Durante mucho tiempo, Javier Lahoz ha deseado escribir sobre el cine y sobre quienes lo construyen. Para ello solo le faltaba un empujón. Se lo ha dado el excelente ilustrador Nacho Rúa, que además de buen amigo que manejaba la idea de un proyecto en común. Ambos retratan con palabras y con el lápiz un centenar de intérpretes seleccionados caprichosamente al azar de entre el imaginario de los que les regalan, o les han regalado, momentos necesarios. Faltan muchos actores y actrices, porque había que poner un número y la centena es un buen corte para redondear. Todos los textos y los dibujos son el resultado de un cariño inmenso por un mundo que ha supuesto una fuente de luz inagotable que solo las pantallas y los escenarios saben irradiar. Este libro supone un homenaje a una profesión que comparte con el público la ficción como una forma de vida.
Este libro es el resultado de más de veinte años de experiencia como profesor de esgrima y lucha escénica, y el consiguiente trabajo con actores y actrices desarrollando las técnicas más adecuadas para llevar a cabo una escena de lucha con las garantías de éxito necesarias para preservar la seguridad de los actores, y garantizar el sentido de la verdad que ilusione al espectador y lo transporte a los distintos lugares y situaciones descritas por los dramaturgos de todas las épocas.
La imagen femenina en la pantalla de cine está hecha de la materia de los sueños, los sentimientos o las obsesiones, y su carnalidad es tan cercana como intangible. Si se invita a catorce autores a escribir, cada cual a su cuenta y a su modo, sobre otras tantas figuras femeninas del cine asociadas con la idea del Mal, el resultado obvio de la mezcla del tema seductor y la libertad creativa es una vertiginosa diversidad de temas y enfoques, más allá de la cual se manifiesta una coincidencia soprendente: frente a ensañamientos de crímenes horrendos, actos despiadados, desnudos provocadores o pérfidas indefensiones, ni uno sólo de los catorce autores se siente con fuerzas o autoridad para censurar a las perversas del cine, y todos se rinden con armas y bagaje ante la fascinación de la mujer. El Mal se transfigura en belleza artística y en incitación emocional y, en lugar de ceñudas condenas, aparecen el entusiasmo, el ensueño, o una contemplación estética entretejida con anhelos y deseos insaciados que se traducen en vuelos imaginativos, perplejidades, análisis que no logran ser fríos y, a menudo, cómicas constataciones del desamparo del hombre. Es en esa fascinación ante la mujer donde los autores, en claves muy variadas, perciben una perversidad: las mujeres de la pantalla hablan, se mueven; se muestrasn engañosamente cercanas, despiertan inquietudes y deseos, pero, protegidas por impenetrables corazas de celuloide, son inasequibles como estatuas, pinturas o divinidades.
Uno de los pocos mitos vigentes de la historia del cine clásico, su vida fue tan apasionante como la mayoría de sus películas. Fue un hombre a quien el cine le hizo justicia: su elegancia natural estaba en su propia presencia, que llenaba la pantalla. Trabajó con los mejores directores y siempre estuvo al servicio de ellos y de las películas en las que intervenía, que forman ya un pedazo de los mejores recuerdos de las salas oscuras.
Con más de 1.000 entradas de actores de todas las épocas, nacionalidades y corrientes interpretativas. Incluye fotografía de cada actor, filmografía completa, año de producción, título en castellano y director, nominaciones y premios Oscar y Goya y una extensa nota biográfica.