La persona humana tiene necesidad de saber quién es; no puede vivir si no descubre qué sentido tiene su vivir; está en juego su felicidad si no reconoce su propia dignidad. Por esto podemos afirmar que estamos continuamente a la búsqueda de nuestro yo, una búsqueda a veces inconsciente, a menudo fatigosa y aparentemente contradictoria; en todo caso, nunca acabada
La persona se busca, primero, a sí misma
y, si tiene el valor de descubrir su propia identidad, experimenta inmediatamente la necesidad de llevar aún más lejos su búsqueda
hacia ese Ser que es la fuente de su misma identidad. Si su deseo es ardiente y su búsqueda constante, Dios no puede sustraerse a ellos. Ha sido él mismo quien ha puesto en el corazón del hombre ese anhelo y esa constancia. Si el hombre busca a su Dios en serio, no hay duda de que lo hallará, porque Dios mismo le saldrá al encuentro