Debo confesar que mi ignorancia cometió, con Wislawa Szymborska, un acto de machismo involuntario: al leer su nombre en la portada, mi inconsciente dio por sentado que Wislawa era nombre de señor. Hojeé las páginas, los primeros versos, un poema entero. Y otro. Cuando ya había leído media docena, no conseguía casar esa expresividad tan viva con un alma masculina, sin menospreciar al género. Sencillamente, por una discordancia lingüística y sensitiva que se me imponía ante los ojos. Más tarde, al googlear el nombre, resultó que Wislawa Szymborska era una señora polaca, nacida en 1923 y ganadora del Nobel de Literatura en 1996. La última obra de la autora, publicada en castellano por Bartleby Editores, es una edición bilingüe de 19 poemas que ocupan casi 70 páginas. A priori, alguien podría pensar que la poesía de Szymborska, por su largo recorrido vital, está habitada de pasado, donde recuerdo y memoria se dan cita en cada rincón de sus versos. Nada más lejos. La poesía de esta escritora es de las más vitalistas que he leído en los últimos tiempos. Cada poema impregna una lección de dinamismo sobre cómo estar presente en el mundo, partiendo de la experiencia y sin rasgos de pasividad ni indolencia. Con el espíritu joven de aquél que sigue viviendo a los ochenta y tantos con igual deslumbramiento que a los veinte años, como dijo el poeta Jaime. Con éste también comparte la afinidad por el juego de espejos consigo misma, en una contraposición de múltiples yo poéticos a partir de un ejercicio de dialéctica donde se pone entre las cuerdas para sacar a la luz sus miserias y debilidades.