Dos fueron las razones principales que invitaron a la reflexión en común sobre el sugerente tema del patrimonio. Una, la constante metamorfosis de la apreciación artística a nivel del experto y de la persona culta; otra, la reactivación del aprecio del patrimonio local, creado, memorizado y expuesto a nivel de pueblo, de aldea y lugar, -dos opciones entre otras- en contraposición, que merecen atención antropológica. La segunda tiene que ver con la tendencia que se advierte desde la década de los setenta de un general impulso hacia la valoración y afirmación de lo local en nuestra hispana geografía, en código de autoafirmación y realce local, como señas de identidad distintiva y superior. Se trata de reavivar la atención a algo de nuestro pasado, que consideramos paradigmático y definidor de nuestra esencia. Hacemos emerger las cosas, los hechos, los monumentos, obligándoles a hablar otro lenguaje, a formar ahora parte de nuestra vida. La semiótica de este reencuentro dice mucho de nosotros mismos; nos comprendemos en las cosas. ¿Qué nos habla hoy desde el pasado? ¿Cómo? La eclosión de la revalorización del patrimonio, tiene algo que ver con la fragmentación de la moderna cultura que nos incita, en dialéctica, a reformular un sentido de unidad básica, de meta y fin, de pensamiento holístico, de visión humanista ecológicamente integradora con dimensión moral. De todo esto, habla este monográfico desde la mirada atenta y cualificada de la antropología.