamiento gobernada por un signo negativo, por un aura de fracaso y derrota que, sin embargo, hoy se ve mitificada y dulcificada en alguno de sus agudos perfiles Fernando R. de la Flor teje una espiral interpretativa en torno al autor de Alzado de la Ruina que alcanza en su evolución todo un campo simbólico, social, esencialmente devastado, en medio del cual aquel esprit fort que fue Aníbal Núñez traza su compleja poética vital y termina conduciéndola hacia una suerte de exaltación dionisiaca y felicidad por encima de toda desdicha acontecida. A los 25 años de la muerte de aquel singular poeta (el 13 de marzo de 2012) La vida dañada reabre y revisita los espacios clausurados de aquella tan especial producción de presencia que ante su tiempo llevó a cabo Aníbal Núñez para extraer de ello algún mensaje valedero para el desustanciado presente. El propio autor, que vivió aquellos raros años 70 y 80 llega a un acuerdo tácito con la época: no marcarla como una etapa de desencanto y ello en tanto en cuanto esta pueda todavía revelarse ante nosotros y alcance a mostrar con poderío la natural crudeza en medio de la cual aquellos sujetos y acontecimientos se desenvolvieron.
Miguel de Cervantes es el escritor más conocido de todos los tiempos. Sin embargo su vida siempre ha sido un misterio. Fernando Penco ha realizado un estudio minucioso que consigue aportar datos desconocidos hasta el momento. Este libro que el lector tiene en sus manos confirma el origen judeoconverso del autor del Quijote y saca a la luz, por primera vez del original, un manuscrito de 1497 en el que Mencía Fernández, hija del condenado Ruy Díaz de Torreblanca tatarabuelo de Miguel, pagaba 375 maravedís ante el Tribunal de la Inquisición de Córdoba para reconciliarse y poder así huir de la implacable realidad de una metrópoli en la que, poco después, iba a llevarse a cabo el Auto de fe más cruento que se conoce. En Un país llamado Cervantes: el origen judeoconverso del escritor, el narrador, que inicia su periplo en El Toboso y que recorre los caminos en los que Cervantes imaginó a don Quijote en un viaje apasionante e intemporal que no abandona la senda del saber, nos adentra asimismo en las perdidas aldeas de La Mancha, en los castillos de Castilla o bajo los arcos y contrarrestos de las sinagogas clandestinas de la Córdoba Bajomedieval, donde los ascendientes de Miguel de Cervantes practicaron la fe mosaica, secretamente.
Todo canon implica una antología y toda antología propone un canon. Pero inmediatamente surge la pregunta de quién construye el canon y para qué. No hay un solo canon, como es lógico, aunque se haya empeñado en ello la elegía conservadora de Harold Bloom, sino una pluralidad de cánones, como hay una pluralidad de lectores que en realidad son electores. Leer supone, siempre, elegir, seleccionar. Cualquier lector es ya un antólogo, tiene su propio canon, lo materializa en cada acto de lectura y lo despliega en su biblioteca personal. Hay, con todo, lectores que eligen por y para los demás, lectores que Todo canon implica una antología y toda antología propone un canon. Pero inmediatamente surge la pregunta de quién construye el canon y para qué. No hay un solo canon, como es lógico, aunque se haya empeñado en ello la elegía conservadora de Harold Bloom, sino una pluralidad de cánones, como hay una pluralidad de lectores que en realidad son electores. Leer supone, siempre, elegir, seleccionar. Cualquier lector es ya un antólogo, tiene su propio canon, lo materializa en cada acto de lectura y lo despliega en su biblioteca personal. Hay, con todo, lectores que eligen por y para los demás, lectores que componen antologías, esto es, conjuntos de textos en los que tanta importancia tiene lo seleccionado como lo excluido. Apuestan por un canon, si se trata de una antología programática, fundacional, de grupo o de generación, o bien fijan y depuran un canon, si se trata de una antología panorámica, concebida como una herramienta de la historia literaria. El problema viene cuando, como ocurre en el famoso y polémico libro de Bloom, se distingue radicalmente entre estética e ideología, cuando se nos ofrece, presuntamente, un canon literario y nada más que literario, y además con pretensiones de validez universal, al menos en eso que llamamos Occidente. Como la literatura o la Teoría de la literatura no son un lugar puro y ajeno a la lucha ideológica, las voces discrepantes de Bloom, las mis- más que provocaron su elegía al canon occidental, han venido hablando de la conveniencia de desmoronar, abrir o deconstruir el canon. Más que este tipo de estrategias que se basan en el «resentimiento» y elaboran un canon para cada minoría, actitud muy legítima por otra parte, interesa sin embargo proponer cánones complementarios del puramente literario, cánones selectivos que asuman su naturaleza parcial y variable y que a la vez muestren la historicidad de la literatura. De aquí la oportunidad de preguntarse por un canon del compromiso. Si las antologías son fábricas de capital literario, si son propuestas de canonización, ¿hasta qué punto ofrecen un resquicio al compromiso poético? ¿Cómo negocia la política estética que pone en juego todo antólogo con la noción de compromiso? ¿Hay antologías que se organizan exclusivamente o mayoritariamente a partir del compromiso de los poetas? ¿Cómo articulan la poesía con la sociedad y la historia? ¿Por dónde comenzar a construir un canon de las antologías poéticas del compromiso? ¿Qué puede aportar el estudio de las antologías poé ticas del siglo XX y comienzos del XXI a la historia de nuestro canon literario? ¿Y a la historia del compromiso en la poesía española contemporánea? Son demasiadas preguntas quizás, pero el lector de este libro tiene derecho a hacérselas, como el obrero de aquel poema de Brecht que acaba precisamente así: «Una pregunta para cada historia».
Colección Levante Gayo Valerio Catulo nació en Verona (87/84 aC), en una familia acomodada. Vivió gran parte de su vida en Roma, y murió con treinta años (¿54? aC). Conoció la etapa más convulsa de la República romana. Vivió la dictadura aristocrátic
Aquesta publicació té l'origen en el treball de recerca realitzat dins del Màster d'Iniciació a la Recerca en Humanitats de la Facultat de Lletres de la UdG, dirigit pel professor Pep Valsalobre, llegit el 19 de setembre de 2012 i que va obtenir la qualificació de Matrícula d'Honor.
La poesía de Pablo siempre se ha caracterizado por un cierto hermetismo y, a la vez, por su pluralidad de interpretaciones, característica ésta como es ya sabido de la buena literatura. Acceder a estos versos, que no entenderlos del todo, requiere siempre un esfuerzo por parte del lector, una relectura y un tiempo de espera antes de retornar a ellos.
A diferencia de su admirado Garcilaso, Luis de Góngora no fue siempre un poeta indiscutible: la difusión de sus Soledades provocó una de las mayores controversias de nuestras letras, y sólo a partir de 1927, tras más de dos centurias de incomprensión y arrumbamiento, alcanzó a ostentar un lugar preeminente en el canon literario español. Dotado de una portentosa imaginación visual (y gramatical), rico en géneros y formas, igualmente feliz en lo popular y lo elevado, Góngora transformó la lengua poética de su tiempo elevando sus posibilidades expresivas hasta cumbres insospechadas. Antonio Carreira, máximo especialista en la rica e intrincada transmisión de la obra gongorina, ha actualizado la que puede considerarse su edición definitiva: doscientos poemas (incluidos el Polifemo y las Soledades) que aquí se ofrecen ordenados de forma cronológica, para que el lector pueda apreciar el itinerario artístico del poeta cordobés, siempre en pos de la excelencia y nunca lejos de la vida. La anotación resuelve con seguridad los problemas de interpretación de las piezas, señala sus circunstancias de escritura, aclara sus muchos lugares oscuros y pone de relieve la inmensidad de saberes que don Luis conjugó para alcanzar la perfección en cada verso.