Gritaban y trataban de izar anclas al instante para colocarse dentro del cardumen mismo, para lo cual, si era necesario, se metían con la red de su vecino, diciendo todo lo que se les ocurría, manejando furiosamente sus aparejos y advirtiendo a gritos a los otros, mientras el agua burbujeaba como si fuera una botella de gaseosa que se acabara de destapar.