Pocas voces hay en el panorama de la poesía alemana actual más singulares que la de Elisabeth Borchers. Su lírica es la de alguien que hablara por prudencia en la distancia, pero que a la vez sabe arropar en su eco la sabía cercanía de la experiencia. La prudente distancia surge del asombro ante nuestra realidad, desmitificada, cruel, posthumana; el diestro eco de la urgente necesidad de una estrategia de superación. Ésta recuerda en la experiencia las ocasiones de logro y gozo de una utopía que ya se ha dado -en el arte, en vivencias personales, en hechos históricos- pero de la que nos hemos expulsado nosotros mismos, por imprudencia o incapacidad. La utopía está ahí, pero nosotros no. Todo lo bello sucedió antes de nuestro tiempo. Elisabeth Borchers recoge esos momentos, en la memoria, en el asombro o en la meditación, y los trae y confronta a esa otra realidad que nos deshumaniza. Ya distantes de lo vivido pero cercanos en su nueva visión iluminan en el poema lo que en la realidad salvan aún para la poesía. Esta otra cercanía es ya la mínima utopía que nos es dado contemplar, un canto todavía como un predominio de vocales / gritos de horror podrían ser / o en aguas turbias un cristalino brillo.