En 1685, el Código Negro prohibió a los "esclavos llevar cualquier arma ofensiva o palos grandes" bajo la pena de ser azotados públicamente. En el siglo XIX, en Argelia, el estado colonial prohibió portar armas a los nativos, mientras a los colonos les otorgaba el derecho a armarse. Hoy en día, las vidas de algunas personas valen tan poco que un adolescente negro puede ser tiroteado por la espalda bajo el pretexto de que suponía "una amenaza. Históricamente, una línea invisible divide el mundo en dos: los cuerpos "dignos de ser defendidos" y aquellos que, desarmados, quedan indefensos. Un "desarme" organizado que plantea directamente la cuestión del recurso a la defensa propia a cualquier movimiento de liberación. Desde la resistencia de los esclavos hasta las clases de jiu-jitsu que tomaron las sufragistas, pasando el levantamiento del ghetto de Varsovia, los Panteras Negras o las patrullas queer, Elsa Dorlin traza, magistralmente y sin dejar de lado las contradicciones de cada caso, una genealogía de las prácticas autodefensivas. Una historia de violencia que arroja luz sobre la condición de nuestros cuerpos y sobre las políticas de seguridad contemporáneas, e implica una relectura crítica de la filosofía política, desde posiciones feministas, donde Hobbes y Locke se codean con Frantz Fanon, Michel Foucault, Malcolm X, June Jordan o Judith Butler.