Desde siempre, las alegorías trataron de expresar lo inexpresable o, por lo menos, aquello que no era fácil de comunicar: lo desconocido, lo nuevo, lo extraño, lo indecible. Las alegorías no constituyen algo simple, sino que podrían ser comparadas más bien a las muñecas rusas, en el sentido de que ofrecen una gama de significados casi interminable, pues cada una contiene otra dentro de sí que, a su vez, oculta a la siguiente en su interior. Las representaciones de conceptos abstractos se manifestaron desde muy antiguo en dos terrenos privilegiados para la comunicación humana: las palabras y las imágenes. Con frecuencia, ambas aparecían unidas en una relación íntima y recíproca. Los ensayos que componen este libro constituyen una buena muestra del protagonismo del pensamiento alegórico en la España Moderna. Tratándose de una sociedad especialmente creyente, no ha de sorprendernos que el hilo que atraviesa las páginas del libro de principio a fin sea la omnipresencia de la religión. Como irá comprobando el lector, las alegorías religiosas impregnaron dicho período, y ello se plasmó tanto en el lenguaje y la literatura (R. de la Flor, Tropé), en las artes plásticas (Monteira, Pereda), en la ciencia (Marcaida, Pimentel) como, por descontado, en el ámbito propiamente espiritual, ya fuera desde una perspectiva teológica elitista (Clark) o desde una vivencia más popular (Delpech, Tausiet).