Si el hombre llegase a comprender la belleza y grandeza de su alma, seguramente se enamoraría de ella. Enamorado dedicaría un tiempo a descubrir que en ella está el Señor; y si encontrara a este Señor-Dios, se pondría en diálogo con Él, es decir, se pondría a orar. Santa Teresa de Jesús es testigo de esta hermosa y gozosa realidad. El autor nos regala en este “catecismo” (exposición breve, sencilla y sustancial) una lograda síntesis de cómo iniciar, seguir y culminar con la santa abulense la aventura de nuestro “trato de amistad con quien sabemos nos ama”, con el objetivo de que, en estos tiempos tan recios, abunden por nuestro mundo “amigos fuertes de Dios”.