La pobreza, la desigualdad, el hambre, el analfabetismo, la corrupción, la injusticia, las enfermedades curables no atendidas son fuentes de humillación para quienes las padecen, un impedimento para llevar una vida digna. Es el caldo de cultivo para la violencia y, por tanto, no es difícil entender por qué un grupo de personas que no puede hacer planes de vida la utilice como reacción no premeditada, como impulso de supervivencia? No tienen nada que perder. La humillación no siempre es evidente, ni para quien la padece, ni para quien la causa. La democracia es un debate entre iguales, por eso les resulta tan lejana a los humillados, a los ninguneados: ¿cómo debatir entre iguales con el que destruye tus dioses, con el que gana cien veces más que el ciudadano promedio, con el que presume de poseer la verdad histórica? ¿Cómo entablar un debate público cuando te mueres de enfermedades curables, cuando no tienes tiempo más que para trabajar, cuando tus hijas desaparecen; cuando no sabes sumar, ni escribir, ni un ápice de ciencias básicas? Árboles de largo invierno es un ensayo sobre la intolerancia y la violencia que causa la humillación.