"El Evangelio fue primero predicado y después, por voluntad de Dios, fue puesto por escrito». Estas palabras de Ireneo de Lyon (Adv. haereses 3,1,1) transmiten la convicción de la Iglesia primitiva. Después de que la Iglesia apostólica ha predicado la «Buena nueva», los escritores sagrados, movidos por las circunstancias, se decidieron a poner por escrito el contenido de la predicación. Este ha sido el punto de partida de este libro, que busca explicar el origen y el desarrollo de la tradición apostólica. Se parte de la vida y de la predicación de Jesús, vivida y compartida junto al grupo de los Doce que había escogido al comienzo de su vida pública, y a un grupo un poco más amplio de discípulos, no tan cercanos como los primeros, pero testigos como ellos de sus milagros y enseñanzas. Detrás de esta tradición se descubren tres motivaciones: una kerigmática ?de anuncio, de proclamación del mensaje?, un interés apologético ?promover y defender la fe cristiana? y un desarrollo de la doctrina cristológica, que ha resultado ser la clave de lectura de la evolución teológica en los primeros siglos del cristianismo. El mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios es al mismo tiempo manifestación de sí mismo y recepción por parte de sus seguidores. Sus discípulos dejaron todo y lo siguieron: agrupándose en torno a su maestro supieron contemplarlo como el personaje escatológico que anunciaba el Reino de Dios. La comunidad cristiana primitiva supo captar el impacto y la grandeza de la figura de Jesús, que constituyen la clave de la devoción primitiva a su persona y a su misión. De modo particular se debe pensar en la memoria de las últimas horas de Jesús sobre la tierra: la cena celebrada con los apóstoles, la traición de Judas y la negación de Pedro; los eventos de la pasión y muerte de Cristo en la cruz se grabaron en el corazón de sus discípulos, sirviendo de verdadero hilo conductor de los escritos neotestamentarios.