El 5 de septiembre de 1970, el cineasta Andréi Tarkovski escribía en su Diario: «Religión, filosofía, arte –los tres pilares sobre los que descansa el mundo– fueron inventados por el hombre para condensar simbólicamente la idea de infinito». Este pensamiento ofrece, sin duda, una de las claves para comprender la genial película Andréi Rubliov. A lo largo de muchos fotogramas, el rostro y las peripecias vitales de este famoso pintor de iconos revelan su permanente nostalgia de infinito y su dramática lucha por recuperar la serenidad espiritual en aquel convulso siglo XV. El guión literario que el lector tiene entre sus manos es, en el fondo, un manifiesto a favor de la esperanza que el arte, la búsqueda de la verdad y el sentimiento religioso portan consigo para vivir, e incluso morir, con dignidad.