En 1912, tras veinte años de introspección y meditación solitaria, Valéry decide retomar sus poemas tempranos, que aún habrán de esperar hasta 1917 para ver la luz bajo el título de La joven Parca. El libro obtiene de inmediato un enorme éxito entre lectores y aficionados a la poesía. Le siguen El cementerio marino y Álbum de versos antiguos, ambos de 1920, y Cármenes ?o En(cantos)?, de 1922, donde compila veintiún textos en su mayoría aparecidos ya con anterioridad. Dicha compilación le consagrará definitivamente como uno de los más grandes poetas de su tiempo. Es en 1924 cuando recibe el encargo de escribir Alfabeto. Así lo relataría el propio autor una década más tarde: «Hace algunos años, se me pidieron veinticuatro piezas en prosa cuya primera palabra debía comenzar por una de las letras del alfabeto. Se trataba de emplear veinticuatro letras ornamentales, grabadas sobre madera, a fin de publicarlas con el concurso de alguna literatura. Las condiciones no me arredraron. El grabador había omitido dos letras, las dos más engorrosas, además de infrecuentes, en la lengua francesa: la K y la W. Quedaban pues XXIV caracteres. Tuve la idea de ajustar estas veinticuatro piezas a las XXIV horas del día, a cada una de las cuales se puede muy fácilmente hacer corresponder un estado y una ocupación o disposición anímica diferentes». Nacido en Sète en octubre de 1871, Paul Valéry cursa sus primeros estudios en su ciudad natal y los prosigue en el liceo de Montpellier, donde, en 1889, inicia la carrera de Derecho. En agosto de ese mismo año, publica sus primeros versos en La Petite Revue maritime de Marseille y, nueve meses más tarde, conoce a Pierre Louÿs, figura determinante para su orientación como poeta, pues será él quien le presente a André Gide y le introduzca, en 1891, en el estrecho círculo de Mallarmé, que habrá de influir poderosamente en su vida y en su obra. En 1894 se instala definitivamente en París y emprende una larga serie de Cuadernos que seguirá ampliando con rigor hasta sus últimos días. Su huella lírica e intelectual se hace reconocible en casi todas las generaciones poéticas del siglo XX español. Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Gerardo Diego, Luis Felipe Vivanco, Miguel Hernández, Luis Rosales, José Hierro, Carlos Edmundo de Ory, José Ángel Valente, Pere Gimferrer, Antonio Colinas, Guillermo Carnero o Andrés Sánchez Robayna, por citar sólo algunos, leyeron, tradujeron o admiraron indistintamente al poeta, al prosista, al pensador francés, cuyos estudios especulativos en torno al hecho lírico han constituido desde hace casi cien años una fuente inagotable de reflexión y debate.