Desde que, en 1537, el rey Enrique VIII de Inglaterra decide romper con Roma y el catolicismo hasta la consumación del desastre de la Armada Invencible en 1588, transcurre medio siglo de enemistad y hostilidad entre la España imperial de los Austrias y la contradictoria Inglaterra emergente de los Tudor. A la pujanza política y expansiva del Imperio español se opone una Francia debatiéndose en crisis civil y religiosa, los Países Bajos en plena sublevación y una Inglaterra que, presumiendo de neutralidad, bajo el gobierno decididamente protestante de la reina Isabel I (hija bastarda de Enrique VIII) tomaría claro partido, optando por una oposición permanente al catolicismo, representado por el Papa y su más fiel paladín, el rey Felipe II de España, destinado a ser gobernante del más grande imperio del mundo, donde no se ponía el sol. Las cartas quedaban así echadas; Isabel no dudó en dejarse llevar por sus decididos e inescrupulosos hombres de mar, que le prometieron grandes riquezas asaltando los enclaves españoles del otro lado del Atlántico. Tampoco tuvo empacho en retener y apoderarse de las soldadas de Flandes a refugio en un puerto inglés, obstaculizar la subida al trono de Felipe en Portugal aliándose con Catalina, regente de Francia, en 1578, ni en desatar una «guerra de baja intensidad» en los Países Bajos contra el imperio español, apoyando a los protestantes. Las máximas provocaciones llegaron con el saqueo de las costas portuguesas por Drake y Frobisher en 1585, el envío del ejército expedicionario de Leicester del lado protestante a los Países Bajos el mismo año y, por último, la ejecución de la reina católica de Escocia, María Estuardo, en 1587 (exigiendo el propio Papa respuesta inmediata de Felipe) y el ataque de Drake al puerto de Cádiz. El rey de España comprendió que tenía que parar los pies definitivamente a la reina inglesa poniéndola ante la invasión de su propio reino y su destitución del trono, lo que se llevaría a cabo enviando una gran flota desde Lisboa, y un ejército desde los puertos de Flandes: el episodio de la Armada Invencible había comenzado. La Armada zarpó de Lisboa, recaló en la Coruña a causa de un temporal y, rehecha, en una semana alcanzó la costa meridional inglesa que recorría librando diversos combates (Plymouth, Portland Bill, isla de Wight) hasta pasar el estrecho de Dover y fondear en Calais, donde libró la batalla de Gravelinas; la imposible coordinación con el ejército de Farnesio y el acoso británico la obligaba después, condicionada por los temporales, a emprender la circunnavegación de las islas británicas, aventura en la que se perdieron muchas naves. Sólo la mitad regresaron a España, dando lugar a que Inglaterra recuperara la iniciativa con el episodio de la Contraarmada.