Mucho es lo que se va con la muerte de un hijo, y nada, absolutamente nada, regresa. Permanece tan sólo el recuerdo, herramienta imprescindible para defenderte de todo: del pasado que ha huido, del presente que vives y del futuro que no llegará. Aromas de una ausencia pretende hacer presentes las ausencias, la de Hugo y la de tantos Hugos que hay y que seguirá habiendo. Busca también justificar las presencias ausentes, la mía y la de tantas madres que descubrieron un día que en este mundo nada, absolutamente nada, puede superar en dolor la muerte de un hijo. Intenta analizar la labor del tiempo, al descubrir que el primer año no inmuniza, sino que tan sólo es el primero del resto de una vida. Pretende, en fin, ir un poco más allá de la espontaneidad y transparencia de los sentimientos, para adentrarse en fríos pensamientos y en hondas reflexiones. Tras la pérdida de un hijo hay que seguir viviendo, hay que aprender a hacerlo, incorporando a ese vivir diferentes aromas de una ausencia.