Ya en 1993, quedaba perfectamente claro en toda Europa (y, por tanto, también en España), que la educación -que por entonces recibía el calificativo de “multicultural”- no podía dirigirse exclusivamente a los niños y niñas de familias inmigradas y que tenía que dirigirse a toda la población, de modo que esta aprendiera, desde la infancia, a ser iguales, a comportarse como iguales, a reconocerse como iguales. Sin embargo el eurocentrismo y los siglos de colonialismo –y opresión, injusticia, desigualdad y exclusión- no hacen, precisamente, fácil de conseguir el objetivo de la igualdad real en Europa. La construcción europea, desde el desarrollo del helenismo y sus relaciones (aprendizajes, préstamos culturales, hibridaciones, mestizajes…) con el Este –Asia- y el Sur –África-, y mucho más, desde la llegada de “inmigrantes” a Europa que, en contra de lo que suele creerse es muy antigua precisamente por los siglos de relaciones coloniales con el resto del mundo, ha requerido permanentemente una educación “intercultural”. Sin embargo, y esto resulta obvio, esto no ha sido siempre así (GUNDARA, 1993).