Esta es la gran biografía de uno de los reyes más injustamente relegados al olvido de la historia de España: Felipe IV, el rey Sol. Alfredo Alvar nos ofrece, con una maestría irrepetible, llena de agudeza, erudición y matices históricos y artísticos, la figura del monarca que tuvo que reinar durante uno de los periodos más comprometidos y decisivos de la época imperial. Aquí no se describe ni a un «Austria menor», ni mucho menos a un «pasmao». Aquí se muestra la grandeza personal, la intimidad y la responsabilidad de un rey que tuvo que luchar por sobrevivir a un período plagado de escollos políticos, guerras y tragedias personales, y que también promovió como nadie lo había hecho antes las artes y las letras, convirtiendo a España en una de los más grandes referentes artísticos que el mundo ha visto. Felipe IV (Valladolid, 1605-Madrid, 1665) reinó en España desde 1621. La fecha clave que marco las dos etapas de su reinado es 1643, año en que cayó en desgracia su valido, don Gaspar de Guzmán y Pimentel, que pasó a la historia como el Conde-Duque de Olivares. Cansado de aguantar las opiniones de un solo privado, el rey optó por reinar y gobernar personalmente, o por mejor decir, apoyándose en varios consejeros tales como fueron don Luis de Haro, don Juan José de Austria (su hijo natural) o sor María de Ágreda.
En 1517, un joven de diecisiete años llegó a las costas de un país del que acababa de convertirse en rey, pero cuya gente no conocía y cuyo idioma no hablaba. España, tierra sacudida por la revolución, resultó ser un reto para el joven Carlos de Habsburgo. Pronto se enfrentó a nuevos retos cuando siendo emperador de Alemania fue llamado a confrontar una rebelión religiosa, y a buscar recursos para combatir invasiones musulmanas por tierra y mar. Afortunadamente, contaba con las riquezas traídas de la lejana y rica América. Henry Kamen nos ofrece, de forma magistral, una perspectiva única y total, basada en investigaciones en cinco idiomas, sobre la vida pública y privada del emperador. Pone de manifiesto la gran personalidad del César y ofrece el retrato ameno y riguroso de una época esencial de la historia de España.
Se cuenta que era tradición en la vieja China que, a la muerte de un santo, de un héroe o de un canalla se les levantasen estatuas para que el pueblo, al contemplarlas, rememorase cuál había sido la vida de los que así quedaban a la luz de la posteridad.