De Karl Barth puede decirse que fue el Santo Tomás de la teología protestante, pues logró elaborar una amplia sistematización una especie de Suma Teológica del pensamiento de la Reforma en su globalidad. Buen conocedor de la teología luterana y calvinista, supo realizar una gran síntesis, no exenta de un talante crítico, con interesantes aportaciones nuevas que hacen que su teología sobrepase a veces las fronteras confesionales del protestantismo. Este comentario a la Carta a los Romanos constituye el punto radical de ruptura entre la teología del siglo XIX y la del XX. En contraposición a su postura inicial, tendente a la identificación entre socialismo y reino de Dios, Barth descubre ahora que la Biblia, más que de nuestra relación con la divinidad (propio de la religión o la ética) habla de la relación de Dios con nosotros: del reino de Dios, que no es reductible a un movimiento político o económico, ni siquiera a la religión (o religiosidad) como hecho humano. Su lema será el de una absoluta disociación entre la inmanencia y la trascendencia: «el mundo es mundo, y Dios es Dios». Tesis que se materializará en esta obra.