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El 6 de abril de 1947, en la entrada de un búnker en la frontera entre Austria e Italia, se encuentra el cadáver de un hombre. El muerto tiene dos agujeros de bala en la cabeza, y otro en el pecho. Entre sus pocas pertenencias, los policías italianos encuentran un documento de identidad que enseguida resulta ser una falsificación. Un examen más detallado del cadáver revela que lleva un tatuaje en el lado interior del brazo izquierdo y cicatrices en la cara, lo que lleva a los agentes hacia la verdadera identidad del muerto: se trata de Gerhard Bast, nacido en 1911 en Kočevje, hoy Eslovenia, comandante de las SS y agente de la Gestapo, un criminal de guerra buscado por la Policía Federal austríaca. Medio siglo después, el periodista y traductor Martin Pollack viaja a esta parte de Italia para investigar las circunstancias de esa extraña muerte. Había dudado durante mucho tiempo entre iniciar estas investigaciones o no, tal vez debido a una inconsciente sensación de miedo a encontrar cosas peores aún que sus expectativas, ya por sí muy negativas. La muerte violenta de Bast pone fin a una vida en la que la violencia jugaba un papel muy importante, y a la vez inicia un informe que investiga en la identidad de una persona con una intensidad impresionante. Pollack apenas conocía a esa persona que, sin embargo, le era más próximo que nadie: era su padre.