Sin la exquisita obra y el discreto magisterio de Alejandro de la Sota, uno de los pilares fundamentales de la arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX, el definitivo ingreso de ésta a la modernidad hubiese sido menos esencial y depurado. No tan conocida es la afición que el maestro cultivó toda su vida con verdadero gozo y constancia: dibujar caricaturas. El análisis certero de la figura hasta lograr la destilación de sus rasgos característicos y el posterior trazado resuelto y ágil de las líneas más reveladoras de la fisionomía se encuentran muy próximos, en realidad, al planteamiento que hay detrás de su quehacer arquitectónico. La reducción significativa de un rostro a su caligrafía elemental y la delicada purificación de sus edificios hasta quedarse con su sustancia medular surgen de la raíz común del dibujo entendido como herramienta suficiente de escrutinio y expresión. En alguna ocasión llegó a preguntarse a sí mismo: ¿Es éste el edificio o es su caricatura?