Émile Zola une en su novelística el pensamiento cientificista y positivista de la época con los temas esenciales de la existencia: la vida, la muerte, el amor, el dinero, la máquina. Para escribir La Bestia Humana (1890), Zola, obsesionado por la exactitud, hizo un viaje en locomotora acompañado por un maquinista y su ayudante. Sobre este tema, tan atrayente para la época, el de la máquina poderosa, irresistible, pero domada por el hombre, Zola engarza una historia de amor y de pasión de trágicas consecuencias. Es la historia negra de una desesperanza en los principios del ferrocarril que permite confirmar la permanencia del mito a través del progreso o más bien, a pesar del progreso. Con la publicación de esta novela ilustrada por Antonio Rodríguez Luna (facsímil de la edición publicada en México por la Editorial Leyenda en 1945), la Editorial Renacimiento rinde homenaje al escritor en el Centenario de su muerte. Émile Zola nació en París en 1840 en una familia de origen veneciano. Después de unos años de bohemia literaria en París, Zola es jefe de publicidad de la librería Hachette y periodista literario. Escribe también sobre arte y alaba a los pintores de la Escuela de Batignolles (Edouard Manet), es decir, a los futuros impresionistas, lo que provoca un gran escándalo. Para Zola, el novelista es como el naturalista y apuesta por una literatura de análisis inspirada por la ciencia. Toma partido contra el régimen monárquico y se deshace progresivamente de sus resabios románticos. Con el libro Thérèse Raquin (1867) nos da su primera novela naturalista. Influido por las investigaciones científicas sobre las leyes genéticas y las pasiones, inicia una gran obra cíclica (1871-1893) a lo largo de veinte volúmenes: Los Rougon-Macquart, historia natural y social de una familia durante el 2° Imperio. Otras novelas naturalistas describen el París popular en La taberna (1876), el mundo de las cortesanas en Nana (1880), el poder destructor del capital en El paraíso de las damas (1883), la mina y los mineros en Germinal (1885), los campesinos en La tierra (1887) y otras historias de dramas íntimos: Los cuatro evangelios (1889-1903). Toma partido en el caso Dreyfus con su artículo «Yo acuso» (13 de enero de 1898) que le obliga a exiliarse en Inglaterra, convirtiéndose así en el primer intelectual comprometido de la época contemporánea. De vuelta a Francia un año después, con su fama literaria aún intacta, desempeña un influyente papel como intelectual en la opinión pública. Muere accidentalmente en 1902. Edición de Antonio Rodríguez Luna. Antonio Rodríguez Luna (Montoro, Córdoba, 1910-Córdoba 1985), estudió en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, ciudad donde ejerció el oficio de pintor ceramista y en Madrid, adonde se trasladó en 1927. Participó en los Salones de Independientes del Heraldo de Madrid y en 1930 en la Exposición de Arquitecturas y de Pintura Modernas de San Sebastián. En 1931 celebró una individual en el Liceo Club de Madrid, fue uno de los fundadores de la AGAP y expuso en el Ateneo. Exposiciones de la SAI de Copenhague (1932) y Berlín (1933). Colaboración con dibujos en el segundo número de la revista Arte. En 1932 expuso en el Museo de Arte Moderno que adquirió su cuadro Pájaros en el melonar. En 1933 participó en la exposición del Grupo de Arte Constructivo del que posteriormente se demarcó al manifestarse solidario con Nueva Cultura y en la I Exposición de Arte Revolucionario de Madrid. En 1934, año de la Revolución de Asturias, se decantó por una pintura social y revolucionaria. Expuso en Barcelona y participó en la Nacional y en la Bienal de Venecia. Próximo a Miguel Hernández y como él, militante del PCE, durante la Guerra Civil colaboró en tareas de propaganda republicana. Al terminar la Guerra pasó por los campos de concentración franceses a los que dedicó una serie de aguafuertes, y por París, en cuya Maison de la Culture expuso. Se exilió en México, donde colaboró con Siqueiros. Pasó los años 1941-1942 en Nueva York; ilustró Morir por cerrar los ojos de Max Aub. En 1976 vuelve a exponer en Madrid con catálogo prologado por su paisano Juan Rejano que cinco años antes le había dedicado una monografía (México, UNAM, 1971).