Hace ya tiempo que la hermenéutica se ganó su propio y diferenciado lugar en el atomizado paisaje de las tradiciones de pensamiento contemporáneas. Pero, por razones relacionadas con su misma sustancia filosófica, la hermenéutica ha ido convirtiéndose paso a paso, también, en un interlocutor fecundo de los más variados enfoques en el ámbito de la filosofía, pese a la diferencia de presupuestos que pudiera mantener con ellos. Y esto porque, a fin de cuentas, la mirada hermenéutica aspira a comprender y, en esa medida, a convertir en objetos suyos los discursos en que van cobrando forma las ideas del pasado y del presente (o de ese pasado que gravita sobre cada presente y lo hace susceptible de comprensión en absoluto). A su vez, esos otros enfoques no han podido por menos de hacerse cargo de la interpelación hermenéutica, respondiendo a ella en toda la gama de matices que va del aprovechamiento y la incorporación de herramientas y hallazgos interpretativos, a la crítica abierta, y hasta la denuncia, de sus supuestos de partida.