EL AUTOR DE ESTE LIBRO acude a una fórmula de expresión literaria que tiene antecedentes famosos, tanto en verso como en prosa. Desde Horacio, con su Epístola a los Pisones. Desde Garcilaso y Boscán. Desde Montesquieu, más o menos seguido por Cadalso, Goethe, Dostoiewski... Las cartas son un recurso que permite abrir la obra a la mística, con Santa Teresa, y a la poética, con Rilke. Es un género flexible. Admite la confidencia y la teorización, el realismo y el idealismo. Sospecho, por lo que conozco, que es un género idóneo para la personalidad literaria -y quizá también temperalmental de Oscar Menassa. Por eso me parece inteligente que lo haya adoptado en este nuevo producto de su incansable labor. Él -según yo creo- es ante todo poeta y psicólogo, y en esa doble -y quizá consolidada- condición aparece este libro. Iba a decir estos ensayos, lo iba a decir porque varias de estas páginas vienen a ser pequeños ensayos en torno a temas sociales. Sin embargo, lo que prevalece es la efusión lírica. Claro que el poeta y el psicólogo se interfieren, se superponen y se complementan, porque la poesía nace en reinos psicológicos del yo, siempre un poco absorbente. Menassa es escritor más bien subjetivo, y eso lleva ganado para la lírica. Es también un buceador de mares interiores y de las reacciones humanas, y eso lleva a favor de su estilo poético- caótico. De suerte que, a ratos, estas cartas adquieren rango de poema en prosa. Otra banda estilística que su inquietud aborda. El poema en prosa, desde Baudelaire, fue estimado por simbolistas y surrealistas y, en castellano, ya quedó "canonizado", por así decirlo, merced al importante estudio de Guillermo Díaz Plaja. En los textos de Menassa se intercalan algunos poemas, pero lo fundamental es el tratamiento poético de la prosa misma, lo que cada frase tiene de lenguaje connotativo sobre la mera denotación, y el apoyo para alcanzar la substantividad. El género admite también la ficción. Las cartas, a veces, no lo son propiamente y el destinatario puede ser inventado. Lo primero, se da en Menassa: más que cartas ha escrito comentarios personales. Lo segundo, el destinatario -destinataria- es real y se identifica desde el título. Sin embargo, a medida que el libro avanza, esa segunda persona se aleja del discurso, va perdiendo importancia quizá porque el valor dentro del libro es más bien -dejando a salvo el amor real-como instrumento a través del cual se ve el mundo. Un mundo, pues, filtrado por la actitud amorosa, contemplado -y valorado- por quien tiene cerca de sí a un ser amado. Ciertamente no es poco, pero el papel de destinatario se difumina. Esto se corrige en las cartas finales, en las que se devuelve el protagonismo tácito a la presunta lectora. Es ya cuando un cierto matiz de desánimo lleva al poeta al refugio íntimo del amor. Es el consuelo que se busca, con el deseo de que un beso y el sol de la mañana se encarnicen en la propia historia. La materia ideológica muestra zonas existenciales y matices morales. El poeta sabe que estamos "condenados a seguir viviendo" aunque él es vitalista y a veces exultante. Sabe también que hay un mundo cruel ante el que no se pueden cerrar los ojos, aunque él es pragmático. Las circunstancias personales se acumulan y son como lentes para contemplar y modificar las situaciones. Amor, sexo y poesía rigen, en cierto modo, el talante. No se sublima el sexo sino su libertad y su humanización. Hay mucho en estas cartas de autorreflexión; de confesión incluso. Un pequeño caos temático, favorecido por la propia tendencia al para-surrealismo que, al hilo de su profesión de psicoanalista, cultiva el autor. Porque también encontramos normas estéticas, como "la poesía es el pensamiento inconsciente" y morales, como "el amor nace de gajos arrancados de la especie". Prosa fluida, a veces de vuelo idealista que no tiene empacho de rozar la realidad más cruda con expresiones de desenfado verbal. No faltan -¿por qué iban a faltar?- construcciones y voces tocadas de argentinismo. Así de complejo y vario es este libro nuevo de Oscar Menassa reconocible en su estilo personal, constituido por medio centenar de epístolas "sui géneris", en las que descuella ante todo su condición de poeta. LEOPOLDO DE LUIS. Las 2001 Noches, nº 42.