Encontramos en Blues un verdadero arte de las superficies: un inquietante cruce entre lo real y lo asombroso, entre el lenguaje y la vida, las palabras y las cosas. Se trata de un verdadero universo de intimidad: la intimidad de un silencio, de una mirada, de una despedida. Resonancias de un mundo interior: todo tan implícito y desgarrador. No la intimidad de lo inefable, de lo oculto, ni siquiera del secreto, sino, precisamente, esa simple intimidad de lo más evidente y, por ello, de lo más trivial: de esas pequeñas vidas absurdas que se desmoronan en las grietas de sus insignificantes existencias. Blues nos hace partícipes de ese crack-up insubstancial que nos conmueve, nos entristece y fascina.
