La Revolución francesa, que tanto había esperanzado a los ilustrados de Europa, tardó muy pocos años en revelarse como una transformación más compleja e incierta de lo que habían soñado. Friedrich Schiller escribió estas cartas entre 1793 y 1795, tras la lectura de la obra de Kant y Fichte, incuestionables maestros de la época, para examinar el postulado de la preeminencia de la Razón. Para el poeta y dramaturgo alemán, tan necesario como aprender a pensar es cultivar la sensibilidad y desarrollar la capacidad para apreciar la belleza, una facultad tan universal como la razón. Y es que, más que la capacidad de razonar y la afinidad intelectual, lo que nos hermana es la facultad de sentir y poner en común los gustos: las «afinidades electivas». A lo largo de los dos siglos transcurridos desde que fueron escritas, estas páginas profundamente renovadoras se han convertido en una contribución indiscutible al pensamiento universal.